La presencia de soldados con uniforme de combate y armas largas en la sede del Poder Legislativo no es algo habitual como se quiso presentar.
En efecto, desde siempre el periodo de apertura de sesiones del Congreso cuenta con la generosa presencia de soldados o marinos que rinden honores a la bandera y hacen sonar sus instrumentos.
Recuerdo, en las décadas de cubrir actividades en el Senado y en la Cámara de Diputados, que las armas que llevaban unos y otros eran viejos fusiles con una bayoneta.
Parecían rifles de feria, pero se les respetaba. Y más valía que así fuera.
Era una ceremonia republicana, que unía a legisladores, personal que trabajaba en la cámara, periodistas y público en general, con honores al lábaro patrio como un gesto simbólico, indicador de que el trabajo de todos tendría como objetivo el bien de México.
Pero lo que ocurrió el miércoles 1 de febrero fue algo muy distinto. Lo escribió con conocimiento el experimentado reportero Víctor Chávez, de EL FINANCIERO: “Por primera vez la escolta de la bandera y la banda de guerra de la Secretaría de la Defensa Nacional” acudían con armas largas al Congreso.
No era cualquier tipo de armas, sino fusiles de asalto FX-05, calibre 5.56, precisa Víctor Chávez.
Las armas, de alto poder, estaban cargadas con balas de verdad.
Los soldados no llevaban uniformes de gala, con casacas de botones dorados y gorros altos, sino que iban con cascos de guerra y uniformes de combate.
Si uno se atiene a la letra del ceremonial militar, ciertamente la bandera debe ir custodiada por soldados con armas.
Pero no es lo mismo portar bayonetas en viejos rifles sin balas, que presentarse con fusiles FX-05 y uniformes de combate.
No violaron ninguna ley quienes mandaron a los soldados con esa indumentaria de guerra, como tampoco la habrían transgredido si afuera hubieran apostado tanques para cuidar la bandera.
Hizo bien el presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Creel, al ordenar que les quitaran las balas a las armas y que los soldados no entraran al salón de sesiones.
Ninguno de los excesos del actual gobierno puede tomarse como una inocentada. Hemos visto demasiado como para ser indulgentes con aparentes descuidos.
Llamó la atención, en lo ocurrido en la sede del Congreso, que salvo los panistas, todos los demás legisladores dejaron solo a Santiago Creel, su presidente.
Y destacadamente sobresalió el militarismo de la izquierda obradorista. Quisieron destituir a su presidente, Creel, por hacer valer la soberanía del Poder Legislativo al que pertenecen.
Muchos podemos recordar a diputados de la izquierda que protestaban airadamente por la presencia de las Fuerzas Armadas en San Lázaro o en Donceles.
Era otra izquierda, desde luego. Con Arnoldo Martínez Verdugo, Edmundo Jardón Arzate, Pablo Pascual y, si la memoria no me falla, también Pablo Gómez Álvarez.
Ahora la izquierda –que no es izquierda– es militarista. Como la nicaragüense y la venezolana.
El líder de la bancada de Morena, Ignacio Mier, atacó a Creel porque –dijo– “condujo la sesión bajo un protocolo unipersonal, interpretó la ley, se excedió en sus atribuciones y la faltó el respeto al lábaro patrio”.
No satisfecho con su postura contra el Legislativo, el presidente de la Junta de Coordinación Política (Mier) y legisladores morenistas y del PT emitieron un pronunciamiento tan belicoso como su exaltado espíritu militarista:
“No hizo (Creel) honor a lo que usted representa, la unidad de la Cámara de Diputados. No garantizó los equilibrios (sic), cerró sus oídos para poder escuchar y conectó sólo sus intereses personales con su cerebro y su boca”.
Los priistas callaron.
Y Movimiento Ciudadano, en voz de su coordinador parlamentario, Jorge Álvarez Máynez, atacó a Creel porque, dijo, usó la presidencia de la cámara para sus aspiraciones presidenciales.
Dejaron solo al presidente del Poder Legislativo.
Si la idea era “calar” a los diputados, les salió muy bien.
Llegado el momento y si las circunstancias lo demandan, los diputados se esconderán bajo sus curules.