Secretario de Gobierno de la CDMX
La movilización de miles de mujeres el pasado 8 de marzo es un acontecimiento relevante, que debe ser tomado muy en cuenta por quienes participamos en la vida política pregonando banderas de igualdad y libertad.
En distintos puntos, con horarios diferentes, se dieron cita contingentes con identidades muy diversas. Mujeres de los sindicatos, madres de desaparecidas, feministas históricas, nuevos grupos feministas, mujeres trans, separatistas, abolicionistas, contingentes mixtos, estudiantes universitarias, militantes de partidos, mujeres policías, indígenas, pero sobre todo mujeres jóvenes, con nuevas identidades.
(En ese amplio universo llamó la atención la presencia de algunas mujeres del mundo conservador, pertenecientes a partidos de la derecha, que han votado en contra de todas las causas feministas, que enarbolan discursos criminalizadores, apologéticos de la desigualdad social o discriminadores.)
Las consignas que se gritaron en las manifestaciones eran variadas, pero tenían un punto en común. Entre otras cosas gritaban:
- “Con quién sí, con quién no, eso lo decido yo”.
- “Verga violadora, a la licuadora”.
- “En falda o pantalón, respétame cabrón”.
- “Va a caer, va a caer, el patriarcado va a caer”.
- “No se va a caer, lo vamos a tirar”.
- “Las niñas no se tocan, las niñas no se tocan”.
- “Vivas las llevaron, vivas las queremos”.
Es ineludible el análisis de las manifestaciones tanto por su magnitud como por su contenido.
Los grupos más amplios eran de mujeres jóvenes sin militancia que concurrieron con un cuestionamiento espontáneo que va más allá de la agenda política formal.
A juzgar por sus consignas, la frase acuñada por el feminismo de los años 70: “lo personal es político”, se materializó en una fuerza social masiva que no existía entonces.
En carteles y consignas quedaron plasmadas las exigencias: hartazgo de manoseos, insultos y abusos sexuales de todo tipo, cosificaciones corporales, reclamos por agravios sufridos, incredulidad ante las figuras tradicionales de autoridad.
Y en el fondo de todo: afirmaciones de libertad y autonomía personal, ansias de emancipación e igualdad.
Y por eso se explica el gusto de irrumpir en el escenario, de ser, al menos por un día, dueñas de la calle, sujetas de la historia, creadoras de un humor propio y, por qué no, protagonistas de la subversión de un orden establecido.
Lo que antes parecía “normal”, ahora es rechazado radicalmente. Ahora es delito en la ley, pero aún más: ahora es repudiado en el pensar, en el sentir, en la cultura de las nuevas generaciones.
La protesta es un duro cuestionamiento a los medios de comunicación, a las empresas, a los sistemas de justicia, a las autoridades públicas, a las escuelas, a las familias y a los círculos íntimos amistosos y amorosos de las mujeres, hartas de esa violencia cotidiana romantizada por siglos.
Por eso, esta oleada feminista va más allá de la academia, de las instituciones y de los grupos organizados. Es horizontal, plural, no institucional.
Puede escucharse que no tiene una agenda pública precisa. Tal vez así sea.
Pero es que hay algo sencillo, aunque muy profundo en la base de todo este masivo movimiento: chavas que parecen decir: “mi cuerpo es mío, no lo puedes tocar si no te doy permiso, no te pertenece, aunque seas mi pareja, es mío y yo decido quién, cuándo y cómo lo toca; y si lo tocas por la fuerza eres un abusador”.
Lo personal es político, sí. Y la lucha de las miles de mujeres que se manifiestan hoy en día es una de las grandes luchas igualitarias de nuestro tiempo.
Cabe decir, finalmente, que la desigualdad tiene muchos planos. Hay desigualdad hombre/mujer, pero también ricos/pobres; blancos/indígenas; y potencias-extranjeras/naciones-oprimidas. Creo que todas las luchas por la igualdad deben unirse, articularse. Por eso, saludamos tanto la movilización social del pasado 8 de marzo como la que se realizará el próximo 18 de marzo en el Zócalo de la Ciudad de México.