La Unión Europea acaba de realizar un giro de tuerca hacia el multilateralismo, una vez más, lo cual es de reconocerse. Pretende eliminar aranceles a más del 91% de sus productos para exportarlos a los países que conforman el Mercosur, lo cual transformaría la relación intercontinental no solo en lo comercial, ya que negociar con el bloque regional más humanista significa crecer en muchos aspectos más.
Después de consolidarse bajo esfuerzos y resultados duros e innovadores, que data desde la década de 1950 con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la firma de los Tratados de Roma y el nacimiento del Parlamento Europeo, hoy dobla la apuesta para expandir su alianza comercial hacia América del Sur.
No es nueva esta intentona de estrechar vínculos con el bloque sudamericano. Desde hace 25 años comenzaron con las primeras negociaciones, pero en 2019, intentaron signarlo definitivamente, pero derrapó por falta de consenso y miedo entre diversos sectores que temían perder competitividad frente a sus pares de la región americana.
Ahora, cinco años después y con más esperanzas que nunca, aunque aún falta la ratificación de los 27 países del bloque europeo, están por empujar lo que significaría la mayor zona de libre comercio del mundo, donde 700 millones de personas podrían beneficiarse de productos con aranceles preferenciales, lo cual se traduciría en mayor competitividad y mejores precios para el consumidor.
Pero se podrían volver a tropezar con la misma piedra, ya que, aunque a todas luces un acuerdo comercial de este calado beneficiaría a todos los países involucrados: 27 europeos más cuatro sudamericanos (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay), hay quienes desde el viejo continente se oponen a rajatabla a este acuerdo, como Francia y Polonia, pero hay otros más, que le siguen dando vueltas a las ideas, como Austria e Italia. Esto quiere decir que falta un tramo sinuoso para convertir este acuerdo en una realidad.
Principalmente, estos países negacionistas ven con reticencia el impacto que implicaría en la industria agrícola y ganadera, al considerar que serían arrasados por sus contrapartes americanos.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una de las principales arquitectas de este proyecto renovado e integral, se encuentra en franca disputa con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien vive una crisis de gobernabilidad, por lo que está regateando cualquier apoyo político a cualquier costo, bajo una visión muy cortoplacista.
En ese contexto, la líder europea publicó en el diario El País que Europa se enfrenta a un mundo “en el que se están levantando nuevas barreras comerciales”, y que por ello los “agricultores se encuentran con crecientes restricciones, situaciones de competencia desleal e incertidumbres geopolíticas”, de esta forma, la “nueva asociación entre la UE y Mercosur representa una oportunidad de revertir esta tendencia”.
Por supuesto, desglosa los beneficios que tendrán los productores europeos, no sólo porque accederán a un mercado que representa 268 millones de consumidores sudamericanos. También aclara que el acuerdo impedirá la venta ilegal de productos, o bien, que son falsificados. Como ejemplo, pone al queso manchego, de origen español, y que decenas de marcas colocan esa denominación de origen en sus quesos fakes.
Vale la pena considerar este acuerdo como un contrapeso hacia aquellos gobiernos que han emprendido una campaña anacrónica para defender el proteccionismo como si fuera una bandera nacionalista-electoral. Lo que propone la Unión Europea y el Mercosur es justamente asumir modelos progresistas y necesarios para enfrentar la desigualdad, la competitividad y mejores precios. Además, bajo regulaciones adecuadas y reglas justas, se ampliarían mercados paralelos regionales, lo que implica que su productividad pueda expandirse en beneficio de muchos más.
Lo reafirma Ursula von der Leyen: este acuerdo es una “necesidad geopolítica”, no solo porque se comparten compromisos conjuntos como los enmarcados en el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, o bien, porque se comparten historia, idiomas y cultura, sino que también “la cooperación internacional es el verdadero motor del progreso y la prosperidad”.
Con este acuerdo, estarían involucrados 31 países en dos continentes y 100 mil millones de intercambios comerciales. Lo cual no solo dinamizaría la región, muy agazapada a sus propias fronteras, sino que la expansión de los beneficios impactaría a países circundantes a los respectivos bloques, provocando que el día de mañana otros países se incluyan en un acuerdo que, además de comercial y financiero, sería humanista.