Un país cercano al nuestro, Haití, agoniza en la violencia, el desgobierno y la falta de Estado.
Las pandillas que se disputan el control de la capital, Puerto Príncipe, ya tienen el mando en más de la mitad de la ciudad, incluida la terminal portuaria -donde se almacena el combustible-, y las carreteras de acceso.
La población está a merced de los grupos armados. Para financiarse sólo tienen el camino de la extorsión.
Como es difícil obtener dinero de los pobres, matan al que no pague. Las mujeres y niños sufren violaciones tumultuarias.
Dos grandes medios de comunicación, El País y AP, tuvieron enviados especiales esta semana en la antigua Isla La Española, donde se libró la primera batalla entre españoles e indígenas de América, donde se hundió la Santa María, nave insignia de Colón en el descubrimiento del llamado Nuevo Mundo.
Pablo Ferri, enviado de El País, narra que “decenas de bandas criminales controlan buena parte de la capital y su zona metropolitana, hogar de tres millones de personas, una cuarta parte de la población del país. La Policía, con una fuerza en torno a los 10.000 efectivos, no tiene capacidad para enfrentarlas”.
Escribe Ferri que Naciones Unidas calculó, en diciembre, que el 60% del territorio de Puerto Príncipe está bajo el poder de “las gangas, como le dicen a las bandas —las gangs, en inglés— los hispanohablantes de la capital”.
Es decir, la ciudad se encuentra en estado de guerra.
El enviado de El País cuenta que “nadie se puede acercar al territorio de los grupos criminales en Puerto Príncipe, que controlan además todas las carreteras de entrada y salida, convirtiendo la capital en una especie de búnker con agujeros. Nadie se acerca salvo que los mismos grupos lo permitan”.
A finales de enero, la enviada especial de la ONU a Haití, reportó al Consejo de Seguridad que “las pandillas emplean la violencia sexual para “destruir el tejido social de las comunidades”, particularmente en zonas controladas por bandas rivales, señala un despacho de AP.
Los periodistas enviados de Prensa Asociada indican que el informe de la observadora de la ONU destaca las violaciones a niñas y niños desde los 10 años.
Detalla el informe presentado ante el Consejo de Seguridad, citado por AP, que la enviada vio a madres que fueron violadas en grupo después de que mataran a sus maridos.
También atestiguó el caso de miles de sobrevivientes de violencia sexual que viven en la calle, sin poder regresar a casa por temor a que vuelva a ocurrir.
“La violencia sexual es una forma de paralizar, de asustar a la gente. En el momento en que aumenta la violencia sexual, todo el mundo deja de moverse, la gente no va a trabajar porque tiene miedo”, dijo la funcionaria. “Es un arma, es una forma de enviar un mensaje”.
Uno de los relatos de los periodistas de AP es particularmente ilustrativo:
“Ese fue el caso de una mujer de 36 años que habló con la AP vestida con una camiseta con rosas rojas brillantes y el cabello cuidadosamente recogido en trenzas. Ella pidió permanecer en el anonimato por temor a represalias.
“La mujer una vez dirigió una boutique con su esposo en la capital de Haití para que sus dos hijas y su hijo fueran a la escuela. En julio, un grupo de hombres armados, miembros de la pandilla G-Pep, se presentaron en la puerta de su casa y les dijeron que necesitaban dinero para las balas.
“Al no poder obtener el efectivo, los hombres se llevaron a su esposo a las 8 p.m.
“Al día siguiente, encontró su cuerpo en una cuneta. Huyó del vecindario y envió a sus hijos a vivir con amigos y familiares en otras partes de la ciudad. Mientras tanto, dormía sola en las calles, uniéndose a por lo menos otros 155.000 haitianos desplazados a la fuerza por la violencia”.
Señala el reportaje que hace un mes y medio, cuando la mujer quiso volver a su hogar, los pandilleros la violaron y golpearon.
“De pie, con la mandíbula firme y la cabeza inclinada hacia arriba, se secó las lágrimas de la cara” y narró que “cuando trató de denunciar la violación a la policía, le dijeron que no manejaban casos de pandillas”.
Y hoy, “durmiendo en un parque con otros haitianos desplazados por la fuerza, lo único que le da esperanza es que sus hijos, a quienes rara vez ve, aún puedan vivir una vida mejor”.
La situación se desbordó luego del asesinato del presidente Jovenel Möise, en julio de 2021.
Cuatro meses después del crimen, las reporteras Natalie Kitroeff y María Abi-Habib, enviadas del New York Times, escribieron desde Puerto Príncipe:
“Las pandillas han tomado los puertos de Haití y detienen los cargamentos de combustible. Los hospitales están a punto de cerrar porque los generadores se quedan sin potencia, lo cual pone en peligro la vida de cientos de niños. Las torres de telefonía celular se quedan sin energía, por lo que algunas zonas del país han quedado aisladas. Y, cada día que pasa, empeora la grave crisis de hambre”.
En efecto, la situación no ha dejado de empeorar.
¿No hay manera de ayudar?
La experiencia indica que no. O que es muy difícil.
Después del terremoto en 2010, que dejó 316 mil muertos, la intervención de la ONU en Haití fue, en muchos sentidos, una desgracia.
Los cascos azules cometieron delitos, violaciones a los derechos humanos, y llevaron el cólera a la isla.
Más que opaca, turbia, fue la participación de la secretaria de Estado Hillary Clinton, y la Fundación de su marido.
Luego se canalizaron millones de dólares en ayuda, mucha de la cual se extravió en los laberintos de la corrupción local.
El primer país de América en obtener su independencia… la primera revolución negra contra la esclavitud… la isla cuyos soldados harapientos derrotaron a los soldados de Napoleón... el país que rescató a Simón Bolívar, le dio hombres, dinero y armas para expulsar a los españoles y fundar seis republicas, muere lentamente.
Haití agoniza.