El espaldarazo del Presidente de la República al gobernador de Sinaloa ha sido el más vigoroso y contundente que ha dado a cualquier pillo de su administración. Y ha dado muchos.
Ahora que la Fiscalía General de la República evidenció la fabricación de las autoridades sinaloenses para simular que el asesinato del exrector Héctor Melesio Cuén fue en un lugar distinto al señalado por Ismael el Mayo Zambada, el Presidente fue a darle su respaldo personal al gobernador Rocha Moya.
No fue solo. Llevó a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, quien había dado por finalizados sus recorridos por el país en compañía de López Obrador.
Comprometió a la próxima presidenta de México en la protección al gobernador que ganó las elecciones con el respaldo activo del Cártel de Sinaloa, le pidió la renuncia al fiscal del estado y puso en su lugar a una incondicional que debió renunciar porque la FGR descubrió las turbiedades en el caso del crimen contra Cuén.
La comprometió a respaldar al gobernador que mantuvo, con cargo al erario, una escolta de la Judicial del estado para proteger al Mayo Zambada. Cuén lo había hecho responsable si algo le ocurría.
El mensaje del presidente López Obrador fue lo suficientemente claro para que lo escucharan en la Fiscalía General de la República, que investiga el caso, y en la embajada de Estados Unidos, país que tiene en su manos al Mayo Zambada.
“Tiene todo nuestro apoyo el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha”, dijo el Presidente junto a Rocha Moya y a Claudia Sheinbaum.
La defensa de AMLO al mandatario sinaloense será, pues, hasta donde tope. Sus razones tendrá, aunque comprometer así a su sucesora en un caso criminal sujeto a investigación en México y en Estados Unidos es una imprudencia que la perjudica a ella y al país.
Desde que se llevaron a Zambada a Estados Unidos, López Obrador se ha envuelto en la bandera y desafía al gobierno del país vecino como no lo había hecho en todo su sexenio.
Cada vez que autoridades o políticos estadounidenses lo señalaban a él y a su gobierno, López Obrador se escurría por la tangente: no voy a caer en provocaciones, son tiempos electorales allá, son tiempos electorales acá…
Hasta que se llevaron ante la justicia de Estados Unidos al líder del Cártel de Sinaloa, a pesar de contar con la escolta que pagaba el gobierno del estado y la protección de un ejército irregular de pistoleros a sueldo del narco.
Ahora sí, al Presidente le preocupó la soberanía y provoca un conflicto con Estados Unidos de consecuencias imprevisibles. Ninguna positiva.
Pausó la relación con la embajada de Estados Unidos porque consideró una “injerencia inadmisible” que por su conducto el Departamento de Estado haya manifestado su preocupación por la reforma al Poder Judicial.
Nuestros socios del T-MEC tienen todo el derecho a opinar que tal o cual medida del gobierno mexicano lastima la relación comercial.
López Obrador sí ha interferido en los asuntos políticos internos de Estados Unidos: fue a la Casa Blanca a dar su respaldo, dar su apoyo y agradecimiento a Donald Trump en la campaña presidencial pasada.
Respaldó a Trump cuando sus partidarios asaltaron el Capitolio con saldo de muertos y heridos.
En las elecciones intermedias llamó a no votar por los republicanos.
Y ahora AMLO se acuerda de la “defensa de la soberanía nacional” con la coartada de las dudas que expresan nuestros socios por la reforma judicial, porque les afecta.
¿Soberanía?
Como Presidente cedió soberanía territorial y política al narcotráfico y a otras ramas del crimen organizado, mientras seguía mandándoles abrazos y les dispensó un trato con la cortesía que no tuvo hacia quienes lo critican.
Chiapas no estaba así cuando López Obrador asumió la Presidencia. Había pobreza, como la sigue habiendo, pero existía estabilidad política y un aceptable orden.
En el actual gobierno se descompuso Chiapas.
¿Y la soberanía, Presidente?
El gobierno fue borrado, y la “soberanía” en la frontera sur del país se la disputan las grandes bandas del crimen organizado.
Se argumenta, con razón, que cabe esperar que la presidenta Sheinbaum recupere para el Estado el control del país, y que evite un choque con Estados Unidos.
Las señales que ha dado no son buenas, pero gobernará al país.
Ella no tiene compromisos con los asesinos de Cuén, ni con los cárteles, ni con gobernadores apadrinados por el narco.
Con la única banda que debe estar comprometida es con la que traerá terciada al pecho a partir del 1 de octubre, por seis años completos.
Aunque a López Obrador aún le faltan 34 días de gobierno. Una eternidad para seguir haciendo daño. Daño irreversible.