Si se esperaba que el discurso inaugural del sexenio de la presidenta Claudia Sheinbaum trajera señales con cierta intención de corregir errores, el evento de ayer fue decepcionante.
La sesión solemne del Congreso para la transmisión de poderes estuvo lejos de ser una ceremonia republicana y pareció ser un mitin partidista, con la Presidenta que lanzaba arengas políticas desde la máxima tribuna de la nación.
De republicano, lo de ayer en San Lázaro sólo tuvo la presencia de legisladores de oposición y de ministros representantes del Poder Judicial.
No hubo un solo llamado o convocatoria a la concordia nacional, luego de un sexenio que polarizó y fomentó la división y hasta el odio.
Ningún reconocimiento a la pluralidad política que existe en el país, ni de respeto a los que piensan diferente.
Los parlamentarios que no son del bloque gobernante fueron completamente ignorados en el discurso inaugural de la Presidenta.
Tal y como fue Claudia Sheinbaum en los debates con Xóchitl Gálvez en la campaña, fue ayer en su toma de posesión. A los legisladores de oposición, ni una mirada, ni un saludo. Menos un llamado a trabajar juntos por el país que gobernará por seis años.
La maquinaria del pensamiento único tomó nuevas fuerzas ayer y seguirá su camino hasta donde tope.
Cero autocrítica, como suelen hacer los presidentes entrantes que suceden a alguien de su mismo partido, para construir desde ahí una nueva etapa y alcanzar logros donde hubo rezagos.
Nadie esperaba que Claudia Sheinbaum incurriera en el ruinoso ritual del canibalismo político, pero sí algún trazo de que tendremos un sexenio más incluyente y menos autoritario.
Dijo que mentían los que hablan de autoritarismo. ¿Por qué mienten? Porque ella lo dice. Punto.
Ni una línea de sustancia argumentativa sobre ese tema que preocupa a sectores representativos de la sociedad, como la academia, la iniciativa privada, los abogados.
Dijo que las reformas constitucionales que ordenan el paso de la Guardia Nacional (es decir, las tareas de policía) a la Secretaría de la Defensa no implican militarismo.
Quienes lo afirman mienten, dijo.
¿Por qué?
Porque lo dice ella. Punto.
La palabra humildad no fue pronunciada ni una sola vez por la persona más poderosa que haya tenido México en muchas décadas.
En su primera intervención pública como presidenta, Claudia Sheinbaum dejó pasar la oportunidad para dar a conocer al país una personalidad política propia.
Hubo, en cambio, un endiosamiento inusitado de su antecesor, al que en un lapsus llamó presidente cuando la Presidenta es ella y nadie más.
Tendremos continuidad en todo, porque según el discurso de ayer todo estuvo bien hecho.
Continuidad en todo, hasta en las formas groseras y en las mentiras.
La presidenta Sheinbaum fue irrespetuosa con los expresidentes Felipe Calderón y Ernesto Zedillo.
Tengamos la opinión que tengamos de ellos, juntos o por separado, no se trata así a expresidentes de la República que llegaron al poder por la vía democrática, en una ceremonia institucional, solemne, del Congreso.
En debates, asambleas o mítines partidistas, desde luego que sí. Pero la falta de respeto en esos niveles sólo sirve para intoxicar aún más la conversación pública y hacer daño al espíritu democrático de la nación.
Repitió el catecismo de política económica de su antecesor, que sólo logró 0.9 por ciento de crecimiento promedio anual, y cometió un acto de deshonestidad intelectual al acusar de los males del país a los gobiernos de los 36 años previos a AMLO.
Gracias al Tratado de Libre Comercio, al que ella se opuso de manera activa, el país se encuentra hoy entre las 15 principales potencias económicas del mundo, como destacó en su discurso.
México sigue siendo atractivo para la inversión extranjera a pesar de las políticas económica y energética de su antecesor, en virtud del Tratado de Libre Comercio con la principal potencia del mundo, con la cual tenemos más de tres mil kilómetros de frontera.
Con los fondos que dejaron los gobiernos anteriores a AMLO, este pudo repartir dinero y dejar el cargo con alta popularidad, disminuir (momentáneamente) la pobreza –aunque creció la pobreza extrema– y ganar con facilidad las elecciones.
Gracias a las sucesivas reformas políticas pactadas en la pluralidad durante los años de gobiernos que Claudia Sheinbaum vapuleó, fue posible que López Obrador fuera presidente de la República, y ella su sucesora.
La política de seguridad, tan desastrosa en la administración saliente, continuará sobre los mismos ejes actuales: atender las causas y hacer trabajo de inteligencia. “La paz es fruto de la justicia”, repitió y es compartible la frase.
Pero ¿y los resultados qué, cuándo?
¿Van a ser diferentes si se continúa haciendo lo mismo?
Tal vez en su administración tengamos paz, pero lo que expresó es sólo una consigna, como lo fue en el sexenio de los 199 mil 619 asesinatos y un desaparecido por hora.
Continuidad al pensamiento único, sin diálogo con los que tienen ideas diferentes, y cero humildad para ofrecer aunque sea un saludo a los que buscan a sus hijos desaparecidos, a los deudos de los cientos de miles de muertos por covid debido a políticas equivocadas y frívolas, a los familiares de niños muertos por fallas en la compra de medicinas.
Por el hecho de que a Sheinbaum no la conocemos como sí conocíamos a López Obrador, hay la posibilidad de dudar en que tal vez sí la salud y educación tendrán atención especial durante su gobierno y que la ciencia se vinculará a sectores prioritarios.
Dijo que será respetuosa de la libertad de prensa. Veremos. El movimiento se demuestra andando.
Pero señales de cambio en lo que se ha hecho mal no las hay.
Su discurso inaugural fue decepcionante.