Una inesperada bendición podría caer en la milpa del Frente Amplio opositor en la Ciudad de México, de concretarse la candidatura de Mario Delgado a la jefatura de Gobierno de la capital del país.
Ha habido pocos dirigentes partidistas con la gelatinosa inconsistencia política del presidente de Morena, a pesar de que han desfilado varios líderes que podrían concursar en esa categoría. Ninguno como él.
“Es un glúteo, porque no tiene hueso”, dijo Porfirio Muñoz Ledo sobre Mario Delgado en una entrevista post mortem publicada hace algunas semanas en la revista Proceso.
Al que lo encumbró en el partido Morena y en la administración pública, Marcelo Ebrard, lo trata con la despótica arrogancia de un carcelero a sus víctimas caídas en desgracia.
Desde el inicio de la competencia interna por la candidatura presidencial, Delgado desestimó los planteamientos de equidad que pedía Ebrard. Luego le dijo que las puertas estaban abiertas, por si quería irse.
Ahora que su exjefe y mentor trazó lo que se veía como la ruta para una salida digna al conflicto en que se encuentra, crear una asociación política y seguir en Morena, Mario Delgado se ensañó con Ebrard.
“Él tiene todo su derecho a organizarse, a tener esta asociación civil, pero obviamente, como lo establecen los estatutos de Morena, no hay corrientes aquí, no hay ningún tipo de afiliación corporativa, ni puede representar ninguna asociación o ninguna organización de algún tipo de corriente, o de privilegios o de cuota. Aquí todo se decide por encuesta y por tómbola”, dijo en respuesta a Ebrard.
No está descalificando las corrientes, que siempre hay en los partidos políticos. Morena fue una corriente del PRD. Delgado descalifica de manera señalada a la persona de Marcelo Ebrard.
Le cerró la puerta en las narices para humillarlo y obligarlo a que se vaya.
Es la manera de hacer méritos que tienen los policías políticos en los regímenes totalitarios: delatan o arrestan a sus amigos, parientes, a los que habían jurado lealtad.
Nada más lejano que la intención de hacer una defensa de Marcelo Ebrard en estas líneas, pues debió haber renunciado hace meses a Morena y fue indeciso e inocente a la hora de la verdad.
Ebrard confió en quienes lo iban a sacrificar. Mario Delgado fue el operador de una decisión política que, en sus manos, se transformó en traición: apuñaló al que le debe la carrera.
Que López Obrador se abstenga de respaldar a Ebrard no debe verse como un asunto personal, sino de proyectos distintos. Además, en este tipo de decisiones, un presidente de la República no tiene compromisos con nadie.
Lo de Mario Delgado y su sevicia contra Marcelo Ebrard es otra cosa.
Pocos espectáculos tan repugnantes en política como la traición. En el partido que sea. Es lo que aleja a los jóvenes y a gente preparada a participar en esa actividad que debería estar en manos de los mejores.
El linchamiento que hacen los subordinados a sus exjefes cuando éstos caen en desgracia, es un espectáculo de canibalismo que cada cierto tiempo aparece en la política mexicana. Horroroso.
Mario Delgado, con la sangre de su amigo chorreando de sus manos, llegará a “consultar con nuestra dirigente, con la doctora Claudia Sheinbaum”, dijo, si debe ir en busca de la candidatura de Morena a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Sólo así, por un pacto de traición, podría llegar. Y sería la mejor noticia que pueda recibir el Frente opositor.
Es que, si la agenda para ganar la capital va a ser la seguridad pública, la mejor opción de Morena es Omar García Harfuch.
Si va a predominar la agenda social, no hay en ese partido mejor candidata que Clara Brugada, alcaldesa de Iztapalapa.
¿Cuál es la carta de Mario Delgado para obtener la candidatura? Su traición a Ebrard. Nada más.
Dijo Muñoz Ledo en la entrevista post mortem con Arturo Rodríguez, de Proceso:
“La peor decisión de Andrés son sus operadores, como Mario Delgado, gente amoral, sin estructura. Son glúteo, no tienen huesos, un molusco, masa amorfa”.