El país está en modo 'enojado' y sobre todo irracional, autodestructivo, frustrado. Mala señal.
Una cosa es el futbol y otra es la política, es cierto. Pero el estado de ánimo es el mismo en ambos terrenos.
A mí tampoco me gusta Juan Carlos Osorio como técnico, sus rotaciones, falta de cuadro titular y su incapacidad para infundir entusiasmo.
Pero el equipo se llama México, y no hemos dejado de pegarle desde las eliminatorias mundialistas que lo hicieron clasificar con notas de excelencia.
Lo mismo hacemos con el país. Desde hace veintitrés años no hemos cesado de patear el pesebre nacional todos los días. Obvio, tarde o temprano se va a caer. A partir de diciembre, por ejemplo.
Un entrenador que no se esfuerza por agradar al público, una prensa amarillista y aficionados furiosos son el marco en que 23 muchachos nuestros viajaron a Rusia.
Van a competir con otras selecciones que, a diferencia de la nuestra, son apoyadas por sus connacionales.
Resulta inconcebible que a los nuestros, en su despedida en el estadio Azteca, se les haya abucheado, chiflado e insultado.
¿Perdieron por goleada? No. Le ganaron a Escocia.
El ánimo social es de frustración y derrotismo, aunque ganemos.
Si nuestra Selección hubiera empatado con Escocia la habrían abucheado e insultado porque no ganaron.
Y como ganaron, los chiflaron porque sólo fue uno a cero.
No hay forma de estar contentos. Ni siquiera existe la generosidad para desearle suerte a un equipo que calificó limpio para la Copa del Mundo y se despidió de México con un triunfo sobre Escocia
Estamos en modo 'enojado'. Nada nos resulta aceptable, sólo nos reconfortan los insultos que proferimos en nuestra propia denigración.
La prensa amarillista (en especial revistas) huele a las celebridades en desgracia y echa leña a la hoguera para acentuar la crispación y ganar centralidad.
Así en el futbol como en la política.
Una fiesta de los seleccionados la noche antes de partir a Rusia, que no tiene nada de malo ni de noticioso en sentido estricto, se convirtió en hoguera para quemar a los que van a representar al futbol mexicano en una justa mundialista.
Parece deliberada la intención de bajarles el ánimo, confrontarlos con la población y que les vaya mal.
Tal vez lo consigan. Así en el futbol como en la política. Que a México le vaya mal. De eso se trata.
Era el cumpleaños de Javier Hernández, El Chicharito, y los seleccionados hicieron una fiesta.
Se les vino el mundo de los medios encima. Con fingida mueca puritana, presentaron el hecho como si se tratara de una orgía romana.
Una de las chicas que asistió, salió a dar la cara ante los linchadores y dijo con todas sus letras que no eran escorts. Tenían ganas de echar relajo y lo hicieron. Eso es todo, ¿cuál es el pecado que desgarra a los comunicadores?
La ola amarillista y puritana condenó a nuestros seleccionados y a más de uno le provocaron problemas con sus parejas.
El volante Héctor Herrera tuvo que dejar Dinamarca y viajar a Portugal para darle explicaciones a su esposa por una celebración de cumpleaños del centro delantero, en la que, como en todas las fiestas, unos se van temprano, otros más tarde y algunos hasta el final.
Ahora esa Selección Mexicana está satanizada por la prensa, vilipendiada por la afición y sin un gramo de apoyo del público nacional.
¿Cómo nos va a ir en Rusia, si queremos que México pierda?
Muchos, muchísimos, piden a gritos que nos vaya mal.
Así en el futbol como en la política.
Clasificamos sin sobresaltos y los abuchean.
Se despide esa Selección con un triunfo en el Azteca y los insultan.
Hacen una fiesta porque el ambiente entre ellos era bueno y los falsos puritanos los incineran.
No es la mejor Selección de nuestra historia reciente, pero es la que tenemos y es la nuestra.
Aunque sea casi en solitario, grito con ganas de que se oiga hasta Moscú: ¡Viva México!