Secretario de Gobierno de la CDMX
Huérfana de ideas, carente de un proyecto de país, derrotada por décadas de mal gobierno, sumida en la falta de autoridad moral para encabezar una lucha nacional que signifique una superioridad ética, la derecha mexicana anda en la búsqueda de causas detrás de las que pueda refugiarse para obtener alguna plusvalía política que le ayude a enfrentar al gobierno actual.
Uno de los movimientos que la derecha mexicana ha tratado de instrumentar es el movimiento feminista.
Así, ha buscado posicionarse como feminista abiertamente y ha tratado de aventar al movimiento en contra del gobierno federal. Sin embargo, está muy difícil que esa identificación derecha-feminismo pueda lograrse, pues la causa de la igualdad es imposible que sea llevada a buen puerto por los beneficiarios de la desigualdad.
Las vías por las que se ha tratado de instrumentar al movimiento feminista desde la derecha son varias.
En su viraje discursivo, numerosas mujeres del mundo conservador y de las élites económicas se han autodefinido abiertamente como feministas.
También han tratado de localizar la esencia del sistema patriarcal en el gobierno.
Y, al mismo tiempo, han impulsado y acompañado la violencia como supuesta lucha feminista.
Pero la contradicción salta una y otra vez.
Quienes nunca formaron parte de la lucha feminista aparecen en algunas marchas para gritar consignas no a favor de las mujeres sino contra el gobierno.
Quienes aplaudieron la estrategia de la guerra contra el narco que desencadenó el empoderamiento de grupos criminales que hicieron de la violencia hacia las mujeres un símbolo y una práctica del más despiadado machismo, hoy se pronuncian contra la violencia hacia las mujeres.
Quienes votaron en contra de que se admitiera la posibilidad de violación entre cónyuges, ahora se declaran feministas.
Quienes llevaron a la cárcel a mujeres que rechazaban tener al hijo de un violador, ahora se dicen feministas.
Quienes votaron en contra de que las mujeres pudieran casarse al día siguiente de haberse divorciado, hoy se afirman feministas.
Quienes se opusieron a que se reconociera en el momento del divorcio el valor económico del trabajo en el hogar, hoy se declaran a los cuatro vientos como feministas.
Quienes votaron a favor de criminalizar a las mujeres por su maternidad a nivel constitucional en 17 congresos locales, ahora son feministas.
Quienes privatizaron el servicio de guarderías y precarizaron la labor de los cuidados, hoy son “feministas”.
Quienes bajaron los sueldos de las mujeres trabajadoras durante cuarenta años, ahora se reclaman feministas.
Quienes buscaron denigrar en 2017 a Delfina Gómez con un lenguaje machista y clasista, ahora resulta que son feministas.
Quienes nunca quisieron integrar gabinetes paritarios, ahora ya son feministas.
Quienes se burlaban y se siguen burlando de las mujeres indígenas y rechazaban hace incluso unos cuantos meses que una mujer indígena encabezara el organismo destinado a la lucha contra la discriminación se dicen feministas!
Quienes votaron hace un par de años en contra de que una mujer encabezara la Comisión de Derechos Humanos ahora se dicen feministas.
Quienes cada día insultan, denostan, atacan, ofenden, a la primera gobernante mujer emergida de las urnas en la Ciudad de México, se dicen, eso sí, feministas.
Lo cierto es que los conservadores no han sido, no son y no serán nunca feministas.
Más allá de todo lo aquí relatado, hay una cuestión esencial. El feminismo es un movimiento igualitario. Por eso no es compatible con el conservadurismo. Las élites económicas y discriminatorias nunca serán igualitarias. Racismo, clasismo y machismo tienen la misma raíz: la idea de la supra y subalternidad blancos/ indígenas, ricos/ pobres, hombres/ mujeres. No se ve como puede ser feminista, y desear la igualdad entre mujeres y hombres, alguien que busca obsesivamente la desigualdad económica y social entre los seres humanos.