La inseguridad y violencia en México están desbordadas. A esa evidente conclusión llegamos después de ver los hechos diarios: homicidios, enfrentamientos entre criminales, desaparecidos. En prácticamente todos los estados del país, los esfuerzos entre los tres niveles de gobierno han sido infructuosos. No hay coordinación entre los diversos cuerpos de seguridad, cuyo liderazgo recae en el Ejército, ni estrategia capaz de disminuir la presencia del narco, ni de su influencia en la sociedad.
A las Fuerzas Armadas de México, se les ha sobresaturado. Además de ser las encargadas de cuidar la seguridad de todos los mexicanos, se les ha encomendado construir, administrar y operar áreas que corresponden, en una democracia con estructuras institucionales sanas, a mandos civiles. Esta sobreexplotación en sus atribuciones, lo único que ha ocasionado es degenerar su esencia.
Preocupa aún más, que el gobierno busque sustentar su éxito en cifras y porcentajes, y así aparentar un “logro más”. No obstante, la realidad demuestra que estamos más cerca del fracaso que de la solución. Por más que el gobierno se empeñe en afirmar que hay una disminución en los homicidios dolosos en comparación al sexenio pasado, rápidamente su optimismo es cuestionable, al concluir que en su gobierno se rompió la cifra de asesinados, comparados con los sexenios que le antecedieron.
Incluso si tomamos en cuenta las afirmaciones del presidente López Obrador de que al terminar su sexenio se habrá disminuido un 20 por ciento los homicidios, es muy pobre el resultado, ya que de cada 10 asesinatos de antes, ahora sólo se han salvado dos vidas. Esto, a un año de que concluya su mandato.
Urge un cambio de timón para combatir la inseguridad. No obstante, es ya evidente que ni el presidente López Obrador, o algún miembro de su gabinete lo van a hacer. La apuesta del actual gobierno por mantener la narrativa (incluida la de echar culpas al pasado, a pesar de las promesas de campaña, que prometían acabar con la violencia en México), va a continuar hasta el inicio del siguiente gobierno.
Mucho menos se espera un cambio de algún gobernador. Ya ni qué decir de los débiles presidentes municipales, quienes se encuentran maniatados por el poder del crimen organizado, ese monstruo de mil cabezas, tan ingobernable como impune.
Los apoyos sociales no están siendo suficientes para impedir que jóvenes sean aspirados por el crimen organizado. Miles de familias mexicanas se mimetizan, más y más, con la narcocultura, el narcogobierno o la narcoamenaza. La economía que mueve el crimen organizado, con dinero ilícito, pero también lícito, ha impactado directamente en nuestras diversas sociedades.
Hace poco, Marcelo Ebrard afirmó que la economía del Estado mexicano debe crecer más rápido que la que impulsa el narcotráfico. En esencia, tiene razón. Aunque falta saber cuál es la fórmula para lograr un crecimiento superior al 5.0 por ciento; crear empleos mejor remunerados, que los que ofrece el narco; además de crear un tejido social impenetrable por las células criminales. México vive un serio problema de empoderamiento del crimen que impide combatir su seducción o amenaza. No están bastando los apoyos sociales, ni los programas municipales de baja infraestructura, donde aparentan crear espacios deportivos y culturales.
La utópica frase de “abrazos, no balazos”, sigue siendo sólo un eslogan de campaña. Efectivo para atraer votos y simpatías, pero tan ingenuo (incluso molesto), que equivaldría a suponer que un león no atacará a una persona que prepara chuletas en un picnic.
Los apoyos sociales nunca serán suficientes, porque los problemas que hay de fondo no se costean con dinero regalado. Una sociedad y sus instituciones tiene que estar por encima de sus problemas para poder resolverlos. Si sucede lo opuesto, las acciones emprendidas por los gobiernos en turno, tienen que ser de tal magnitud, coordinación y efectividad, para que, entonces, puedan revertir los escenarios adversos.
Para ello, la mecánica debe empezar poco a poco, pero con decisiones asertivas e inequívocas, por ejemplo: crear una Guardia Nacional civil. Crear tecnología de punta. Pero también, redefinir estrategias conjuntas entre áreas de inteligencia internacional, sin temer que se viole la soberanía… esa que tanto burla el crimen organizado.
Evaluar hasta dónde y cómo se debe legalizar cierto tipo de sustancias: se debe dejar de lado la hipocresía y entender que hoy día, las drogas se venden en las calles, bares, restaurantes, etcétera, con tal facilidad y bajo el cobijo de autoridades, como si se compraran cigarros en un Oxxo.
Se debe invertir en salarios y profesionalización de policías municipales, que dignifique su preparación, pero también ofrecerles garantías de que ellos y sus familias tendrán una realidad acorde al significado que es, dar la vida por los demás.
Para colmo, se han empezado a dar importantes visos de violencia electoral. Esta tentación del crimen organizado por empoderarse, a través de puestos públicos, vuelve a latir fuertemente. Ante ello, uno se pregunta ¿qué está haciendo el Estado mexicano, para impedirlo? Me temo que la respuesta es nada, porque está rebasado.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.