Acabamos de ver en España que, a pesar de ser una democracia consolidada, el sistema parlamentario deja aún muchos cabos sueltos y contradicciones que impactan en la estabilidad política, y en el descontento social.
A partir de los resultados del domingo pasado, sumado al capricho de los políticos, se evidenció que existe una sociedad polarizada entre los moderados y los extremistas. Es decir, hay una España fragmentada, en busca de identidad, en tiempos donde las crisis se acumulan: inflación, migración, cambio climático, etcétera.
Si en España vivieran un régimen presidencialista, como en Francia, entonces Alberto Núñez Feijóo sería el nuevo presidente del país ibérico, quizá eso traería la estabilidad que requiere el país en estos momentos.
Lo que quedó claro es que el Partido Popular se consolida como la primera fuerza política e ideológica, pero aún insuficiente para que, bajo su sistema parlamentario, se les permita la unción de su líder, como presidente.
Esta es la primera paradoja, porque incluso, y a pesar de que el PP es mayoría, las fuerzas de izquierda junto a independentistas podrían, bajo el escapulario del pragmatismo, hacer que repita Pedro Sánchez en la Moncloa. Para ello, podríamos ver obscenas concesiones que violen las propuestas esenciales del partido, o de la campaña.
Claro, eso ha pasado en muchas otras ocasiones, no es la primera vez que en España, o en otros países europeos, se lleven a cabo este tipo de vicisitudes. Recurrir al contrabando de puestos de gobierno, basado en los intereses cupulares y no en los ideológicos, nos lleva a entender que las democracias no necesariamente las define el pueblo. Basta que los políticos interactúen para resolver la encrucijada.
No obstante, en la España del 23-J pareciera que hay elementos irreconciliables. No se pronostican acuerdos de fácil envergadura. Al menos entre los siete parlamentarios que conforman el partido nacionalista catalán, Junts per Catalunya, con el PSOE. Estos escaños son fundamentales para que los socialistas alcancen los votos requeridos. De esta forma, las exigencias de los primeros, podrían ser suicidas para los segundos.
Sobre todo, bajo el trasfondo actual: la Fiscalía española solicitó que se emita una orden de búsqueda, captura e ingreso a prisión de Carles Puigdemont, quien maneja a Junts. Esta encomienda se da después de que el pasado 5 de julio, la justicia europea le retirara la inmunidad como eurodiputado. En ese momento, el PSOE celebró la decisión. Ahora lo necesita más que nunca.
Recordemos que Puigdemont, amado por unos, pero odiado por otros, es un político de la vieja guardia catalana. Fue presidente de la Generalitat, hasta que el 1 de octubre de 2015 fue acusado de rebeldía por declarar, unilateralmente, la independencia de la autonomía mediterránea. Ahora, entre sus criterios e imposiciones, dependerá la investidura de Pedro Sánchez.
Del otro lado de la moneda se encuentra el triunfador Partido Popular, con anodinas opciones para que Núñez Feijóo sea elegido presidente. Entre sus aliados, se encuentra la humillada extrema derecha encapsulada en Vox. Las otras minorías, no presumen ser muy de su agrado. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, el Partido Nacionalista Vasco, quien, con sus cinco escaños, decidió declinar apoyar la investidura del ¨Popular. Esta decisión apenas se dio a conocer un día después de las elecciones.
Como vemos, las cosas se complican para ambos bandos, los moderados de izquierda y de derecha, que ahora buscarán, desesperados, alianzas con los grupos radicales para buscar la anhelada conformación de gobierno.
Ante tal disyuntiva, la pregunta natural es: ¿a quién le convendría repetir elecciones, partiendo de la premisa de que, en estos momentos, nadie quiere hacerlo? Ese galimatías conlleva un desgastante proceso de reflexión para los protagonistas: habrá de proponer una nueva estrategia donde se replanten propuestas, recursos y movilizar nuevamente a sus respectivas estructuras.
En ese contexto, para el Partido Popular, apostar nuevamente a una alianza con Vox le resultará tedioso, insuficiente, e incluso contraproducente. Todo ello ante el descalabro en los resultados por los de Abascal, líder radical de Vox, que evidenciaron que su partido no está siendo bien admitido por un amplio sector de españoles.
Mientras tanto, el PSOE seguirá en su laberinto, buscando encontrar respuestas, a un gobierno que no logra presumir resultados, con problemas que se acumulan, y la figura de Pedro Sánchez, ya muy desgastada.
El problema, de no lograse la conformación de gobierno, como todo hace suponer, será entonces, ¿qué tiene que suceder para que PP o PSOE logren una nueva mayoría? La respuesta quedará en manos de la gente.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.