El peronismo tuvo su peor derrota en 40 años de democracia en Argentina, humillado a un tercer lugar por un país que se hartó de su demagogia, extravagancias y malos resultados.
Los argentinos están ofuscados por el engaño y las mentiras del peronismo y se corrieron a la derecha de manera categórica, masiva.
No más falsas promesas, ni el nepotismo y la corrupción de los Kirchner y sus comparsas.
“Somos los únicos que podemos acabar con el kirchnerismo”, repitió en su precampaña el vencedor de las primarias, Javier Milei.
Aquí en México nuestro “peronismo”, que es el obradorismo, tendría que mirar lo que ocurre en Argentina porque es un espejo formidable.
Y el resto del electorado no militante, también: el populismo peronista empobreció a un país inmensamente rico con políticas destinadas a ganar respaldo electoral, pero que no generan desarrollo.
No se puede sostener el combate a la pobreza con la sola herramienta de transferir dinero, de manera directa, del gobierno a las personas.
¿Por qué? Muy sencillo: porque el dinero se acaba. No siempre es tiempo de vacas gordas.
Tiene que haber crecimiento económico, inversión privada e inversión pública en infraestructura que facilite el desarrollo.
El obradorismo ha basado su avance electoral en el reparto de dinero de la peor manera: a quien lo necesita y a quien no lo necesita.
Vivimos un populismo desatado que tarde o temprano va a reventar. Sólo para cubrir la pensión de adultos mayores, el próximo gobierno necesitará contar con 500 mil millones de pesos adicionales.
Los gastos del gobierno mexicano se van a los caprichos del Presidente, que le sirven para nutrir un discurso de engaños, destinado a caer por su propio peso.
Ni el Tren Maya va a detonar el turismo. Ni la refinería en Dos Bocas va a bajar el precio de la gasolina. No es verdad que, a pesar de ayudarle con 800 mil millones de pesos, AMLO haya “rescatado Pemex”. Ni es cierto que con los abrazos del gobierno el narco se haya convertido en “pueblo bueno”.
Toda esa maraña de engaños y demagogia se va a romper. No hay manera de sostenerla.
Vean a Argentina: después de la mentira viene la ira.
En las elecciones primarias los argentinos votaron por un candidato que propone recortes al gasto “mucho mayores a los que plantea el Fondo Monetario Internacional”, dijo el vencedor del domingo, Javier Milei.
También propone más privatizaciones, dolarización de la economía, apertura total del comercio.
Eso no tiene nada de “ultraderecha”, pero así lo catalogan, y tal vez lo sea por otras propuestas que desconozco, pero el caso es que Argentina votó por él.
Lo más seguro es que Milei no gane las elecciones presidenciales de octubre, ni la segunda vuelta de noviembre. Pero va a ser un factor clave para la gobernabilidad de Argentina en los siguientes años.
En segundo lugar quedó la candidata de centro-derecha, Patricia Bullrich, que derrotó al alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, el favorito del partido de ambos, Juntos por el Cambio.
Recuerde ese nombre porque tal vez sea la próxima presidenta de Argentina.
Allá el voto en las primarias de los partidos es voluntario, y el domingo fue a las urnas 69 por ciento de los argentinos.
Votaron contra tres factores concretos, que literalmente les amargan la vida: la inflación, de entre 120 y 140 por ciento anual. La impunidad del narcotráfico. Y la delincuencia, callejera y política.
Para la elección presidencial, a celebrarse el domingo 22 de octubre, el voto es obligatorio. En caso de que no haya ganador con mayoría necesaria (45 por ciento, o 10 puntos porcentuales de ventaja sobre el segundo lugar), viene lo que ellos llaman balotaje, es decir una segunda vuelta.
Por los resultados del domingo, el balotaje sería entre ultraderecha y derecha. Adiós a la izquierda. Adiós al kirchnerismo. Ni en pintura.
El kirchnerismo, que se presentó como azote de los corruptos y abrigo de los desposeídos, en realidad actuó como maquinaria depredadora de los recursos públicos, de saqueo a través de obras sin licitar, y practicó un “capitalismo de compadres” –con lenguaje progresista– para favorecer a aliados políticos y a prestanombres.
Todo tiene un límite. Los argentinos dijeron basta.
Aunque, tal vez, la reacción del electorado llegó demasiado tarde. Ese gran país, ancho y rico, está condenado a vivir convulsiones sociales porque el remedio, entre más tardío, es más doloroso.
En lo dicho, por donde pasa el populismo no vuelve a crecer el pasto. Ni en la pampa.
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