El señor es un fascista. Mejor decirlo claro y pronto. También tomarlo en serio. Eduardo Verástegui representa en México la reacción en contra de todo lo que significan principios como la igualdad, la tolerancia, el respeto, la deliberación, el reconocimiento a la diferencia y las libertades. Es autoritario, antidemocrático, intolerante y (potencialmente) violento. Un combo peligroso. Sobre todo porque le aplauden otras personas iguales.
Que el personaje también sea un hombre profundamente religioso es asunto suyo. Nada que objetar. Las creencias de cada quien son personalísimas y el artículo 24 de la Constitución mexicana reconoce ese derecho humano fundamental: “Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado…”. El problema reside en que pretende ser político y postularse a la presidencia de la República.
En esas vestes su religiosidad topa con diques constitucionales. El mismo artículo advierte que “Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política”. Algo que Verástegui hace con frecuencia. Pero, sobre todo, el artículo 40 constitucional establece que: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal (…)”. Ese principio de laicidad proscribe el uso de discursos y símbolos religiosos en la vida política nacional. El Instituto Nacional Electoral deberá tenerlo en cuenta.
Pero el personaje que encarna a la extrema derecha en México ha traspasado otros principios democráticos y constitucionales fundamentales. Armado con un rifle de asalto que en México es de uso exclusivo del Ejército, escribió en una red social lo siguiente: “Miren lo que le vamos a hacer a los terroristas de la agenda 2023, del cambio climático y de la ideología de género. Lo leo”. Acto seguido disparó el arma en más de veinte ocasiones. Después, en otro mensaje, diría que se trataba de una “sátira”.
Según el diccionario de la Real Academia Española, el concepto “sátira” tiene dos acepciones: “1) Composición en verso o prosa cuyo objeto es censurar o ridiculizar a alguien o algo; y 2) Discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a censurar o ridiculizar”. No resulta fácil encuadrar su video en alguna de estas definiciones pero sí es claro el ánimo censor del mensaje. Pero, sobre todo, es nítido su talante agresivamente violento.
Su violencia va dirigida en general en contra de todas las personas que piensan y auspician que lograr el fin de la pobreza, el hambre cero, la educación de calidad, el agua limpia y el saneamiento, la paz, la justicia y las instituciones sólidas y otros doce Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, son una buena idea. Pero, sobre todo va dirigida en contra de quienes promueven tres objetivos en particular: la igualdad de género, la energía asequible y no contaminante y la acción por el clima. A esas personas, Verástegui les promete una ráfaga de balas.
No se trata de un dicho y un hecho anecdóticos ni de un desvarío de poca monta. La amenaza proferida no puede ni debe interpretarse fuera de contexto. Según datos del INEGI, el año pasado, en México, se registraron 32 mil 233 homicidios, de los cuales el 67.6 por ciento se cometió por disparo de arma de fuego. El Índice de Paz 2023 elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz reporta 968 feminicidios cometidos ese año del 2022, de los cuales el 71.9 por ciento se cometió con ese mismo tipo de armas. Ese mismo año, según datos de Global Witness, 31 personas defensoras del medio ambiente fueron asesinadas. Tan solo entre enero y julio de 2023 murieron de manera violenta 25 mujeres transgénero. El dato proviene del proyecto Trans Murder Monitoring, que también advierte que, después de Brasil, México es el país del mundo con el mayor número de homicidios conocidos contra personas transgénero en todo el mundo.
El mensaje escrito y, sobre todo, el video del Sr. Verástegui, lejos de una sátira son una incitación a la discriminación, al odio y a la violencia. Se trata de actos contrarios a la Constitución, a los tratados internacionales de los que México es parte que, incluso, podrían constituir delitos. El artículo 13 de la Convención Americana es claro al respecto: “Estará prohibida por la ley toda (…) toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión, idioma u origen nacional”.
Esa prohibición se ubica en el artículo destinado a la libertad de pensamiento y de expresión y, en esa medida, se erige como un límite a la misma. Así que el personaje no puede arroparse en el presunto ejercicio de un derecho. Lo que ha hecho es grave y no debemos dejarlo pasar como una anécdota más de lo que sucede en este país lastimado por tanta discriminación y tanta violencia.