Nueve horas bastaron para comprender que la naturaleza es quien manda en el mundo, y no la mano ni la mente del hombre. El ser humano no deja de ser un habitante insignificante, transitorio, pequeño ante un ecosistema que aún nos domina y conquista. Mientras avanzamos destruyendo nuestro hábitat, los fenómenos de la madre tierra se empeñarán en destruirnos más y más. Lo curioso y patético, es que seguimos sin aprender.
Apostamos a desarrollar energías sucias que dañan y alteran nuestro entorno, seguimos contaminando nuestros océanos, y aún devastamos nuestras selvas. Sin lugar a dudas, el ser humano tiende a la autodestrucción, no es nuevo decirlo, aunque en la mayoría de las ocasiones, esa determinación depende de quienes nos gobiernan, y que, apeados en los votos o consultas públicas, creen que gobernar les da derecho a implementar medidas anacrónicas.
Mientras tanto, la naturaleza nos seguirá escupiendo su furia. El cambio climático ya nos está consumiendo, y mientras unos creen que, con sus vocecitas matutinas, tan insignificantes para los vientos oceánicos, van a detener las calamidades, huracanes como Otis hacen de las suyas arrasando ciudades enteras.
Otis evidenció de qué estamos hechos en México: desigualdad, pobreza, visceralidad, incapacidad, insensibilidad… caos. Los tres niveles de gobierno fallaron. No supieron reaccionar con prontitud, durante esas importantísimas horas previas en que la tormenta tropical escaló, a pasos agigantados, hacia convertirse en categoría 5; la peor de todas, lo que significaba destrucción total.
Miopes, los gobiernos y sus responsables, mandaban un tuit, otros celebraban, otros no estaban. Pasaron la noche sin entender, o no quisieron entender lo que se venía, a pesar de las horas previas. Cuando despertaron, el desastre estaba ahí, y lo más lamentable de todo, es que antes que pensar en las víctimas pensaron en los próximos votos.
La estrategia de los tres niveles de gobierno, todos morenistas, que ahora deben resolver el desastre, no consistió en entender la dura realidad para estar, lo más antes posible, apoyando a los afectados, sino se concentraron en amortiguar el impacto mediático ante las críticas que se les venía. Así que implementaron su ya sabida estrategia de culpar a los demás: a los medios, a los políticos de oposición, al tiempo, a la naturaleza.
Su culpa consistió primero en su incapacidad de reaccionar con urgencia horas antes de la entrada de Otis a las costas guerrerenses; dejaron a los guerrerenses recibir un huracán categoría 5 por la noche, mientras todos se iban a la cama, sin luz y sin capacidad de reaccionar. La presidenta municipal, la gobernadora y el presidente prefirieron “esperar”. Esperaron las primeras horas después de su paso, atolondrados y lentos, en darse cuenta de la pesadilla.
Y decidieron, después de repartir culpas, usar la estrategia de la minimización de los daños, de achicar la catástrofe. De decir que “no fueron tantos los muertos”, que no fue tan grave la afectación. ¿Cuántos muertos son muchos, para el presidente? Minimizar desde la mañanera no va a revertir la realidad de una tragedia, los desamparados en Acapulco y localidades aledañas se lo recuerdan a diario con sus diversos despojos.
La destrucción que ocasiona un huracán como Otis, no se resuelve sólo con buenas intenciones, ni con intentonas desesperadas por llegar al lugar de los hechos sólo para la foto; quiero suponer que el poder y capacidad de un Ejecutivo alcanza para llegar a un puerto desolado con la infraestructura adecuada, vía terrestre o aérea, y ejecutar acciones ejemplares, únicas, urgentes. Pero quedarse atascado en un camino, habla de una incapacidad de planear y crear estrategias, tan bochornoso, que es inevitable preguntarnos ¿en manos de qué gobiernos estamos?
Pero el presidente sigue y seguirá viviendo en un laberinto de fantasmas y fantasías, donde cree que todo lo que pasa es culpa del ‘otro’, pasado, presente, futuro, conservadores, medios, dioses y demonios.
Dentro de ese laberinto en el que se encuentra, está el manejo del presupuesto. Sucumbe y sueña pesadillas porque los recursos son finitos y no le alcanza para costear otras vicisitudes, previstas o imprevistas, bien sea para sus proyectos como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, o bien, para eventos tan desafortunados como la pandemia por Covid-19 u Otis.
Por eso, de la nada, saca de su chistera ocurrencias mañaneras, como la de usar recursos de los fideicomisos del Poder Judicial (que benefician a trabajadores y su infraestructura) para destinarlos a los damnificados en Acapulco. Pretende gastar lo menos en momentos urgentes, y lo más en áreas que generan energías sucias, alteración de áreas naturales, o empoderar a las Fuerzas Armadas, cuyos fideicomisos son intocables.
Está concentrado en el poder y no en el gobernar; en las acciones para ganar la próxima elección, y no en las acciones para progresar; en usar su carisma para polarizar, y no para unificar. Todo ello está dejando un Estado mexicano débil y bajo las olas del mar.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.