BOGOTÁ, Colombia.- Con asombrosa precisión, exactos 100 años después de la Marcha sobre Roma de los fascistas italianos que llevó al poder a Benito Mussolini, las riendas del país vuelven a manos que llevan el ADN de esa estirpe.
Giorgia Meloni se impuso, aliada a los extremistas Mateo Salvini y Silvio Berlusconi.
Ni mella le hizo en campaña el discurso centrado en advertir que con su posible triunfo “la democracia está en peligro”.
Es la prueba de que defender la democracia dejó de impresionar a los votantes, en tiempos donde sólo se piensa con el bolsillo y se moviliza con las promesas.
Meloni propuso crear un cerco naval en torno a Italia para impedir la llegada de extranjeros ilegales, dado que la mayoría de los italianos ha sido convencida de que la migración es una de las causas centrales de sus problemas económicos y pone en riesgo la “identidad étnica” de la península.
Qué desfachatez. Difícilmente hay un país en el mundo que no tenga una colonia italiana. Y si buscamos bien, tal vez no hallaremos una sola ciudad importante sin núcleos de migrantes italianos.
Alegarán ellos, los italianos, que han contribuido a la economía y a la cultura del lugar donde sus migrantes se han instalado.
Es absolutamente cierto, aunque igual llega un Al Pacino que un Al Capone. Pero siempre el saldo es positivo. La migración es buena. Y eso ocurre con todos los migrantes, árabes, judíos, mexicanos, franceses.
En el mundo informado hay pesar por el triunfo de la extrema derecha en Italia. Refleja un envilecimiento del alma de Europa, que tal vez no sea exclusivo del viejo continente.
Pero ni Europa ni Italia son los de hace un siglo, cuando Mussolini, luego de esa marcha, fue invitado por el rey a formar gobierno, y después destruyó las instituciones e implantó la dictadura.
Italia está en la Unión Europea y depende de ella.
De acuerdo con las previsiones del Fondo Monetario Internacional, Italia crecerá el próximo año un paupérrimo 0.7 por ciento, si bien le va.
Su deuda equivale a 150 por ciento del PIB.
La Unión Europea repartirá en cuatro años 200 mil millones de dólares de un fondo de recuperación, que tiene a Italia como principal beneficiaria.
Y al frente de la Unión Europea hay una mujer que pone el dinero donde están los valores democráticos que dan sentido a la existencia de la unión, Ursula von der Leyen.
El autócrata húngaro, amigo de Putin, Viktor Orban, está en problemas porque la Unión Europea le retuvo indefinidamente los fondos por su escalada demoledora de instituciones democráticas.
Sin los fondos de la UE, o un conflicto con el Banco Central Europeo, Italia cae en recesión.
¿Salirse de la Unión Europea, como lo demandó Giorgia Meloni en 2014?
Italia no lo resiste. La nueva primera ministra lo sabe:
“No creo que Italia deba abandonar la Eurozona, y creo que el euro permanecerá”, rectificó a fines del año pasado, cuando se acercaba al poder.
La presidenta de la unión, Von der Leyen, alemana y exministra de Defensa de Angela Merkel, tiene una premisa sencilla que demostró con el autócrata húngaro: “te apartas del camino, se cierra la llave del dinero”.
Y sin dinero, con recesión y una deuda exorbitante, la nueva jefa del Gobierno italiano caería antes de que cante un gallo.
No hay mística entre los votantes, sino un deseo de cambio luego de que en 20 años nunca han crecido por encima de dos por ciento (salvo el rebote económico tras la pandemia) y el desempleo jamás ha bajado de ocho por ciento.
Desde el fin de la II Guerra Mundial a la fecha, Italia ha tenido 69 gobiernos.
La señora Meloni tendrá que darle la espalda a Putin, como ya lo hizo esta semana. Olvidarse de su (ex) admirado Benito Mussolini, como ocurrió. Respaldar a la OTAN, a su pesar. Y negociar con Von der Leyen y respetar las instituciones democráticas, que en Italia son sólidas, con una prensa admirable.
Ahora bien, ¿cómo se va a sostener si no cumple con las expectativas que ella creó?
Veremos cómo sale del berenjenal en que está metida, si es que sale.