Se pronostica una batalla épica entre los dos candidatos a la presidencia estadounidense. Nuevamente, una mujer está en la antesala de habitar por primera vez la Casa Blanca, y nuevamente, uno de los personajes políticos más misóginos podría regresar a lo que ya obtuvo, gobernar la nación más poderosa del mundo.
Donald Trump ya se había enfrentado a otra mujer, Hillary Clinton, y sorpresivamente la venció cuando todas las encuestas apuntaban lo diferente. Entonces inició una de las etapas más inciertas y preocupantes de la historia reciente de los Estados Unidos, pues llegaba al poder un hombre que cargaba con un pasado beligerante con grupos vulnerables y caótico con la justicia, es decir, un brillante oportunista.
En México se tuvieron impactos inmediatos; las producciones de televisión buscaban frases adecuadas para entender lo que significaba el triunfo del republicano para México. En lo personal, moderé un programa de análisis llamado “La amenaza de Trump”, ya que una de las primeras bravatas que puso sobre su agenda fue la de acabar con el T-MEC y subir aranceles a productos esenciales dentro de la economía y sociedad mexicana.
Por fortuna, bastaron cuatro años para que los estadounidenses vieran en el magnate de Nueva York a un personaje siniestro, capaz de mentir en cada discurso, ejecutar acciones que vulneraban las instituciones democráticas de los Estados Unidos y, al mismo tiempo, convertir a los grupos más desprotegidos, como los migrantes, en carne de cañón para alimentar las ansias y el fervor de sus bases políticas, muchas de ellas, las más ignorantes del país.
Pero, paradójicamente, algo sucede en ese sistema político y social, que a pesar de que fue desterrado del poder, incluso demandado por diversos fraudes, pudo regresar a competir, otra vez por la presidencia, como si se tratara de una revancha por un buen apostador.
No obstante, las causas le pusieron de rival nuevamente a una mujer: Kamala Harris, quien sustituyó a Joe Biden por su incapacidad de participar en una contienda electoral, y mucho menos gobernar un nuevo periodo en la presidencia; a tiempo, se redefinieron las cosas para impulsar una nueva candidatura que renovara a los demócratas y al proceso político estadounidense.
Kamala Harris ya es la candidata oficial de los demócratas, después de ser ratificada en su convención en Chicago. Eso le dio certeza y confianza, a pesar de que desde antes ya estaba confirmada por el aparato del partido. Pero también le dio puntos de ventaja sobre Trump, que se le ve desgastado y descastado. Repetitivo y poco convincente, Trump ha caído en una espiral descendente, sin lograr conectar con nuevos grupos de la sociedad, mucho menos con nuevos electores.
No obstante, aún faltan dos meses de campaña. Veremos debates, mucho gasto en publicidad y promesas de todo tipo. Las encuestas más recientes ponen a Kamala Harris arriba de Trump, pero aún son ligeras diferencias que pueden revertirse en cualquier momento. Por ello es fundamental anticipar el factor sorpresa, ya que Trump, cada vez más desesperado, buscará ponerle señuelos que le hagan equivocarse.
Kamala aceptó la nominación demócrata “…en nombre del pueblo, de cada estadounidense, sin importar el partido, la raza, el género o el lenguaje que su abuela hable…”, un mensaje directo a la esencia de la sociedad estadounidense: la diversidad. Una premisa, que, por el contrario, Donald Trump ha buscado boicotear.
Las cosas han cambiado mucho desde que Donald Trump aceptó la nominación republicana, el pasado 18 de julio. Días antes habían intentado asesinarlo y Joe Biden aún no se bajaba de la contienda bajo un discurso de sostenerse a como diera lugar. En su discurso de ese día, Trump afirmó… “se debe sanar la discordia”. ¿Sanarla de qué? Justamente de personajes políticos como él.