“Me late que debemos ir en tal dirección”, le escuché decir a un interlocutor que dejaré en esta ocasión en el anonimato.
La oración no fue un recurso idiomático para manifestar una preferencia meditada. Fue la manera de verbalizar que, ante la falta de tiempo para realizar un análisis más riguroso, prefería direccionar energía y recursos en cierto camino dictado fundamentalmente por su intuición.
En su definición más simple, la intuición es la facultad de leer y, en muchos casos comprender, situaciones o cosas de manera instantánea y sin intervención de un proceso de razonamiento lógico. De hecho, es un sentimiento instintivo que cada individuo percibimos de distinta forma.
La intuición es un ingrediente en muchos negocios. ¿Cómo podemos apoyarnos correctamente en ella? Aquí tres consideraciones para la reflexión directiva:
1) Primero los datos, luego el presentimiento.- Aunque la ventana de tiempo para decidir sea corta; aun y cuando no se tengan todos los elementos de análisis a la mano; incluso cuando falte claridad del contexto, se deben ponderar aquellos hechos, información, atenuantes o agravantes razonablemente visibles en el instante.
Y con eso poco o mucho que se tenga a la vista o a la escucha, hay que permitirse identificar qué provoca internamente ese suceso, asunto o dilema. Lo que te vibre, lo que te incomode, lo que te arroje confort, lo que te frene. La intuición ayuda, pero exige cierta claridad en la decodificación interior.
2) No siempre es nítida pero sí explicable.- Aun esforzándose en esa decodificación necesaria, lo que dicta tu intuición puede no resultar totalmente claro en la sensación que produce. Y aunque mucha gente suele afirmar, por ejemplo: “no te puedo decir qué, pero no me late esto”, es saludable presionar una explicación.
Sea interior y privada o resulte necesario exponerla a terceros, si una decisión se va a tomar apoyada en la intuición resulta crítico registrar qué la fundamenta o qué efectos se buscan evitar o empujar. Pueden no explicarse los detonantes exactos, pero sí pueden compartirse las consecuencias que se buscan materializar o impedir.
3) Es el último recurso, nunca el primero.- Es un recurso que puede ser enriquecido por lo perspicaz que una persona pueda ser, pero no deja de ser un recurso complementario y estructuralmente excepcional.
En la era de los datos, de los indicadores y de la posibilidad de modificar decisiones en tiempo real según la evolución registrada o reportada del desenvolvimiento de los sucesos, incluso con gente hipertalentosa, no puede ser el elemento primario e incuestionado de la gestión en una organización.
Nutrida por el conocimiento, el grado de experiencia en la materia y, sobre todo, la capacidad para mantener una visión de conjunto, la intuición es un recurso que dueños y directivos de entidades productivas deben nutrir y saber usar en tiros de precisión o situaciones extraordinarias.
La intuición es personalísima. Hay que identificarla cuando aflora, desde luego, aunque conviene aprender a cuestionarla con un sano método interior. Las personas más habilidosas en su buen uso la identifican en sus expresiones más tenues y la atemperaran cuando la intensidad de su manifestación nubla la capacidad para mantener juicios de valor con cierta objetividad funcional.
Dicen los que saben, que nunca hay decisión perfecta. Y aunque en el mundo de las decisiones las más de las veces las cosas pueden corregirse en el camino, nada es más confortable que cuando se decide basado en información digerida, con elementos correctos y en alineamiento con tus pronósticos o vaticinios.
¿Y cuándo eso no sucede, preguntó el otro? Hay que escuchar bien y de buenas a tu intuición.