Arremeter en contra de la escritora Brenda Lozano ha sido una escaramuza injusta que va más allá del debate sobre cuál es el perfil idóneo que requiere un puesto diplomático como el de representar y promover la cultura de México en otro país.
Ha habido pifias de forma y fondo en esta historia que bien pudo haber escrito Rafael Bernal. Sabemos que inició con el despido de Jorge F. Hernández como agregado cultural de México en España por criticar a Marx Arriaga, aunque hay quienes aseguran que fue por misógino. Pero aún no sabemos cómo acabará toda esta historia, a pesar de que ya se definieron varios capítulos.
Como haya sido, las erráticas decisiones que se tomaron desde la Cancillería –dos renuncias y mucho fuego amigo– llevaron a la opinión pública a cuestionarse, una vez más, cuáles son los objetivos de las representaciones culturales, para qué sirven y para quiénes deben servir.
A pesar de que es un sueño para muchos artistas representar las letras, la pintura o música mexicana, en París, Ámsterdam, Praga o Moscú, poco se ha beneficiado de esas áreas a la mayoría de las y los mexicanas (muchos dirán que el arte no es para todos, pero la cultura sí debe ser). La labor de muchos agregados culturales no trasciende los clichés impuestos por los círculos culturales dominantes, más cercanos a la burguesía que a las aulas universitarias.
Pero más allá del manejo de estas representaciones culturales en otros países, Brenda Lozano fue víctima de la polarización política. No se evaluó su perfil como artista o activista, y lo que ello sumaría a su, hasta ahora, nuevo cargo. Sino que se esgrimieron sus posibles resultados a partir de sus críticas hacia la forma de gobernar de la 4T, desde memes inocuos. Pesaron más las redes que sus libros. Al parecer, para los incondicionales, velen más cien Arvidez que una Lozano.
No obstante, cuando se ejerce la política se debe medir distinto que cuando se ejercer la cultura. La mejor autodefensa para la 4T hubiera sido respetar su nombramiento, y que sus críticos, más allá de sacrificarle por sus críticas al presidente, comprender que lo que se requiere son voces audaces y frescas que velen a favor de minorías artísticas, jóvenes creadores y nuevas expresiones que rompan el control de la burguesía intelectual.
Ahora, quienes sufren su nombramiento, quieren hacer parecer que Lozano cometió varios pecados: aceptar el puesto que le ofreció el poeta y ahora exfuncionario de la Cancillería, Enrique Márquez; defender su nombramiento en las páginas de El País, y retar las palabras del presidente al no renunciar.
Andrés Manuel propuso que la sustituta de Lozano fuera una mujer indígena, yo pienso que se refiere a Natalia Toledo, otra genial escritora. Ambas idóneas para ese puesto, pero recordemos que la cultura se gestiona distinto que la política, y al parecer la cultura y el arte se quieren politizar.
¿Valentía? ¿Descaro? Quizá un poco de las dos. Brenda se mueve a partir de sus principios, al menos así lo plantea en el texto donde explica por qué aceptó el cargo. Los berrinches del sector más radical buscan derribar a una figura que podría ser mucho más benéfica para la tan prometida trasformación, que su renuncia sirva para que ese rancio grupo ideologizado aplauda.
Quien se dedica profesionalmente a desarrollar cualquiera de las artes merece un reconocimiento sin objeciones. Y aunque sabemos que hay una industria detrás de los artistas, en los últimos tres años se ha abierto un duro debate sobre el impacto de las supuestas ‘mafias culturales’ en la sociedad. El problema con la gestión cultural del actual gobierno es que no tiene estrategias para impulsar a nuevos creadores o nuevas corrientes, libres.
He leído varios libros de Brenda Lozano. Ella seguramente no tiene ni idea sobre quien escribe este texto, pero a partir de lo que he leído suyo, le creo.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.