Uso de Razón

La imagen de la locura

La estrategia de usar al Ejército para dar seguridad pública ha sido un fracaso que sólo el fanatismo puede negar. No obstante, el gobierno sigue engañando con un ‘vamos ganando’.

El vistoso despliegue militar en el Zócalo capitalino no se corresponde con el desastre que el país vive en la inseguridad que, en teoría, a las Fuerzas Armadas le encargaron disminuir.

Inseguridad combinada con ingobernabilidad.

La estrategia de usar al Ejército para dar seguridad pública ha sido un fracaso que sólo el fanatismo puede negar. Doscientos mil asesinatos en el sexenio, mientras el gobierno engaña con un “vamos ganando”.

Miles de uniformados desfilaron en la Ciudad de México, rindieron y recibieron honores, y en Culiacán el gobernador de Sinaloa encabezó la ceremonia del 15 de septiembre ante una explanada vacía a la que lanzó un patético grito de “¡Viva el presidente López Obrador!”.

El culto a la personalidad que se vive en este sexenio, contrastado con la principal tarea de un gobernante que es dar seguridad a la población, es para avergonzar a cualquiera, salvo a los fanáticos.

Tuvimos, el fin de semana, la imagen viva del sexenio que acaba: la plaza vacía y un gobernador solitario que grita ¡Viva López Obrador!

También es la imagen de la locura.

En la Ciudad de México, el secretario de la Defensa informó al Presidente que construyeron 2 mil 750 sucursales del Banco del Bienestar, remodelaron hospitales, administran aeropuertos, construyeron seis hoteles en zonas turísticas y operan 32 aduanas en las fronteras del país.

Eso les encargaron, eso hicieron y cumplieron. Pero el comandante supremo tiene alteradas las coordenadas: la mayoría de esas tareas corresponde al sector privado, y la seguridad compete al gobierno.

El orden y la seguridad se las encomendaron a la Fuerzas Armadas, y el jefe de la zona militar en Sinaloa dice que “la seguridad depende del crimen organizado, no de nosotros”.

López Obrador culpa a los medios de comunicación de exagerar la violencia que se vive en amplias regiones del país.

Y la presidenta electa dice que si el gobierno enfrentara a los grupos criminales se provocaría más violencia.

No hay lógica ni hay resultados.

¿Entonces, para qué quieren poner en la Constitución que la Guardia Nacional dependerá de la Secretaría de la Defensa?

Si las instrucciones presidenciales son que las fuerzas de seguridad del Estado, léase las Fuerzas Armadas, no sometan a los ejércitos irregulares del crimen organizado, carece de sentido militarizar la Guardia Nacional.

Cada día se anuncia el envío de más tropas a Sinaloa, y cada día se informa de nuevas agresiones a nuestros soldados por parte de Mayos y Chapos.

Oficiales y soldados tienen órdenes de no atacar a los criminales. Pero a ellos sí los pueden atacar.

Las gallinas de abajo ensucian a las de arriba.

¿Qué desorden es ése?

El gobernador Rocha Moya dio el grito solo porque no hay condiciones de seguridad para que la población participe en una fiesta cívica, la más importante del año.

Su policía no sirve. Un comandante de la judicial del estado y otros elementos de esa corporación estaban comisionados para servir de guardaespaldas del Mayo Zambada.

¿Entonces? Entonces a rezarle a Malverde para que los cárteles de las drogas y la extorsión se apiaden.

No hay seriedad, sólo locuras. Y de por medio está la tranquilidad secuestrada en la vida cotidiana de los sinaloenses. Y de los chiapanecos, de los guanajuatenses, de los habitantes de Guerrero, los de Tamaulipas…

El gobernador de Sinaloa tuvo ante sus ojos la fabricación de un escenario para simular una versión falsa del asesinato del exrector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Héctor Melesio Cuen.

Fue un montaje, del gobierno estatal, para engañar sobre un crimen.

A Cuen lo asesinaron cuando iba a reunirse con el gobernador Rocha Moya para que, con la intermediación y buenos oficios del Mayo Zambada, se desistiera de la solicitud de aprehensión contra su hijo Héctor Melesio Cuen Díaz y del rector de la UAS, José Luis Madueña (actualmente prófugo).

Y en el ancho mar del cemento, los aviones y los automóviles, la Marina realiza las tareas de conciliación entre los taxistas del aeropuerto de la Ciudad de México con los choferes de aplicaciones (Uber, Didi, etcétera).

El gobierno está de cabeza. Militarizado y en desorden.

Urge recuperar una mínima racionalidad: que las Fuerzas Armadas se ocupen de las tareas que le son propias, la iniciativa privada haga las obras que sabe hacer, y que se formen policías civiles adiestradas, equipadas y bien pagadas que se ocupen de la seguridad pública.

Nada de lo anterior, por obvio que parezca, está asegurado.

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