A partir de enero México, su territorio, sus habitantes y su porvenir como país libre y soberano, estará sometido al bombardeo de dos atacantes de una peligrosidad devastadora: el gobierno de Donald Trump y el gobierno de Morena.
La mayor potencia militar, económica y tecnológica de la historia estará gobernada por extremistas antimexicanos, y en México tenemos al mando de nuestro destino a un movimiento dominado por fanáticos y oportunistas que han dividido a la nación.
Es una combinación letal para el país.
Por las dimensiones de su potencial destructivo muchos prefieren no mirar de frente los efectos que podría causar la malhadada coincidencia de Trump y Morena en el poder.
Tienen razones existenciales respetables los que optan por cerrar los ojos, o por volcar la mirada a su interior en busca de paz y alejarse de las noticias.
Pero el gobierno tiene otra función: tomar providencias a fin de atenuar los peligros de la administración Trump y no lo hace, sino que los potencia.
Los migrantes vivirán una tragedia en Estados Unidos, porque contra ellos está anunciada una cacería medieval, encabezada por funcionarios siniestros, tatuados con cruces y símbolos de guerra en sus cuerpos, y el presidente Trump engrasa una feroz maquinaria de propaganda antinmigrante.
Hasta el Ejército será empleado en la cruzada contra la migración.
En Estados Unidos hay unos 12 o 15 millones de migrantes ilegales, en su mayoría mexicanos, a los que por motivos de capacidad operativa el gobierno de Trump no podrá arrestar y expulsar. No en su totalidad.
Con que deporte al porcentaje que sea, 10, 15 o 20 por ciento, significa una hecatombe para la cual no estamos preparados.
¿Adónde van a mandar a los hondureños, colombianos, haitianos o ecuatorianos que apresen? No les van a poner vuelos charters a Tegucigalpa, Bogotá o Quito.
Los van a enviar a México, junto con los mexicanos que caigan en las redadas en las que ya trabajan los funcionarios que inician en enero.
Salvo el próximo secretario de Estado (Marco Rubio), el resto de los integrantes de la primera línea del equipo de Trump en seguridad, defensa y migración, son personajes con nula o casi nula experiencia.
Tienen ideas explícitamente hostiles en cuanto a la relación con México, y los que tienen alguna trayectoria en las tareas de gobierno son intervencionistas de sangre fría.
Partidarios de la intervención militar en México, quiero decir.
Ya no hay profesionales ecuánimes en el equipo de Trump.
No estarán en su gabinete los que frenaron al entonces presidente que, al menos en dos ocasiones, planteó lanzar ataques con misiles a puertos y ciudades mexicanas donde los cárteles tienen sus palacetes, casas de seguridad para el tráfico de migrantes y laboratorios de drogas sintéticas.
Esos objetivos militares del equipo de Trump están en las ciudades de al menos la tercera parte del territorio. ¿No se entiende el periodo altamente riesgoso de lo que va a empezar en enero?
Ni la Presidenta, ni el gabinete ni Morena lo entienden. O no les preocupa.
Están concentrados en hacer exactamente lo contrario de lo que el sentido común –y la experiencia histórica– indica que no se debe hacer: minimizar el riesgo, dividir a la ciudadanía y debilitar el crecimiento económico.
Cuando tenemos a Trump y a sus primeras líneas de mando con la cara pintada de guerra mientras elaboran escenarios sumamente hostiles contra México y los mexicanos, aquí la Presidenta se reúne con los integrantes de su movimiento en Palacio Nacional para festinar los resultados de guerra interna contra casi la mitad de los mexicanos.
En una reveladora y meritoria nota de los reporteros Antonio Gómez y Víctor Gamboa, basada en el audio de la reunión privada de la Presidenta con los legisladores de la coalición gobernante, se aprecia el orgulloso belicismo de la mandataria por haber pasado por encima de “medios de comunicación, comentócratas, oposición, Poder Judicial, ministros y ministras (que) no pudieron vencernos”.
Anunció que va por más, y ya sabemos lo que eso significa:
-Cerrar el acceso al poder a los que no se alineen con el movimiento que encabeza López Obrador.
-Inhibir el potencial de crecimiento de México, con dogmas antieconómicos.
-Eternizar la ignorancia y la pobreza de las clientelas electorales cautivas, para mantenerse en el poder.
Todo ello con la carga retórica para estigmatizar a la “derecha” o los “conservadores”, como despectivamente se refiere el gobierno a los que no se alinean con Morena y aliados.
Se trata, ni más ni menos, que de 42 por ciento de la población.
El sectarismo de Morena no combina con la tragedia que significará el segundo periodo de Trump para millones de mexicanos e incluso para la integridad de la nación.
Los ciega el poder, que es lo único que les interesa.