Dedicado a José Sarukhan, Lichtinger, Azuela, Carabias, Ruge y todos los luchadores ambientalistas de México.
En mi artículo anterior celebré los resultados del foro ambiental convocado por Biden a propósito del regreso del hijo pródigo al redil del Acuerdo de París. Hoy quisiera destacar las piezas faltantes del rompecabezas ambiental para que la década de los 20 sea efectivamente la década que haga la diferencia como prometieron varios jefes de Estado.
Primero es crucial que más allá de los compromisos, los países y sobre todo los países ricos más contaminantes pongan por delante los dineros que se requieren para tal fin, tanto a nivel nacional como global. Las promesas de Biden de reducir a la mitad las emisiones de carbono para 2030 y las de Bolsonaro, de alcanzar diez años antes –2050 en vez de 2060- un nivel de cero emisiones netas, requieren enormes inversiones nacionales que tendrán que hacerse realidad.
Pero, suponiendo que se den estas inversiones -incluyendo las de China, Europa, Rusia y otras naciones de ingreso medio -México, Brasil, India y Sudáfrica-, queda claro que estos esfuerzos, por importantes que resultan, exigen conseguir y canalizar cuantiosos recursos complementarios para que los países pobres altamente productores de emisiones de efecto invernadero cumplan la parte que les corresponde. Toda la buena voluntad expresada en el foro Biden no aclaró de dónde saldrán los trillones USD (cientos de miles de millones USD) para que los países pobres cumplan su parte.
Las naciones ricas se comprometieron en 2011 a contribuir con 100 billones USD al Fondo Verde para el Cambio Climático. EL GCF se echó a andar en 2015 pero la llegada de Trump y la salida de EU del Acuerdo de París detuvo la llegada de recursos. Al 3 de julio de 2020 solo había compromisos totales de 10.3 billones y nada más se habían entregado 8.31. EU, el tercer contribuyente después del RU y de Alemania, solo han comprometido 3 billones. Japón, y los países escandinavos han hecho muchas promesas, pero en total apenas se ha logrado una décima parte de la modesta meta establecida para apoyar los objetivos verdes de los países en desarrollo. Los 1.2 Billones (mil 200 millones USD) recién solicitados por Biden al Congreso servirán solamente para aliviar los incumplimientos de 2 mil millones de Trump al GCF.
De una manera u otra, según la experta Candace Rondeaux del Center for the Future of War, los compromisos y entregas reales de los países ricos están muy lejos de los 3.5 trillones USD (3 mil 500 mil millones USD ) que el GFC estima necesarios para apoyar a los países más pobres del planeta en sus metas para 2030 en la lucha contra el cambio climático. Las regiones pobres de Asia del este, Latinoamérica, África y Medio Oriente serán las perdedoras. El impacto del cambio climático será devastador para ellas en el mediano y largo plazos, si no se hace algo pronto. Veremos cómo se alinean y convergen las fuerzas en la cumbre de Glasgow este segundo semestre de 2021.
También hay que recordar y destacar que el cambio climático no es el único desafío ambiental del planeta. Está el gran problema del agua. El mundo está experimentando un colapso ambiental histórico en la esfera de la biodiversidad con impactos negativos incalculables que exigen atención inmediata. Su origen no está hasta ahora en el cambio climático, sino en el uso intensivo de la tierra, el agua dulce y los mares. La contaminación rampante, las especies invasivas y la insustentable explotación de los organismos vivos están conduciendo a una muy rápida pérdida de especies vegetales y animales, vitales para la supervivencia humana. Colectivamente esas fuerzas amenazan- según Steward Patrick (WPR 22-2-21), la extinción de un millón, de las ocho o nueve millones de especies que existen hoy en el planeta. Ponen en alto riesgo también los ecosistemas terrestres y marinos que garantizan al ser humano el oxígeno que respiramos, el agua que bebemos, los insectos que polinizan los cultivos, las pesquerías y los macroorganismos que enriquecen los suelos. Estos ecosistemas y servicios biológicos rara vez aparecen en las cuentas nacionales o en los estados financieros de las grandes corporaciones poseedoras de tierras o de explotaciones marinas; sin embargo, son vitales para nuestra supervivencia.
Afortunadamente Biden y el resto del mundo tienen dos grandes oportunidades este año de hacer algo para comenzar a remediar la situación. La primera es la decimoquinta conferencia de las partes, conocida como COP 15 de la Convención de la ONU sobre Diversidad Biológica que tendrá lugar en Kunming, China, del 17 al 31 de mayo. La segunda oportunidad es apretando el paso este verano para la conclusión de un nuevo tratado mundial de biodiversidad en altamar.
En el caso más inminente, el de la COP 15, hay que destacar que a la fecha todos los esfuerzos para combatir la degradación de la biodiversidad han fallado miserablemente. En 2010, durante la COP 10 en Nagoya, Japón, los participantes, incluyendo a México, se comprometieron a 20 objetivos que guiarían sus políticas económicas y ambientales sobre la materia. Las llamadas metas Aichi incluían compromisos de proteger hábitats frágiles, conservar la diversidad genética, reducir los ritmos de extinción de diversas especies, disminuir la contaminación, eliminar plantas invasivas y de administración responsable de la agricultura y las pesquerías. El mundo avanzó solo en concientización del problema, pero casi nada en logros concretos, pues las metas fueron demasiado generales, sin mecanismos de medición y rendición de cuentas, que hicieran responsables a los gobiernos y a las empresas.
COP 15 requiere un enfoque más concreto y verificable. El mes pasado tuvo lugar en Francia la cumbre Un Planeta, en que 50 países se comprometieron a luchar como parte de una ambiciosa Coalición por la Naturaleza y la Gente en el marco de Objetivos 30x30: proteger 30 por ciento de la tierras y de los océanos en el año 3030.
Los EU parecen estar de acuerdo en unirse a esta campaña mundial. Sería crucial que lo hicieran y que se crearan mecanismos efectivos para darle seguimiento.
México no puede y no debe quedarse atrás como uno de los 10 países más biodiversos del planeta. Recuerdo bien -cuando tuve el privilegio de ser embajador en la tierra de Mandela- el magnífico papel de liderazgo que tuvo nuestro país en la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo, gracias a los trabajos preparatorios de Pepe Sarukhan y a la negociación política que realizaron en esa ocasión Sudáfrica país anfitrión y México con la presidencia de Víctor Lichtinger.
Lamentablemente en esta ocasión la opinión pública mexicana ha estado muy poco expuesta al tema. Más allá de las elecciones de junio, la extensión anómala del plazo de Zaldívar en la SCJN y el nuevo desastre de la Línea 12 del Metro, ¿quién se ocupa de discutir el gran reto de la pérdida de la diversidad biológica que afecta silenciosa -pero dramáticamente- a México y al planeta? El Congreso y el Ejecutivo ciertamente no -que yo sepa-. Por cierto, ¿quién se acuerda del nombre de la secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales? Lo busco en internet y no lo encuentro.