De por sí, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ya perfilaba un panorama difícil para la relación bilateral entre EU y nuestro país; los recientes anuncios del virtual mandatario estadounidense y la renuncia de Justin Trudeau ensombrecen todavía más los nubarrones que había en el horizonte.
En unas cuantas horas, Donald Trump insistió en que impondrá aranceles a México y continuó con su narrativa de que la migración y el tráfico de drogas son dos importantes asuntos en los que el margen de negociación será, por decir lo menos, infranqueable.
Es un hecho que, apenas ponga un pie en la Oficina Oval, el próximo presidente de EU firmará sendas órdenes ejecutivas para declarar a los cárteles mexicanos de la droga como organizaciones terroristas, lo que facultaría a ese país a echar mano de su poderoso Ejército para combatir a los grupos criminales.
La declaratoria no sería preocupante si fuera solo una ocurrencia, pero se trata de una verdadera amenaza que ya tensa las siempre difíciles relaciones entre nuestro país y EU.
Porque Trump ha dejado ver su talante imperialista, con bravatas tales como la intención de “anexarse” a Groenlandia y a Canadá e intervenir militarmente para tomar el control del Canal de Panamá, luego que durante más de 100 años estuvo administrado por EU. Los argumentos que esgrime son que estas acciones son indispensables para garantizar la seguridad de su país. Lo mismo ocurre con el narcotráfico, y más aún cuando el fentanilo, una de las drogas presuntamente introducidas a EU por organizaciones criminales mexicanas, deja un promedio de 100 mil personas muertas por sobredosis cada año.
Es claro que a Trump no le importan los datos, ni que las sobredosis por fentanilo en ese país alcanzaron el año pasado su nivel más bajo desde 2020 con una reducción de 14.5 por ciento, según cifras de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
Igualmente, le tiene sin cuidado que la inmigración ilegal ha caído incluso por niveles debajo de los registrados durante su primer mandato. Datos de las oficinas de Fronteras y de Seguridad Nacional arrojan que entre junio y noviembre del año pasado, EU expulsó a 240 mil personas que ingresaron a su territorio de manera ilegal para sumar 700 mil en el año fiscal que concluyó, la cifra más alta desde 2010.
A Trump le conviene negar y exagerar la realidad, a tal punto que encargó a un equipo cercano tratar de identificar una potencial amenaza sanitaria ocasionada por los migrantes para así sellar la frontera con una medida similar al Título 42, aplicada durante la crisis por la pandemia de COVID-19 y que dejó una severa sangría económica para México.
Por si fuera poco, la renuncia de Justin Trudeau como primer ministro de Canadá luego de un desgaste que se aceleró con las acometidas constantes de Trump, nos coloca de frente a un escenario en el que nuestros dos principales socios comerciales estarán en manos de gobernantes conservadores, que buscarán cualquier argumento para renegociar o anular el T-MEC y tratar de controlar al poder del gobierno de Morena encabezado por Claudia Sheinbaum.
No es que Trudeau fuera el mejor de los aliados; de hecho, en repetidas ocasiones tomó partido por sus homólogos de EU y en contra de México, pero al menos su relativa pasividad permitía el diálogo y la confrontación discursiva con la Unión Americana permitía un relativo balance de fuerzas.
No tener ese respiro aumenta enormemente la vulnerabilidad de México ante la llegada de un ultraconservador como lo es Trump y el hecho de que, sin aliados de peso, estemos en primera fila frente al gobernante más poderoso del mundo, y cuyas incendiarias declaraciones vulneran todavía más un mundo que desde hace mucho tiempo perdió su frágil equilibrio.
Sotto voce
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