Al fin una discusión de fondo en el partido gobernante: la candidatura a jefe de Gobierno en la Ciudad de México. Asegurar el triunfo o preservar la identidad.
Hace poco menos de 20 años, cuando empezaba a discutirse quién sería el candidato del PRD en la capital del país, Clara Brugada me dijo que veía intransitable la candidatura de Marcelo Ebrard.
“En el PRD no lo van a dejar pasar”, comentó.
Lo que quería decir Clara en aquella ocasión es que dentro de su partido había una corriente de izquierda fuerte que aceptaba a Ebrard como colaborador, pero no como su líder en el bastión perredista, la capital.
Ahora Clara Brugada es la precandidata de la izquierda social que por décadas luchó para alcanzar el poder y enfatizar, desde el gobierno, que la prioridad está en la atención a los sectores de la ciudadanía que han sido menos favorecidos por el desarrollo.
Uno puede estar en desacuerdo con Clara (como es mi caso), pero nadie podrá negar que en esta contienda, y en la que la pongan, es una representante de las causas sociales que dan sentido a la lucha política de la izquierda.
Dadas las circunstancias y el rumbo –por así decirlo– que ha tomado su agrupación política en estos años, el comentario que Brugada hizo hace casi dos décadas tal vez se revirtió contra ella.
Esto es: ¿dejarán pasar en Morena a la alcaldesa de Iztapalapa?
Su rival en la contienda interna es Omar García Harfuch, una carta ganadora que ya la quisiera la oposición en sus filas.
Brugada también puede ganar, pero con García Harfuch van a la segura.
El hijo de don Javier es mal visto en un sector de Morena porque se acaba de afiliar al partido, por su formación, la vinculación que Encinas hace de él en la desaparición de los 43 normalistas, y subrayadamente por el árbol genealógico del cual él es una rama robusta y promisoria.
Los últimos elementos de crítica son vitales para la izquierda, pero lo son mucho más como argumentos en favor de Omar García entre el grueso de la población.
Su candidatura es una apuesta que da prioridad a la seguridad sobre lo social. No se descarta lo segundo, pero primero es la seguridad.
Y que sea hijo del exdirector de la Federal de Seguridad y nieto del secretario de la Defensa Nacional con el presidente Gustavo Díaz Ordaz, da cierta garantía de mano dura ante la delincuencia.
Lo de Ayotzinapa y el cuento de que García Harfuch estuvo en una reunión donde se fabricó “la verdad histórica”, no pesa en el electorado porque es del dominio público que el informe de Encinas es una patraña.
Así lo confirmó el Presidente al decir que “fue el Estado”, pero no el Ejército ni el presidente Peña.
Es decir, los autores del crimen fueron autoridades locales o individualidades de la Policía Federal y el Ejército, amalgamados en la empresa criminal de cárteles de las drogas.
Más o menos, lo mismo que planteó el ex fiscal general Jesús Murillo Karam.
Por ahí García Harfuch está limpio.
Y que sea el hijo de Javier García Paniagua le suma, no le resta.
El punto central de la discusión está en otro lado:
¿Hay que tener un compromiso ideológico para gobernar?
¿O lo que se necesita es un jefe de Gobierno eficaz, con sentido común, que entienda las prioridades de la ciudadanía?
Clara Brugada es una exponente nítida de lo que conocemos como izquierda: los más necesitados, por delante.
Omar García Harfuch representa lo que quiere ese amplio sector de la población que no está casado con ideologías: seguridad pública y personal. Nada de abrazos con la delincuencia.
Será interesante lo que decidan: preservar la identidad o garantizar el triunfo electoral.