Uso de Razón

Colombia: el riesgo del cambio, o el caos

Las élites no quisieron cambiar. Ahora han quedado derrotadas, por arrogantes e inflexibles, subordinadas a que otros definan el destino del país que gobernaron por más de medio siglo.

BOGOTÁ, Colombia.- El más peligroso de los candidatos presidenciales de Colombia no era Petro, sino Hernández.

Un ingeniero constructor de 77 años, narcisista, grosero, lleno de ocurrencias y sin ideas, completamente imprevisible, apodado ‘el Trump tropical’, quedó en segundo lugar en los comicios de ayer. Si el traslado de votos se da como está previsto, ganará la presidencia de este país el 19 de junio.

Falta todavía para el 19, y Rodolfo Hernández aún no ha ganado –con la suma de sus votos y del candidato uribista Federico (Fico) Gutiérrez, que le dio su respaldo–, pero la tendencia es ésa.

Se avecinan 21 días de trepidante lucha política que marcarán el destino de Colombia.

Ayer reventó el establishment de este país. Fue el fin de una era.

Las élites no quisieron cambiar. Ahora han quedado derrotadas, por arrogantes e inflexibles, subordinadas a que otros definan el destino del país que gobernaron por más de medio siglo.

El ingeniero –como le gusta que le llamen– no tiene partido político, llegó a la segunda vuelta con un discurso antiestablishment, contra la corrupción y la austeridad.

Prometió reformar el Código Penal para que la corrupción fuera castigada con cárcel, sin derecho a fianza.

Paradójicamente, él está imputado por corrupción, por presuntos beneficios obtenidos por su hijo con el servicio de limpia en Bucamaranga, de la que fue alcalde.

Al celebrar que había llegado a la segunda vuelta, dijo que con los resultados de ayer se garantizaba, para Colombia, que no habría “ni un día más con los mismos que han llevado al país a la situación en que nos encontramos”.

Sus promesas, lo apuntamos en este espacio la semana anterior, eran la quintaescencia del populismo: todo se arregla con el combate a la corrupción, es fácil gobernar: como una empresa.

No va a vivir en la casa presidencial, y para ahorrar venderá sedes diplomáticas colombianas en el exterior.

También les quitará los coches oficiales a los funcionarios, pondrá a la venta las casas de descanso para huéspedes distinguidos que el gobierno tiene en Cartagena (como las que el gobierno de México tenía en Cancún) y va a donar su sueldo.

Listo. De los temas de fondo, sólo ha manifestado una sola idea: está en contra de los tratados de libre comercio.

En lo demás no hay propuestas concretas y sí contradicciones: en el plebiscito votó en contra de los acuerdos de paz del gobierno con las FARC, y en campaña dijo que iba a hacer cumplir los acuerdos.

Petro tiene una propuesta de justicia social con estabilidad económica. Combate a la corrupción, la violencia y el hambre.

Llama dictadura al régimen de Maduro en Venezuela.

¿Hay que creerle?

Fue guerrillero del M-19, aunque nunca tomó las armas. Lo suyo era un rol ideológico. Aunque esa ideología estaba por alcanzar el poder por la vía de las armas. Luego renunciaron a ellas.

Colombia es uno de los países más desiguales de América.

Tiene 50 millones de habitantes, y 21 millones de ellos viven en la inseguridad alimentaria. Pueden comer un día, el siguiente no se sabe.

Cuando le preguntan a Petro sobre restablecer relaciones con Venezuela, se escabulle: “Si no hay que tener relaciones con dictaduras, tendríamos que romper con Emiratos Árabes Unidos que también es una dictadura y quizá peor”

Es decir, generaliza. Y el que generaliza, absuelve.

Cuando le preguntan si condena la invasión rusa a Ucrania, responde que también la invasión a Siria, Libia e Irak.

Vuelve a generalizar, una forma de absolver.

Plantea reforma de pensiones, y tomar para el Estado la administración de los fondos de retiro. Con ellos, financiaría los subsidios sociales.

Tiene propuestas concretas, serias, de apoyo a los campesinos para migrar voluntariamente del cultivo de hoja de coca (en lo que ganan muy poco, pues la ganancia es para los narcos) a productos lícitos.

Busca dotar de infraestructura para que los campesinos puedan sacar sus productos al mercado, y no se les pudran las cosechas.

Se planteó 14 años de límite para una transición de energías fósiles a energías renovables.

Ha manifestado su compromiso irrestricto con la democracia.

No es un político de sangre liviana. Sus intervenciones despiden un tufillo autoritario. Pero tiene carrera en el Congreso, lo que implica experiencia en el diálogo y los acuerdos, ceder y negociar.

Ha tenido la valentía de denunciar, desde la tribuna parlamentaria, la conexión entre caciques políticos regionales con narcos, paramilitares y grupos del crimen organizado, formados por exguerrilleros.

Es de izquierda, sin duda. Y es un error pensar que todo político de izquierda es populista.

¿Creerle o no creerle?

La medianoche que llegué a Bogotá me equivoqué de dirección y llegué a un edificio casi en ruinas, y conversé largo rato con el cuidador:

-Voy a votar por Petro. Los que gobiernan nos han quitado todo. Precarizaron los contratos, debemos pagar las cuotas del seguro, nos pagan salario por hora y no hay derechos que reclamar, se quitaron las horas extra. Con Petro, levantamos o nos vamos al hoyo, pero no seguiremos en lo mismo.

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