Sorprendió gratamente la aparición de Claudia Sheinbaum, la semana pasada, en diversas entrevistas que concedió a varios periodistas, entre ellos a quienes sistemáticamente ha estigmatizado y agredido el presidente López Obrador, como a Ciro Gómez Leyva y Joaquín López Dóriga.
Se le vio consistente, coherente, articulada, madura. Se notó que ha entrenado bien cómo, de manera sutil, diferenciar algunos aspectos claves de la narrativa que ha entrampado a López Obrador, como el eslogan “abrazos, no balazos”, y al que ella hizo referencia, de que esos abrazos van para los jóvenes y gente inocente.
También destacó su historia profesional, la cual consistió en prepararse obteniendo las mejores calificaciones, grados de estudio, incluso celebró haber logrado estancias en el extranjero en una de las mejores universidades del mundo, lo cual ha criticado su mentor político en diversas mañaneras, al llamarles a quienes han viajado a otros países a profundizar su educación como tecnócratas o aspiracionistas.
No obstante, también dejó apapacharse por comunicadores afines ideológicamente a ella, incluso con personajes propagandistas de la 4T. Ahí no hay mucho qué decir de los resultados, ya que el impacto no trasciende más allá de su voto duro.
Pero acertó en sentarse frente a audiencias que quizá la reprueban o bien se encuentran indecisas en cuanto a su voto el próximo 2 de junio, y cuya tendencia sea más proclive a votar por la oposición que por el proyecto que autodenomina “el segundo piso de la transformación” (a pesar de que aún no se termina, ni por mucho, el primero).
Es muy probable que haya puesto a pensar a más de uno, sobre si su posible triunfo signifique la de una presidenta que se encamine de forma independiente a ordenar, mejorar, reconstruir, reorientar lo que deja la actual administración. Que actúe bajo sus propios parámetros, estilo, equipo, o bien, y como se le ha criticado o supuesto, seguirá gobernado López Obrador desde su rancho en Palenque, Chiapas.
Debe ser complicado recibir un país con una serie de pendientes en marcha y sin la plenitud de saber si el presupuesto alcanzará bajo los subsidios ya establecidos, en sectores que no funcionarían sin la mano del Estado, como en el AIFA, en la empresa estatal Mexicana, el Tren Maya, refinerías, etcétera, proyectos a los que aún no se sabe hasta cuándo serán autosuficientes.
Una reforma fiscal será una de las realidades a implementar para lograr paliar el endeudamiento que en este gobierno ha crecido en casi 5 billones de pesos, así como los megaproyectos en marcha de López Obrador, sino también, las nuevas promesas que ha comenzado a esparcir Sheinbaum, como el nuevo apoyo bimestral a mujeres de “60 a 64 años equivalentes a la mitad de la pensión de los 65 y más”, que esgrimió en sus 100 puntos del pasado 1 de marzo, y donde en efecto, no hubo nada relacionado en impulsar reformas en materia hacendaria.
Claudia demostró que tiene muy claros los argumentos y objetivos, se nota una mujer con carácter y determinación, capaz de afrontar cualquier embestida. Si las encuestas no se equivocan esta vez –sigamos dudando al respecto, pues en México y en el mundo han quedado a deber, tomemos como ejemplo lo que sucedió en el Estado de México en las pasadas elecciones, y lo sucedido en Argentina con Milei, cuyos pronósticos fueron muy distintos a la realidad– y el pulso de su ventaja es implacable, difícilmente Xóchitl Gálvez le alcanzará.
Eso no significa que Claudia Sheinbaum no pueda caer estrepitosamente, si surgen errores importantes, o si los negativos de López Obrador no se matizan a su favor. La campaña está empezando y los números podrían moverse sustancialmente a favor o en contra de alguna de las candidatas. No obstante, es entendible que Claudia busque también apoderarse del voto duro de López Obrador, por ello se mueve en esa delgada línea entre ser y no ser, y así no decepcionar al recalcitrante voto obradorista (56 por ciento de aprobación, según la última medición de EL FINANCIERO).
Los debates serán muy parejos. Tanto Claudia como Xóchitl pretenderán arrinconar, denostar y evidenciar. Pero ese talante confrontativo que sucede en los debates, muchas veces en lugar de presentar a un claro ganador, las tendencias llevan al empate, o bien, a declararse todos como vencedores. Difícilmente se vislumbra que habrá una clara triunfadora, por lo que no modificará sustancialmente las tendencias. Y si el voto indeciso se divide, tampoco habrá desequilibrios.
Claudia tiene los elementos suficientes para llevarse la elección, no obstante, se nota que sigue en la encrucijada de hasta dónde ser Sheinbaum y hasta dónde López Obrador. Quizá en una de esas, y por querer ser los dos a la vez, la confusión la lleve a perderse entre quijotes y científicos.