Si usted es un ciudadano que apoya a los políticos de Morena, seguramente sintió que algo no cuadraba en ese extraño caso que se dio recientemente y dio pie a resucitar lo que anteriormente ya se había bautizado como “PRIMOR”.
Es decir, el renacimiento de la alianza entre el PRI y Morena cocinada entre el presidente López Obrador y el líder nacional del PRI, Alito Moreno, de entrada, para mantener al Ejército en las calles hasta 2028, a cambio de impunidad.
Este repentino y otrora prohibido amor interpartidista, provocó una serie de reacciones que, como el cambio climático, alteró las circunstancias naturales de nuestra vida política. Es por ello, que quizá usted, fiel seguidor del morenismo, probablemente se sintió incómodo, avergonzado o incrédulo, al ver cómo de la noche a la mañana fue perdonado Alito por las huestes del partido guinda; y quien paso, en un santiamén, de ser un villano, al “héroe de la película, papá”.
Transitó de ser el más vapuleado, criticado y arrinconado actor de nuestra política, a un redentor de las causas perdidas. Cada martes, medio México esperaba con morbo esos audios mordaces que se esparcían como pólvora encendida en redes sociales: voceros de la 4T esperaban con ansia los nombres comprometedores para reproducirlos en Twitter, mientras resonaban en todo lo alto, las más conspicuas groserías emitidas por Alito.
El objetivo de Palacio Nacional, quien usó estratégicamente a la gobernadora Layda Sansores como un títere, era crear un cosmos de tortura sicológica para el dirigente tricolor, y al mismo tiempo, despertar la indignación pública. Tan funcionaron ambos efectos, que la víctima se doblegó ciegamente para seguir el dictado emanado desde el más alto poder.
Ahora, el “reformista” Alito Moreno es aplaudido en las mañaneras y recibe en su curul al secretario de Gobernación entre cuchicheos interminables al oído y efusivos abrazos. La alianza está consolidada, y la impunidad también. Lo que muchos mexicanos creían había terminado desde 2018, vuelve a aparecer sin ningún pudor, y con él, el legendario cuento de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí”.
En lugar de exigirle a los aparatos de justicia investigar y castigar al presidente nacional del PRI, por las evidencias de corrupción que mostró sistemáticamente el aparato de Morena, sucedió todo lo contrario: se coaccionó por medio de la grilla para arrodillar al enemigo a cambio de favores sin estrategia, y la entronización de los fetiches para el gobierno en turno, entre ellos, la militarización del país.
Se volvió a usar la política para extorsionar y dejar de lado la justicia; se abrió la puerta a la impunidad y sepultar la promesa de ver tras las rejas a esa clase política deshonesta y sin escrúpulos que han sumido en el hartazgo a los mexicanos, desde hace mucho. Nuevamente se salen con la suya a costa de la sociedad, y quienes desde el discurso, echan a andar la maquinaria del engaño rumbo a las próximas elecciones.
Vivimos tiempos como si fuera una obra de teatro de Eugéne Ionesco, absurda. En una entrevista publicada en 1974 apuntó que “las ideologías diferentes y opuestas, cuando están animadas por la pasión, no son sino esa misma pasión, ese instinto asesino, ese odio que los hombres tienen por los hombres cuyas conciencias son intercambiables”. Algo así pasa en la política mexicana, las conciencias se transmutan, se intercambian y se convierten en una misma, sin importar el pasado, el presente, o el futuro.
En unas horas, cuando se vote en el pleno del Senado la permanencia del Ejército hasta 2028, sabremos de qué tamaño es la división del PRI, y al mismo tiempo, la consolidación del PRIMOR. Según los panistas, no le alcanzará los votos al Frankenstein político, al pronosticar que les faltarán 11 votos para concretar su sueño de ver, permanentemente, las escopetas en las calles. Vemos un capítulo más, de este teatro del absurdo.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.