Pocas cosas resultan tan cómodas como vivir en la lógica del mínimo esfuerzo,
Basta con que no te moleste que lo que recibes esté en la línea del promedio. Que no te aflija que tu entorno opere en línea de flotación básica o que los integrantes de tu ecosistema familiar y profesional ejerzan su quehacer en una medianía funcional. La mediocridad personal o colectiva son siempre opción para quien decide tomarlas.
—¿No se podría hacer mejor?— preguntaría quien aspira a un mejor resultado.
—Uy no. Así ha sido siempre—respondería el mediocre.
—¿No han evaluado opciones distintas?— afirmaría a quien le incomoda un proceso.
—Nada se puede hacer— respondería el otro.
Usado como adjetivo, la mediocridad indica algo hecho en mínimos. Y no sólo porque su resultado sea por debajo de la línea del esfuerzo, sino porque su resultado no refleja la más mínima habilidad, ni brío intelectual. Ya no digamos óptimos de funcionalidad.
Si bien cuando se manifiesta en voz alta en las empresas competitivas tiende a molestar, la pregunta es ¿cómo identificar a la mediocridad de closet en las organizaciones? Aquí tres puntos para el análisis:
1) La justificación está por encima de la reflexión.- El pretexto, la explicación o la resignación afloran antes que la incomodidad ante una situación inapropiada o mal gestionada.
No confundir el que todo resultado tenga una explicación con el que la única opción posible ante un hecho fuera de lo óptimo o reprobable sea la resignación.
2) El negativismo es la esencia de todas sus respuestas.- Aunque afirmen que les gustaría que tal o cual hecho fuese distinto, esos mismos sujetos son capaces de elaborar sendas razones de porque no se puede cambiar o hacer algo diferente.
No confundir a quien pondera todos los aspectos posibles de un hecho o proyecto (incluidos los más negativos) con quien sólo busca razones para desincentivar toda ejecución teórica o práctica.
3) Se quejan de todo pero actúan en nada.- Hay personas de lengua suelta pero con pies y manos desactivadas. Pueden ser tan sagaces en la crítica como inoperantes en la solución.
No confundir aquél que puede ser vocal ante una situación incorrecta o disfuncional con aquél que sólo emite críticas por doquier pero nunca suma su energía o tiempo a la solución alternativa.
Cierto. Nadie es perfecto. Todos tenemos márgenes de error y áreas de oportunidad de mejora como individuos y como profesionales.
Pero también es verdad que, si bien todos nuestros actos pueden derivar en el error o el desacierto, sí podemos orientar recursos, esfuerzo y talento disponibles hacia la ejecución impecable, hacia el mejor resultado posible y hacia la eficiencia distinguible.
Nos guste o no, la mediocridad siempre estará en el entorno. Se reproduce con facilidad y se extiende como la humedad en los espacios que lo permiten. Y cuando se le identifica, no sólo hay que neutralizarla, sino hay que darle batalla astuta e inteligente.
Y es que aunque la mediocridad suele no aguantar mucho la presión sostenida por un mejor desempeño, el problema no es que exista sino que nos haga renunciar a la perfectibilidad.