Las estrellas y las barras de la política estadounidense se alinean para que el candidato presidencial republicano sea, por tercera vez, Donald Trump.
Con una decena de aspirantes republicanos compitiendo por la candidatura, Trump lleva las de ganar.
El mano a mano con DeSantis, el actual gobernador de Florida, no se va a dar, y eso le pone en la bolsa la victoria al expresidente y furibundo antimexicano.
Trump tiene entre 30 y 35 por ciento de la militancia republicana con él, y no lo cambiarían por nadie ni por nada. Con muchos candidatos tras la nominación, se atomiza el voto restante.
Puede darse casi por descontado que en la boleta del próximo año estarán Joe Biden por los demócratas y Donald Trump por el Partido Republicano.
DeSantis arrancó como caballo árabe, pero de acuerdo con personas que lo conocen bien, en realidad está buscando hacerse un nombre a nivel nacional para ganar la presidencia en 2028.
Partió como caballo árabe, es cierto: en 24 horas, luego de anunciar su candidatura, logró recaudar 8.2 millones de dólares.
Cuenta con el apoyo de personajes conservadores que tienen la capacidad de inyectar cientos de millones de dólares a su campaña.
Pero si bien los dólares son importantes para una precandidatura competitiva, no son necesariamente un factor que predice el triunfo.
Va un botón de muestra: Jeb Bush, en las elecciones primarias republicanas de 2016 parecía imbatible.
Tenía no sólo las arcas de su campaña llenas, con decenas de millones de dólares, sino también el apoyo de prácticamente todo el establishment republicano.
Bush, con su mensaje centrista y compasivo, similar al de su padre, George, nunca tuvo oportunidad de competir realmente contra la narrativa xenofóbica y racista de Trump.
DeSantis es más parecido ideológicamente a Trump y tiene la ventaja de haber hecho realidad en Florida sus políticas antiinmigrantes.
Pero en las primarias votan los republicanos más recalcitrantes y en ese sector Trump es el rey.
Así es que, ojo México, y especialmente ojo a quien vaya a contender aquí por la Presidencia, la batalla en Estados Unidos será Trump contra Biden.
Cuidado, pues, con tomar partido.
De ganar Biden, será su último mandato y esta vez no tendrá una reelección que cuidar: nos cobrará todos los desplantes que en el actual cuatrienio ha tenido que aguantar.
Y Trump, ya lo sabemos, quiere –literal– bombardearnos.
En contra de Biden juega el hecho de que prácticamente nadie en su partido quiere que se presente a una reelección.
Dicen que es demasiado viejo, parece carente de energía y la economía no se encuentra en su mejor momento, toda vez que continúan las presiones inflacionarias e incluso los nubarrones de una posible recesión.
La regla no escrita en la política estadounidense es que cuando el presidente va por la reelección, nadie le compite. Y Biden ya dijo que va. Quiere pasar a la historia como el enterrador de Trump.
Ahora se ha corrido a la derecha en el tema migratorio y ha sacrificado programas sociales para alcanzar un acuerdo con los republicanos sobre el techo de deuda.
Eso ha molestado profundamente a los demócratas, que sin duda quisieran otro candidato o candidata.
Pero una cosa es desear a alguien distinto a Biden, a que los latinos, negros, asiáticos, mujeres, los votantes de la tercera edad, los jóvenes universitarios prefieran a Donald Trump que al actual presidente.
Trump enfrenta además una montaña de problemas legales, que ha sido muy hábil en utilizar como plataforma de campaña y como una bandera para recaudar fondos y presentarse como víctima.
Pero cuando llegue la hora de la verdad y los procesos criminales en su contra se encuentren a todo vapor en la recta final de las elecciones, eso podría no solamente distraerlo, sino alejar a los votantes religiosos.
En contra de Trump juega, además, un precedente histórico: los republicanos han perdido el voto popular en la mayor parte de las elecciones presidenciales recientes.
Trump perdió el voto popular contra Hillary Clinton por 3 millones de sufragios y por más de 7 millones contra Biden.
Su triunfo en 2016 fue más un panzazo que una victoria contundente. En cambio, su derrota en 2020 fue inobjetable.
Pero las elecciones son un maratón en el que todo puede ocurrir. Estados Unidos, con una recesión, le recordaría a los votantes la bonanza económica que vivieron durante los dos primeros años de la era Trump.
La moneda sigue en el aire, pero sigue siendo más probable que los sólidos cimientos que tiene Biden, con una base de votantes diversa y numerosa, le permitan nuevamente derrotar a un Trump que mantiene intacta su plataforma insular, excluyente y discriminatoria.