Uso de Razón

La hipocresía de Infantino

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, quiso rebatir las protestas por haberle dado la sede mundialista a un país donde los derechos civiles son denegados.

Gritar “culero” en un estadio, a los directivos de la FIFA les parece un acto de discriminación, y sin embargo le otorgaron la sede del Mundial a un país donde el apartheid a las personas por sus preferencias sexuales está en la ley.

A la Federación Mexicana de Futbol le llegó la advertencia de que sería sancionada por la FIFA porque los aficionados mexicanos violaron el artículo 13 del organismo, referido a la discriminación.

Gianni Infantino, presidente de la FIFA, quiso rebatir las protestas por haberle dado la sede mundialista a un país donde los derechos civiles son denegados, y calificó de hipócritas a los países europeos que cuestionan las prácticas discriminatorias.

“Europa debería perdón por los últimos 3 mil años, antes de dar lecciones de moral”, dijo ante la prensa.

¿Europa? Habrá querido decir “los europeos”, pero ninguno de ellos vivió en la época del oscurantismo y las conquistas coloniales, y los qataríes que dictan la persecución judicial a los que tienen preferencias sexuales diferentes a las suyas estaban sentados junto a Infantino en la inauguración del Mundial.

La hipocresía de Infantino es para cubrir decisiones de la FIFA que se tomaron mediante sobornos. No hay otra explicación, amén de la turbulencia de corrupción que tiró a Michelle Platini de la dirigencia mundial del organismo, quien dio, o vendió, la sede del Mundial a Qatar.

No estamos ante una discusión sobre si es buena o mala la homosexualidad, o no es ni buena ni mala. Estamos ante un tema de derechos civiles arteramente vulnerados.

La amenaza de sanción a México porque sus aficionados gritan “culero” es una verdadera tontería, a la altura de la hipocresía de la FIFA.

Konrad Lorenz, en su clásico La agresión, el pretendido mal, señala que la conducta humana necesita desfogar su belicosidad por alguna vía, a fin de no hacerlo a través de guerras o ataques físicos.

Y pone como ejemplo, de agresividad bien canalizada, los gritos en un estadio de futbol.

A la siguiente, para lavarse la cara, los directivos del futbol mundial van a penalizar el grito de “vendido” al árbitro, o de “burro” a jugadores del equipo rival.

Pura faramalla para eludir la enorme mancha de haberle entregado el Mundial a un país donde los migrantes (75 por ciento de la población) no tienen derechos sociales, las mujeres son ciudadanas de segunda y se penalizan las preferencias sexuales.

Qatar es uno de los países con mayores reservas mundiales de gas natural (o tal vez el número uno) y de los tres mayores exportadores de gas licuado. Esa es la razón por la que FIFA hace malabares para esconder las manos que robaron, y lavarse la cara con discursitos absurdos y la sanción mojigata contra México porque sus aficionados gritan “culero”.

Siete equipos europeos tenían previsto usar el brazalete con los colores emblemáticos de la preferencia LGBT, y la FIFA anunció que habría sanciones para ellos.

Las federaciones de esos países dijeron adelante, vengan esas sanciones, asumimos el costo económico que ello implica.

Pero la FIFA dio un paso más: los castigos no serían económicos, sino deportivos. Así, para cuidar a sus futbolistas, las federaciones de Inglaterra, Dinamarca, Gales, Bélgica, Alemania, Suiza y Países Bajos tuvieron que dar marcha atrás.

Lo que prohibió la FIFA, hasta el extremo de la coerción para evitar molestias a los jeques qataríes, no era un ataque contra nadie ni una manifestación sobre la política interna de ese país, sino una expresión de solidaridad hacia derechos humanos universales que no deberían estar a discusión.

Salvo, claro, en Qatar, donde prevaleció el verso inmortal de Quevedo: “Quien lo lleva a un lado se ve hermoso aunque sea fiero, poderoso caballero es don dinero”.

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