MEDELLÍN, Colombia.- Por una escalera empinada de más de 100 metros de largo y un metro y medio de ancho, se baja del cerro, lleno de casas y telarañas de cables hasta llegar a la calle 38 A, donde hay un hemiciclo dedicado a la memoria de Pablo Escobar Gaviria, presidido desde lo alto por la figura en yeso del Santo Niño de Atocha, patrón personal del narcotraficante más violento del mundo.
Es el corazón del barrio Pablo Escobar, que no figura en el mapa oficial de Medellín. Tiene todos los servicios, y sus 16 mil habitantes no han permitido cambiarle el nombre, como exigen las autoridades.
Cruzo la calle y pregunto a una señora que atiende su puesto de cocina económica por Uberny Zavala. Me mira con extrañeza y dice no conocerlo. Se acercan otros vendedores para decir que no saben. Saco el celular y le hablo al líder del barrio, que me responde con rapidez de ejecutivo: la señora de la cocina que está contigo te va a traer.
Suena el teléfono de la señora, y con la mano libre le indica a un hombre canoso y alto que me lleve. Caminamos ocho pasos y subimos la escalera hasta una pequeña oficina donde estaba Uberny tecleando una computadora, bajo un cuadro en el que Pablo Escobar Gaviria viste de charro, con dos cananas cruzadas al pecho y una carabina en los brazos.
Con el único brazo que tiene, Uberny me indica que tome asiento, frente a Robinson, un hombre canoso y fuerte, que me escrutaba de arriba abajo con mirada serena. El presidente de la Junta de Acción Comunal –elegido por la comunidad–, vestido con playera blanca que trae el logo de la Fundación Pablo Escobar –”Medellín sin tugurios”–, voltea hacia mí y me suelta una pregunta a bocajarro:
-Para ti, ¿Pablo Escobar fue bueno o fue malo?
-Malo. Mató a miles de personas en el negocio de la cocaína-, respondí.
-Es bueno que digas eso. Aquí respetamos las diferentes opiniones en todo. Aprendimos que la violencia y los odios no conducen a nada. Llegas al barrio más pacífico de Medellín. No hay un solo crimen desde hace unos 10 años.
-¿Por qué veneran a Pablo Escobar?
-Ve al barrio Juan XXIII y veneran a ese papa, lo mismo en el Nelson Mandela. Pablo Escobar vio a gente pobre que vivía entre la basura. Y él, que era un empresario muy importante, compró estos terrenos y nos los regaló, no fueron invasiones. Nos construyó 443 casas, y la persecución del Estado impidió que Pablo hiciera mil casas, como fue su compromiso. Él nos mandaba dinero para seguir edificando, y ahora hay más de 5 mil casas.
Cuando Pablo Escobar murió, la comunidad decidió ponerle su nombre, y no aceptamos que se le cambie por otro, dice Robinson, que rompió su silencio.
“Es absurdo que el barrio no esté en el mapa de Medellín, nada más porque lleva el nombre de un señor tan bueno”, dice Uberny, que ya se había levantado de la silla frente a la computadora y seguía con ánimo la conversación.
-¿Bueno?-, pregunté con ademán de incredulidad.
Marcela, una señora de mediana edad que llegó a solicitar ayuda para un trámite a la pequeñísima oficina de Uberny, pidió responder:
-Fue la persona que nos dio una casa para vivir, entonces no le vamos a estar viendo lo malo. Mi mamá dice que don Pablo era un Robin Hood, que le quitaba a los ricos para darle a los pobres.
Uberny enseña una pulsera verde en la que se lee: Brotherhood. Así se llamará la película que una compañía francesa filma en el barrio Pablo Escobar.
El líder del barrio dice que Pablo Escobar murió como muchos famosos que fueron buenos: Lincoln, Galán (un excandidato presidencial colombiano), Mahatma Gandhi…
-¿Pones a Escobar al mismo nivel de Gandhi?-, le pregunto.
Marcela intervino como impulsada por un resorte:
-Por encima. No es que me haya tocado mucho, pero ha sido la única persona en el mundo que ha regalado casas a los más pobres. En los tiempos en que lo perseguían, nunca nos olvidó: nos mandaba dinero para el mercado.
Uberny daba respuestas con elocuencia de persona que recibió educación, aunque lo niega y todo lo atribuye a la universidad de la vida.
-Tú en lo personal, ¿qué le admiras a Pablo Escobar?-, le pregunto.
-Yo admiro las cosas buenas de la gente mala-, dice y suelta una carcajada. Agrega, ya con suma seriedad:
“Lo bueno de Pablo es que cambió la historia de Colombia, con el mayor producto de exportación”.
-Hablas de la cocaína, que es un veneno-, le digo.
Responde con preguntas:
“¿Cuál es la diferencia con la Coca-Cola. También mata y es adictiva. Pero le da impuestos al gobierno. El cigarro mata y es adictivo, y lo toleran porque le da dinero al gobierno”.
Él se encarrera en la argumentación: “Dicen que Pablo mató a unas 30 mil personas. Te pregunto: ¿cuántos han matado en la guerra de Ucrania, a ver?”.
-Bueno, eso no lo exculpa-, le digo.
-Eso es cierto, cierto…- , cavila para sí con un bamboleo de cuerpo que hace bailar la manga sin brazo. “Yo era campesino, y llegué aquí huyendo de la guerra”.
-¿Los odias?-, pregunté.
-Odiar es un veneno que me mataría a mí mismo. No los odio… a los hijoeputa.
En el hemiciclo a Pablo Escobar, en la acera de enfrente, están pintados los rostros de otros criminales, fundadores del Cártel de Medellín, Gonzalo Rodríguez Gacha (El Mexicano). Su primo, Gustavo Gaviria, “con el que inició”, nos dice el cuidador Carlos Alberto Moreno.
-¿Con el que inició qué?-, le pregunto.
-Su singular vida-, contesta.