Lo que hizo Hamás de atacar deliberadamente a la población civil israelí, debe condenarse unánimemente por la comunidad internacional, Estados, gobiernos e instituciones multilaterales. No debe existir margen para no hacerlo, y quien no lo haga, está aceptando que los ataques terroristas a inocentes, incluidos niñas, niños y adolescentes, son un motivo válido para obtener poder.
El grupo terrorista Hamás, carente de raciocinio y fanáticos de la violencia extrema y religiosa, vulneró la capacidad del Estado israelí para iniciar una nueva batalla. Pero, ¿quién pierde? Además de los cientos de familias de Israel por sus muertos, también los miles de palestinos que, bajo las órdenes radicales de Hamás, quedaron expuestos; no sólo por lo que sería la respuesta del gobierno israelí, cuya contraofensiva pulverizó toda oportunidad de futuro en Gaza, sino porque desde antes, los terroristas han preferido el bloqueo de su propio desarrollo, ante la paciencia ciega de aliados y enemigos.
Hamás sabía que existiría una reacción contundente por parte de Israel, y que muchos, en el actual mundo de ‘izquierda’, usarían ese contraataque para lanzar protestas masivas contra el mundo judío. Esa era su apuesta y les está funcionando en ciertos sectores.
Las narrativas a partir de los terribles hechos que se están dando, primero en Israel, después en la Franja de Gaza, a través de la desinformación, nos están tratando de conducir a debatir este conflicto, como si se tratara de una enemistad entre pueblos, culturas y religiones, y no un conflicto que desde hace tiempo se da entre Estados y grupos terroristas locales, regionales y globales. Hamás nunca ha buscado la paz, todo lo contrario, ha fomentado las crisis, por sobre el bienestar de los palestinos, ese es su caldo de cultivo.
No obstante, con este ataque de Hamás, también está perdiendo la derecha que actualmente gobierna Israel, ya que evidenció su incapacidad para evitar los ataques terroristas. Yuval Noah Harari, uno de los historiadores más respetados del mundo, y cuya familia vivió el terror en el kibutz Be´eri, atacado el pasado 7 de octubre, afirmó que Benjamin Netanyahu es un “populista, genio de las relaciones públicas, pero incompetente primer ministro, quien prefiere sus intereses personales, por sobre los nacionales”. Agrega que se ha encargado de “dividir a su país y que se ha rodeado de gente leal, mas no calificada”. La conclusión es que todos pierden bajo la actual situación, por lo que ahora conviene preguntarse, ¿qué sigue?
Se trata de analizar si se puede transitar de una sistemática etapa de conflictos en la región, a lograr una paz definitiva, consensuada y articulada, que en realidad es lo que ha urgido desde hace varias décadas. Ayer llegó Joe Biden, presidente de Estados Unidos, a Israel, para comenzar a visualizar posibles vías que, para empezar, frenen los ataques de Israel a la Franja de Gaza, pero al mismo tiempo, que el terrorismo deje de ser una amenaza para la comunidad judía.
Biden apoya incondicionalmente al gobierno de Netanyahu, también ha asegurado que se requieren garantías para establecer un Estado palestino formal y bien delimitado territorialmente. Bajo su liderazgo, veremos si le alcanza a construir las bases de una nueva etapa, circunstancia que entrará en la carrera electoral, y ante la nueva amenaza de que llegue Trump, dinamite toda esperanza de paz en la región, azuzado en el radicalismo que comparte con Netanyahu.
Es decir, se llegó al final del túnel. No hay vuelta atrás para lograr acuerdos de paz y resultados tangibles que pongan fin a la guerra sistemática, si ya no se quiere seguir atentado contra civiles que profesen cualquier religión. Eso lo deben entender primero Israel y el Estado palestino, y después Irán, Líbano, Egipto, Siria, Qatar y Turquía… y por supuesto Europa, Estados Unidos y el mundo occidental.
La ONU está rebasada y maniatada, porque su sistema de pesos y contrapesos en el Consejo de Seguridad está agotado. Ya no sirve para solucionar conflictos; al contrario, ahora los politiza. Desde hace tiempo no resuelve problemas estructurales que aquejan al mundo. Un mundo multipolar con antagonismos irrenunciables, Rusia y China, por un lado, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña por el otro. Estos bloques dejan sin opciones las resoluciones de trascendentales.
La realidad alcanzó a Medio Oriente. Los miles de muertos civiles que suman entre israelíes y palestinos, cobijan el fracaso del plan de la ONU desde 1947. Las potencias no entienden que durante este siglo XXI se deben buscar la paz y el desarrollo; me temo que está sucediendo todo lo contrario, y mientras algunos Estados-nación miran hacia sus propios intereses, los terroristas se apropian de la paz de los inocentes. El mundo, nuevamente se encuentra a prueba.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.