A veces tardamos en ver lo que tenemos frente a nuestros ojos, y a ese mal hábito se le llama “ceguera de taller”.
La violencia que desgarra hoy a buena parte del país en gran medida es consecuencia del vínculo entablado por el presidente Andrés Manuel López Obrador con el Cártel de Sinaloa.
En lugar de reducirlo, lo empoderó.
Le dio alas, vistosas palmadas en el hombro, presumió la cercanía con los familiares de los capos, y al jefe de estos lo ayudó con peticiones de buen trato en la prisión de Estados Unidos.
La Presidenta se mostró escandalizada porque el presidente en 2006-2012, Felipe Calderón, dijo que volvería a hacer lo que hizo: combatir a los narcos.
Enorme revuelo porque hace varios años un presidente combatió al crimen organizado, como si eso fuera algo anormal.
Que lo hizo bien o mal es algo que necesita discutirse, corregir errores y enmendar.
Pero simulamos que no vemos lo que acaba de suceder: la tolerancia a un gran cártel de parte del presidente de la República que dejó el cargo hace menos de un mes.
¿Eso es lo normal?
Le permitió, por ejemplo, poner al gobernador de Sinaloa.
Seguramente también a otros, pero la evidencia incontestable es la forma en que llegó al poder el morenista Rubén Rocha Moya.
Llegó con el apoyo armado del Cártel de Sinaloa, y así ha gobernado.
Cierto, AMLO tampoco combatió con rigor al otro cártel homicida, el Jalisco Nueva Generación (CJNG), aunque con el de Sinaloa estableció una relación de familiaridad que no requiere de nuevas pruebas.
Tal vez no lo hizo de mala fe, cada uno que piense lo que quiera. Lo real, medible en cadáveres y en desgobierno, es que cometió un grave error.
Lo que sucede en Sinaloa, Chiapas, Guanajuato, Guerrero, Tamaulipas, Tabasco, Michoacán, Zacatecas, no es porque se combatió al narco, sino porque se le dejó hacer.
Fue el propio presidente el que se encargó de mandar, en al menos media docena de ocasiones, el mensaje público de cercanía y protección a los capos del Cártel de Sinaloa.
¿Quién se iba a meter con los protegidos del presidente?
Lo que padecemos ahora es la consecuencia de una política equivocada del gobierno de López Obrador de proteger al cártel con la idea de que lo podría controlar.
Ocurrió al revés: fue el Cártel de Sinaloa el que acabó controlando territorio, fronteras, mandos políticos, estructuras de gobierno, y se desató una guerra encarnizada con el CJNG.
Ahora todos los grupos criminales del país (salvo, quizá, en Michoacán) necesitan la alianza con algunos de los dos grandes cárteles para luchar contra sus enemigos locales por el cobro de derecho de piso a comerciantes, productores, constructores y empresarios de otras actividades.
También requieren del apoyo de alguno de los dos grandes cárteles para sus disputas por el trasiego y venta de drogas al menudeo, huachicol, tráfico ilegal de personas a las que también extorsionan aun cuando ya se encuentren en Estados Unidos, vía sus familiares en el país de origen.
Qué desastre dejó en el país López Obrador.
Su pax narca resultó un infierno.
Doscientos mil muertos por asesinato violento, y él tan campante se fue al retiro en su finca a disfrutar del paisaje en llamas.
Su vínculo afectuoso con el crimen organizado fue tan ostensible y publicitado por él mismo que no lo queremos ver.
Ahí está el problema.
Mientras buena parte de la sociedad quiera vivir en el engaño, la violencia criminal no tendrá fin.
Hace apenas un par de meses, el entonces presidente de la República fue desafiante en su respaldo al gobernador de Sinaloa.
Ninguna institución dijo nada.
Cuando se dio a conocer la carta del Mayo Zambada desde Estados Unidos, en la que dio cuenta de algunos pormenores de su secuestro, el entonces presidente dijo que se trataba de una maniobra para desprestigiarlo a él.
Y sacó el pecho por Rocha Moya, el gobernador vinculado al cártel, exhibido por Zambada, cuya fiscal hizo un montaje para desviar la atención de un crimen político.
En la inauguración del Hospital General IMSS-Bienestar en Culiacán (10 de agosto de 2024), el presidente dijo: “Nosotros le tenemos toda la confianza al maestro Rocha, toda la confianza al gobernador Rubén Rocha Moya. Lo felicito porque da la cara, no dejó pasar ni un día”.
De inmediato, sin ninguna investigación de por medio, dio por buena la faramalla del gobernador: “Más claro ni el agua. Qué bien que se aclaró cuál es la situación”.
Se envolvió en la bandera nacional y apuntó contra Estados Unidos: “México es un país independiente, libre, soberano. Aquí mandamos los mexicanos”.
Echó el nacionalismo por delante: “Hay algunos que están mal acostumbrados a sentirse los dueños del mundo, (con) la tentación de querer mandar en todas partes”.
Luego vinieron las sucesivas visitas a Sinaloa, con el pretexto que fuera, y llevó a la presidenta electa a respaldar a Rocha Moya.
¿No lo vemos?
Sí, claro que sí, pero no basta ver, hay que darse cuenta.