Uso de Razón

Ya no es la economía, stupids

Para desgracia de la campaña de Joe Biden, pocas cosas le han funcionado para contener la incesante llegada de migrantes indocumentados a la frontera con México.

“Es la economía, estúpido” fue una frase acuñada por el arquitecto político de la victoria de Bill Clinton en 1992, James Carville.

La frase fue un grito de batalla diseñado para enfatizar lo que los estrategas de Clinton percibían como la mayor debilidad política de George Bush padre: el deterioro de la situación económica de Estados Unidos a principios de los noventa.

Ese foco de la campaña, monotemático, fue suficiente para que un poco conocido, aunque carismático gobernador de un estado agrícola como Arkansas, se convirtiera en presidente de Estados Unidos y destronó al ícono de una de las dinastías políticas más influyentes en la historia del país vecino.

George Bush padre fue un presidente fuera de serie, que liberó Kuwait sin invadir Irak, consumó la caída de la Unión Soviética, a la que contribuyó como director de la CIA, vicepresidente de Estado Unidos y presidente de la República.

Entendió como nadie la vecindad con México y la convirtió en un valor, en lugar de un problema.

Pero ha sido de los pocos presidentes que no ha logrado su reelección por la daga que puso Carville en su talón de Aquiles: “es la economía, estúpidos”.

Las recientes elecciones primarias del estado de Iowa, otro estado agrícola que refleja en su electorado al núcleo duro de simpatizantes de Trump: blancos, rurales, poco educados, dan la clave para la que será una elección muy competitiva el 5 de noviembre.

A diferencia de otras zonas del país, donde las preocupaciones inflacionarias ocupan la mayor atención de los votantes, en Iowa fue la migración, a pesar de que el estado es abrumadoramente blanco y se encuentra muy lejos de la frontera.

En las asambleas electorales de Iowa, Trump arrasó a Ron DeSantis y a Nikky Haley con más de 30 puntos porcentuales de ventaja. Si los asesores de Trump tomaron nota, es muy probable que el expresidente profundice sus ataques a Joe Biden en migración en las próximas escalas.

Su nueva campaña se ha convertido en una repetición temática de su discurso en 2016 y 2020 en lo que respecta al tema migratorio.

Machaca la necesidad de completar el muro en la frontera con México, sellar la frontera como uno de sus primeros actos de gobierno y poner en marcha una política de militarización fronteriza, con alambre de púas y elementos militares.

Para desgracia de la campaña de Biden, pocas cosas le han funcionado para contener la incesante llegada de migrantes indocumentados a la frontera con México.

La economía va bien, pero la migración es vista como fuera de control.

En diciembre de 2023 la cifra de “encuentros” (detenciones o expulsiones ipso facto) rebasó las 300 mil personas, la más alta de la historia.

Durante una visita a Eagle Pass, Texas, el secretario de seguridad nacional, Alejandro Mayorkas , reveló que el repunte obedecía en parte a que el gobierno mexicano había dejado de hacer cumplir sus compromisos migratorios para contener el flujo de indocumentados en su frontera sur, colindante con Guatemala.

Gracias a la visita del secretario de Estado, Anthony Blinken, la asesora de seguridad nacional para la Casa Blanca, Elizabeth Sherwood Randall y el propio Mayorkas, los compromisos fueron restablecidos y la cifra de llegadas a la frontera se estabilizó.

Pero los problemas de Biden en materia migratoria son mayores: un creciente número de ciudades gobernadas por demócratas se quejan de que los migrantes que son desplazados al interior del país están abrumando sus servicios públicos: vivienda, salud, transporte, etcétera.

Poco ayuda a la causa de los demócratas tener una confrontación con los republicanos y, además, recibir fuego amigo por parte de alcaldes demócratas en algunas de las ciudades más grandes del país, especialmente en Nueva York.

En contra de Biden opera otro dato adverso: los republicanos de la Cámara de Representantes insisten en condicionar el descongelamiento de la ayuda militar a Ucrania e Israel a que Biden acepte reimponer algunas de las políticas más duras que había en la administración Trump.

Estamos hablando de restituir el Título 42, eliminar de manera significativa el procesamiento de solicitantes de asilo y restringir el proceso de libertad condicional humanitaria que ha permitido la llegada de cubanos, haitianos, nicaragüenses y venezolanos.

Si Biden está realmente preocupado por el desbalance de poder global, con un eventual triunfo de Rusia en Ucrania, es previsible que aceptará alguna o todas de las demandas de los republicanos de la Cámara baja.

Con ello podría cerrar un flanco de ataque de los republicanos en la recta final de las elecciones de noviembre, aunque provocará el disgusto de sus bases demócratas más progresistas.

Es una apuesta delicada que tendrá que sopesar con tiento, porque de una decisión correcta depende su reelección.

La próxima escala del calendario político son las primarias en el estado de New Jersey, donde Haley es más competitiva frente a Trump.

Pero Iowa es un mejor reflejo del país que Nueva Hampshire, por lo que el resultado no cambiará la inevitabilidad de la victoria de Trump en la nominación presidencial ni que enarbole la migración como punta de lanza de su campaña.

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