A nuestra próxima presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo, le corresponderá gobernar bajo el acoso de dos misóginos: Andrés Manuel López Obrador y (posiblemente) Donald Trump.
El impactante extravío del presidente Biden ayer, que se alejó con la lentitud de un sonámbulo del grupo de líderes del G7 para saludar a una persona imaginaria, parece ser la confirmación de que su salud no está para presidir Estados Unidos otros cuatro años.
Donald Trump, en cambio, fue recibido como un campeón en plena forma por los senadores republicanos en el mismo lugar que el expresidente instó a asaltar el 6 de enero de 2021, el Capitolio, y por el cual está siendo procesado.
Ahí viene Trump, adelantan las encuestas (y no son de Massive Caller).
Con un presidente de EU misógino, iracundo, endiosado por sí mismo y por una red de fanáticos que lo siguen adonde les diga, tendría que tratar la presidenta Sheinbaum a partir de enero.
La unidad tiene que crearla ella desde la Presidencia.
Eso será menos problemático que desprenderse del dominio que desde ahora ejerce sobre ella un expresidente misógino y narcisista que aspira a seguir gobernado: López Obrador.
Frente a las anunciadas agresiones de Trump, Claudia Sheinbaum con toda seguridad tendrá el respaldo casi unánime de los mexicanos, y apoyo para resolver lo más asertivamente posible los conflictos con el pendenciero castigador de mujeres y azote de mexicanos.
Es un problema monumental para ella y para México.
Aranceles, deportaciones, maltratos, separación de familias y hasta posibles bombardeos a zonas específicas de México es lo que nos espera en caso de que Trump gane y cumpla sus promesas para este segundo periodo en la Casa Blanca.
De ocurrir, Claudia Sheinbaum contará con la unidad nacional.
Aunque si se intenta liberar del cacicazgo que ejercerá sobre ella y sobre Morena el expresidente López Obrador, Sheinbaum encontrará el vacío de buena parte de eso que llamamos partido gobernante. Porque en realidad no es un partido, sino un movimiento liderado por un caudillo misógino y, según él, indispensable.
Desde hace años ha dicho que este 1 de octubre se retirará de la política, no hará declaración alguna y se dedicará a labores de campo y la lectura en su finca de Palenque.
Pocos días después de que ganó Sheinbaum cambió de opinión, y ya se reserva el derecho de disentir (de la presidenta) y de colaborar si ella se lo solicita.
La pregunta es obvia: si duda que Claudia pueda gobernar sola y tal vez va a necesitar de su ayuda, ¿por qué la eligió como candidata?
Su misoginia no es sólo una interpretación, sino que fue confirmada por un tribunal ayer.
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación determinó que el presidente López Obrador incurrió en violencia de género contra la candidata de oposición en reiteradas ocasiones.
Sus acciones, sostuvo el TEPJF, “configuran violencia simbólica con el objeto de menoscabar el reconocimiento de sus derechos políticos, con base en carácter de mujer e indígena, al reforzar el estereotipo de inferioridad o dependencia para acceder a cargos públicos, y que no es autónoma en sus decisiones”.
Pero como es el presidente de la República, no puede ser sancionado.
A Sheinbaum –ya hemos visto en esta semana y media de haber ganado la elección– le subraya, a ella y a los votantes, que el poder es suyo y le va a enseñar a gobernar:
Se votan ahora las reformas, no con la pausa que tú quieres y lo anunciaste sin mi consentimiento.
Me acompañas a una gira para que te quede claro, en el terreno, quién es el dueño del tigre.
Y vas a hacer una consulta popular de risa loca para destruir la independencia del Poder Judicial, como yo hice una para destruir el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Sheinbaum podrá contar con el respaldo nacional ante las agresiones de Trump, si construye la unidad.
Para ello tendría que aglutinar a dirigentes, militantes y gobernadores de Morena en torno suyo, enterrar el discurso de odio contra la mitad de los mexicanos y permitir que la bandera tricolor ondee para todos en la Plaza de la Constitución.