Uso de Razón

La popularidad del Presidente

Las violaciones a la legalidad hacen más popular a López Obrador. Puede, por eso se sulfura contra la Corte de Justicia y la prensa libre, porque son una contención a su poder.

Como lo señala la encuesta de El Financiero publicada ayer, el Presidente conserva una elevada aprobación (58 por ciento), lo que se explica por su concentración de poder y el alarde cotidiano de su fuerza personal.

La mayoría opina que sus políticas públicas son negativas, están reprobadas, y que en algunos casos son un rotundo fracaso.

Pero le celebran su autoritarismo dándole una buena calificación personal.

El poder que detenta –y acrecienta a la menor oportunidad– lo hace un Presidente muy popular.

Desde que inició su carrera en la oposición ganó popularidad… por su poder para doblegar autoridades y leyes.

El presidente priista que autorizó su candidatura ilegal a jefe de Gobierno del Distrito Federal, y los dirigentes panistas que lo secundaron, le dieron popularidad porque AMLO los dobló con la fuerza de un par de manifestaciones en el Zócalo.

Su popularidad es producto de su fuerza, y no al revés.

Los que marcharon contra el desafuero en 2005 le ratificaron que a él no le vienen con que la ley es la ley.

Mientras más se doblegan a sus presiones, mayor es su popularidad.

Es cierto que su aprobación es menor a la del INE, a la del Inai, a la del Tribunal Electoral y a la que tiene la Suprema Corte, pero un 58 por ciento es altísimo frente a la destrucción causada en cuatro años.

Sus violaciones a la legalidad lo hacen más popular. Puede.

Por eso se sulfura contra la Corte de Justicia y la prensa libre, porque son una contención a su poder.

Odia a los ministros que no le han permitido cambiar la Constitución para quedarse en el poder. De eso se trataba el experimento en Baja California, la propuesta de que permaneciera en el cargo Arturo Zaldívar, o la consulta “para que siga el Presidente”.

Pero aun así su poder es inmenso, y le da popularidad.

A los diputados y senadores de Morena pudo transformarlos en fans y logró que renunciaran a pensar.

A sus seguidores los convirtió en fanáticos de su persona.

Puede darle atribuciones empresariales y académicas al Ejército y burlarse de los científicos con la mano en la cintura.

Todos los días acusa de delincuentes, antipatriotas e inhumanos a gente e instituciones prestigiadas, con lo que se brinda carta blanca para actuar contra ellas.

Como dicen los profesores Ivan Krastev y Stephen Holmes en su magnífico libro La luz que se apaga: “Para él (Trump) alguien leal no es quien le da su apoyo cuando tiene razón, sino quien le apoya incluso cuando está equivocado, sea cual sea el precio”.

Ése es AMLO. Lo demostró la semana pasada cuando enseñó su poder al doblegar a los más inteligentes senadores de Morena.

Los sometió, renunciaron a pensar, y salieron aplaudiendo de Palacio Nacional.

Claro que es popular, cómo no va a serlo.

Con sus insultos y monstruos malignos que crea cada mañana, galvaniza el resentimiento de quienes no han tenido la oportunidad de conquistar en la vida lo que creen merecer.

Él les señala cada mañana quiénes son los culpables: “Mis adversarios” son también los adversarios de su prosperidad.

Por eso el Presidente (aquí hago una paráfrasis de lo que dicen los citados autores) no siente ninguna obligación de representar a los mexicanos que no coinciden con él.

López Obrador tiene popularidad en tanto tiene poder. Poder de humillar, de mentir, de transgredir la ley, de pisotear reputaciones, de someter al Legislativo, de atacar a los medios y a la Suprema Corte.

Se va el próximo año y ya no tendrá poder. Su popularidad irá a pique.

Por eso hay una competencia de abyección entre quienes aspiran a sucederlo: le hacen creer que él continuará mandando, que seguirá teniendo poder.

Es decir, que seguirá siendo popular.

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