Uso de Razón

Cuando la verdad no importa

Los colectivos que se formaron en sexenios pasados para exigir transparencia, fiscalías que sirvan, respeto al sufragio, se esfumaron. La verdad dejó de importar.

Un grupo de científicos se dio a la tarea de dilucidar cuántas personas habían muerto por covid en México y que no debieron haber fallecido: 300 mil.

Si Hugo López Gatell no ha sido juzgado por negligencia criminal es porque, más allá de unos pocos médicos y periodistas, la sociedad no lo ha exigido.

Tampoco está interesada en el tema.

Ya no es de interés público contar la historia de la costurera de mi barrio: su padre murió por falta de oxígeno en un hospital público mientras ella se formaba a las doce de la noche, para comprar a las seis de la mañana un pequeño cilindro en la colonia Escandón.

Hay una indiferencia generalizada ante el hecho de que en México haya ocurrido el mayor número de defunciones de personal médico en el mundo por contagio de covid.

Eso fue debido a los ahorros criminales durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

¿Y? ¿Quién reclama? ¿Alguien pide justicia?

Al contrario, legisladores de Morena querían la Medalla Belisario Domínguez para AMLO, y la Presidenta lo cita a diario como el sabio timonel que enderezó el mal rumbo de la nación.

La mayoría prefiere creer esa mentira en lugar de aceptar la verdad de que hubo negligencia criminal del entonces presidente y las autoridades de Salud que mataron, entre risas, sarcasmos e información falsa, a 300 mil mexicanos.

Durante el gobierno anterior hubo 200 mil personas asesinadas, en su mayoría por el crimen organizado que fue solapado por las más altas autoridades federales.

Y nos quedamos con el problema de asesinatos, desapariciones y regiones del país controladas por ejércitos de los cárteles, donde ciudadanos pagan impuestos al fisco y a los sicarios que cobran derecho de piso por dejar trabajar.

“Párenle con las noticias de matanzas y secuestros, ya aburren”, solemos oír de personas con estudios y de buena fe.

Matar se ha vuelto rutina.

“Seguiremos construyendo la paz”, escribió un líder de Morena y nadie lo criticó. ¿Para qué?

La Presidenta repitió el fin de semana un lema de López Obrador: “No puede haber gobierno rico y pueblo pobre”.

Mientras, el gobierno intenta apropiarse del dinero del Infonavit, que es de empresarios y trabajadores, para gastarlo en subsidiar sus faraónicas propiedades: Pemex, CFE, una línea aérea, el Tren Maya, las refinerías, el aeropuerto inútil y pagar intereses de las deudas contraídas para destruir.

¿Quién dice algo por el dinero que se le quita a la educación y a la salud de los pobres, y se invierte en los lujos del gobierno, que son un barril sin fondo?

Nadie, y quienes lo escriben lo hacen en el mar: se borra con una mentira. Se vuelve a escribir y se vuelve a borrar con mentiras.

Destruyeron el futuro de varias generaciones al tirar billones de pesos a la basura, cerraron el paso a la inversión privada, a la creación de infraestructura para atraer inversiones, eliminaron la reforma educativa y le entregaron parte del país a las mafias.

También destruyeron la separación de poderes y serán quienes controlen el acceso a la justicia. Hicieron añicos el Estado de derecho.

¿A quién le importa? ¿A muchos? No se nota, ni en las calles ni en las encuestas.

Van por apropiarse de la llave del acceso al poder, con la destrucción del organismo autónomo que organiza las elecciones.

Morena nos va a acusar, Morena nos va a investigar, juzgar y condenar. Morena será competidor en las elecciones y será el árbitro de las elecciones. Los recursos de ley, los resolverá Morena.

El desprecio al valor de la verdad quedó evidenciado por el silencio ante la desaparición del Inai. Los colectivos que se formaron en sexenios pasados para exigir transparencia, fiscalías que sirvan, respeto al sufragio, se esfumaron.

La verdad dejó de importar.

No hubo protestas por la decisión de consejeros serviles del INE que le dieron a Morena la mayoría calificada en el Congreso, que los votantes no le dieron.

No hubo movilizaciones contra la anulación del derecho de amparo. Ni por la prisión oficiosa por las sospechas del gobierno (de Morena) de que alguien alteró una factura, aunque no sea verdad.

La pregunta de Freud (citada por Rob Riemen en El arte de ser humanos) es pertinente en nuestros días: “¿Creen realmente que un puñado de ambiciosos y farsantes inmorales habrían logrado desencadenar todos esos malos espíritus si millones de seguidores no fueran sus cómplices?”.

No sólo los seguidores, sino principal y en primerísimo lugar los indiferentes, los que invitan al silencio y a cohonestar con una secta de fanáticos que día a día se empeña en destruir nuestra noble y querida casa.

Aviso: esta columna política que se publica de lunes a viernes desde hace más de una década en El Financiero, y antes en La Razón y en Excélsior, se pone en pausa indefinida. Agradezco al valeroso dueño de este diario, Manuel Arroyo Rodríguez, haber aceptado mi propuesta de ser –por un tiempo– corresponsal en Europa. Desde ahí podré ofrecer a los lectores algunas crónicas, entrevistas, reportajes y artículos de opinión sobre un continente que está en proceso de parto de una etapa desconocida para nuestra época. Ello implica dejar la Dirección General de Información Política del diario, y no me resta sino agradecer a los lectores, a mi director Enrique Quintana y a las queridas compañeras y compañeros con los que he trabajado en la confección cotidiana de El Financiero en estos años felices.

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