Trópicos

La Turquía profunda y el réquiem de una pesadilla

El gobierno y pueblo turcos se encuentran ante el reto descomunal de ser una sociedad solidaria para reconstruir las zonas devastadas por los terremotos.

Justamente tres días antes del terremoto que sacudió Turquía, con epicentro en Kahramanmaras, al sur del país y frontera con Siria, había comenzado a leer la novela “Nieve” del escritor Orhan Pamuk, quien nació en Estambul en 1952 y recibió el Premio Nobel de Literatura en 2006.

La historia narra la llegada de un poeta exiliado en Alemania, a la que fuera su ciudad de juventud, Kars, para realizar un par de reportajes. El principal, sobre una serie de suicidios en mujeres que, por sus formas, resultaban inquietantes para todo el mundo.

El otro objetivo del protagonista de la novela, de nombre “Ka”, era escribir sobre las próximas elecciones municipales, que enfrentaba a laicos y religiosos. No obstante, detrás de estos trabajos periodísticos, también se esconde un viejo amor.

La nieve, como ahora en el terremoto, es una de las inclemencias que, tanto en la novela como en la actual devastación, arrojan paisajes desolados y melancólicos, lo que nos indica que siempre ha formado parte de las tragedias turcas.

Pamuk, poco a poco, nos va presentando una radiografía de la Turquía profunda, donde nos delinea sus preocupaciones por las enconadas confrontaciones entre el amplio mosaico de culturas e ideologías que conforman este país devenido del imperio Otomano.

Laicos y religiosos, debaten entre el deber ser de Occidente o de Medio Oriente. Las múltiples visiones que envuelven la mística de esta nación con influencia de la Rusia socialista, armenios o kurdos, navegan entre la liberación de la mujer, el extremismo religioso y por supuesto, el amor.

En su exquisita novela, menciona, por circunstancias que tienen que ver con el desarrollo de sus sociedades, a ciudades con nombres sorprendentes como Batman, Erzurum o Adana; esta última, fue uno de los puntos más afectados por el terremoto de magnitud 7.8, y que ya ha cobrado la vida de cerca de 40 mil personas.

Mientras he informado en las noticias de estos devastadores sucesos, al mismo tiempo, al leer cada página del libro de Orhan Pamuk, imaginaba el sufrir de los protagonistas como si ellos mismos hubieran sufrido el temblor. Era imposible hacer una disociación entre las noticias y los personajes de la novela. La tristeza y el ambiente fúnebre, entre la realidad y la ficción, se fueron mimetizando.

La novela me permitió adentrarme, de un solo golpe, en la piel de las personas que sufren por familiares muertos o heridos, pero también de quienes han tenido que comenzar a vivir en la intemperie tras el colapso de sus hogares, y entender que su vida se transformó de la noche a la mañana. Ahora sobreviven sin electricidad, con hambre, sin educación, y con mucha nieve.

Kars, la ciudad del libro “Nieve”, se encuentra al nordeste de Turquía, y es frontera con Armenia y Georgia. Mucho más al sur del vasto territorio turco, se encuentra Adana, donde pudo aterrizar el avión de la Fuerza Aérea Mexicana para que descendiera el equipo de rescatistas mexicanos. Ese fue el punto más cercano al que pudieron llegar. A partir de ahí, comenzaron a movilizarse vía terrestre a otras zonas afectadas con mayor intensidad.

Yo tenía 20 años cuando pisé por primera, y única vez, Turquía. Llegué en tren por Grecia después de un largo recorrido desde París. Era invierno y también había nieve. Pero al estar en el río Bósforo y el simple hecho existencial de poder cruzar caminando la frontera entre Europa y Asia, sobre sus aguas congeladas, era una vivencia única. Desde ese punto se podía ver la majestuosa Santa Sofía, y por supuesto a pescadores y vendedores de arenques fritos.

En un autobús de segunda, me trasladé a Capadocia, mucho más al centro de Turquía, y al norte de Adana; un viaje duro: por el frío, la noche interminable, sus costumbres, y las continuas paradas sin saber a dónde se llegaba; todo ello me permitió entender que a veces el destino no existe. Difícil de asimilar, que 23 años después y mientras leía un libro de Orhan Pamuk, la naturaleza se desataría con gran furia en este país musulmán, muy cerca de donde yo estaba.

Por desgracia, un terremoto va más allá de las muertes y heridos. De manera inmediata, se encadenan problemas que se esparcen por todo el país como pavesas: desplazados, hambre, interrupción de los procesos educativos, violencia, corrupción, etcétera.

Cuando Ka regresó a su país, ya bajo el establecimiento de una república encabezada por Mustafa Kemal, Atatürk, vinieron cambios trascendentales, como la eliminación de las escuelas religiosas, abolición de la ley islámica, derecho al voto de las mujeres, laicidad, etcétera, pero también ocasionó que los radicalismos, sobre todo los religiosos, se exacerbaran. Fenómenos y contradicciones que permanecen hoy en día en la Turquía profunda.

El gobierno y pueblo turcos se encuentran ante el reto descomunal, más allá de fobias y filias, de ser una sociedad solidaria para reconstruir las zonas devastadas, muchas de ellas, derivado de la corrupción que dejó evidencia la industria inmobiliaria, y que mientras las noticias dejan de transmitir los problemas en Turquía, también las nieves invernales se derritan y dejen al Sol volver a calentar las ciudades.

El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.

COLUMNAS ANTERIORES

Siria, en terreno de nadie
Europa baila tango y samba

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.