En el momento preciso en que el feminismo entró a mi vida, o yo me adentré en él, hubo un giro radical para mí, el cual ha resultado muy productivo (...) Lo que más me impresionó fue la idea de que se puede ver todo de una manera muy diferente, si así lo deseas.
Sarah Lucas
Si la experiencia social de mujeres y hombres es distinta (como lo que tratamos la semana pasada sobre la lactancia), también lo será su producción artística: "... la experiencia de la mujer en esta sociedad –social y biológica– simplemente no es como la del hombre. Si el arte viene desde el interior, como debe, entonces el arte de hombres y mujeres deberá ser diferente también". Así dice Lucy Lippard, crítica de arte. El arte feminista hace visible lo que no es visible, o no debía de ser visible, como el del cuerpo femenino, el deseo sexual, el placer, el dolor; éste incorporó una dimensión personal, íntima, que surge de la vivencia única y subjetiva del individuo.
Esto provocó un cambio en las prácticas artísticas contemporáneas: un mirar hacia el interior y una resignificación de la vida cotidiana. El legado feminista, con sus investigaciones y acciones, permeó todo el panorama artístico, influyendo a generaciones de mujeres artistas en los años 80 y 90, como Sarah Lucas, Tracey Emin, Sam Taylor Wood, Mona Hatum o Pipilotti Rist, entre otras, quienes sin abanderarse como feministas per se, se nutrieron de discursos gestados en los 70 y encontraron nuevos lenguajes en el trabajo de Cindy Sherman, que satiriza la multiplicidad de los roles femeninos; en la ironía y confrontación del espacio de tránsito con los billboards de Barbara Kruger y Jenny Holzer, en la acción poética de Yoko Ono, en la simbología de los materiales de Louise Bourgeois...
Ese mirar introspectivo, en tanto autobiográfico, en tanto conciencia del propio ser –del propio cuerpo– inmerso en un contexto permanentemente vivencial y real, abre la discusión sobre la dicotomía entre la relación de lo público y lo privado. La problematización del espacio personal versus el contexto social no sólo trastoca la cuestión de género; las minorías raciales y de preferencia sexual, grupos minoritarios, encontraron resonancia en este discurso y súbitamente se exteriorizó la pluralidad de matices de nuestra sociedad junto con sus zonas oscuras de racismo, discriminación y marginación sistémica.
Dan Cameron llamó postfeminismo al rasgo feminista que encontramos en el arte actual; no sé si el prefijo post es válido para dar continuación a problemáticas que siguen pendientes sobre los estereotipos que se reinventan en nuevos espacios contextuales como la red, por ejemplo. Lo cierto es que la herencia del arte feminista es la elección y su acción consecuente, como dice la cita de Sarah Lucas: poder ver y estar en el mundo –si así se quiere– de una forma distinta, a construir relaciones con nosotros mismos y con los demás a partir de otros roles y estándares. El feminismo nos enseñó que es posible un pensar diferente.
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