La dictadura que gobierna Cuba ha decidido jugar con fuego para salvar la tiranía, bajo el cobijo armado de la tercera superpotencia militar y la segunda economía del planeta: China.
Díaz-Canel y Xi Jinping acordaron establecer bases chinas en la isla, a 144 kilómetros de Estados Unidos y 217 de México.
Entre los planes, que fueron dados a conocer por el Wall Street Journal, se incluyen el posible despliegue de tropas chinas y la realización de operaciones de seguridad e inteligencia frente las costas de Florida.
Una provocación de ese tamaño a Estados Unidos no se veía desde la crisis de los misiles, en que Rusia y el vecino del norte estuvieron al borde de una guerra nuclear, y fue salvada por la destreza política del entonces presidente John F. Kennedy.
De acuerdo con el reporte, las conversaciones para las instalaciones chinas en la costa norte de Cuba se encuentran en un estado avanzado, pero no han concluido.
El gobierno del presidente Biden, de manera discreta, ha contactado a funcionarios cubanos para tratar de detener los planes.
Ahí es donde se extraña el papel de México para mediar en una solución. En crisis anteriores éramos confiables para las dos partes. Así tenía sentido la buena relación con Cuba, nuestra tercera frontera.
Pero el gobierno mexicano dejó de ser confiable en estos temas para Estados Unidos, porque se puso de manera incondicional del lado de una de las partes.
China, de manera subrepticia, desde al menos 2019 desarrolla instalaciones secretas que puedan monitorear e interceptar comunicaciones en el sureste de Estados Unidos.
De acuerdo con fuentes de inteligencia de Washington, el gigante asiático ya tiene cuatro bases de espionaje en Cuba.
Lo que está en curso –que ya fue acordado y se discuten los alcances y la logística– es una de las iniciativas del llamado “Proyecto 141″: una iniciativa del Ejército de Liberación de China para aumentar sus bases militares en el mundo y ampliar sus redes de apoyo.
De hecho, la administración Biden confirmó públicamente que la República Popular China ha tomado medidas para actualizar y ampliar su capacidad de recolección de inteligencia dentro de Cuba.
Hace poco más de una semana el secretario de Estado Antony Blinken visitó China y se reunió con Xi Jinping, pero no logró convencer al líder comunista de restablecer comunicaciones entre jefes militares.
China se ha puesto difícil y en Estados Unidos las alarmas suenan también en el Congreso.
Los presidentes de las comisiones de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes y del Senado, el republicano Michael McCaul y el demócrata Bob Menendez, enviaron una carta a Biden y a Blinken con siete preguntas clave:
1. ¿Cuál es la naturaleza y la escala de la logística, la bases y la capacidad de recolección actuales de la República Popular China en Cuba?
2. ¿Por cuánto tiempo ha tenido la República Popular China una infraestructura operativa de logística, base y recolección de información en la isla vecina? ¿Cuándo conoció el gobierno de Estados Unidos, por primera vez, la existencia de estos enclaves de espionaje?
3. ¿Qué empresas están proporcionando o vendiendo los equipos de espionaje?
4. ¿Qué compensaciones, incentivos o compromisos adquirió o proporcionó el régimen cubano a cambio del establecimiento y la expansión de la logística, base e infraestructura de recolección de información en su territorio?
5. ¿Cuál es la evaluación de la Casa Blanca de los objetivos del gobierno de Xi al establecer y expandir sus operaciones de inteligencia dentro de Cuba?
6. ¿Cuál es la evaluación sobre el impacto que tendrá el establecimiento y la expansión de la infraestructura de recolección de inteligencia de la República Popular China dentro de Cuba, y que tendría sobre los intereses nacionales de Estados Unidos?
7. ¿Qué acciones, diplomáticas y de otro tipo, ha tomado la administración Biden en respuesta a los esfuerzos de la República Popular China para reforzar su infraestructura de logística, base y recolección de información dentro de Cuba?
“Esta es inaceptable”, dicen en la carta a Biden y a Blinken.
Señalan que “el público estadounidense necesita estar seguro de que su gobierno condena inequívocamente esta escalada y está trabajando para hacer todo lo que esté a su alcance para contrarrestarla”.
McCoul y Menendez le dicen al presidente y al secretario de Estado que, si bien “entendemos la naturaleza delicada de este asunto, el Congreso también requiere una mayor transparencia y claridad sobre estos desarrollos”.
Se trata de una enorme provocación, con un desenlace de pronóstico reservado, que involucra a México por su proximidad geográfica con la zona de conflicto.
La capacidad de mediación se perdió, porque el gobierno de México sólo es confiable para Cuba, pero no lo es para Estados Unidos ni para China.