Mentiría si escribo haber sido amigo de Don Alberto, de haber sido cercano en el trato o recurrente nuestra comunicación. Confieso, no hacía falta. Solamente en dos ocasiones tuve la oportunidad de estar con él. La primera hace poco menos de seis años cuando en sociedad con el arquitecto Javier Sordo comenzaron a manejar la Plaza México y me invitaron a participar en las narraciones por televisión para las corridas de la Temporada Grande.
Tras una puntual reunión en su inicio y tranquilidad en su desarrollo, estuvimos los tres hablando de todo y de toros alrededor de 20 minutos. Al salir de la reunión, entendí por qué la gente como Don Alberto es quien es. Calidez sin cursilerías, sensatez y un amplio sentido de la realidad social, empresarial y taurina del México que amó durante sus 90 años.
Hoy en día las palabras líder y liderazgo son utilizadas en exceso. Cursos en línea para ser líder, libros y consejos de autores que en su mayoría no lo son. Cuando se tiene la oportunidad de conocer y tratar a un verdadero líder, no es necesaria mayor explicación. Esa tarde me quedaron muy claras sus cualidades y el esfuerzo por mantener viva una Fiesta, comunicar su enorme interés y preocupación porque el sector taurino se una hacia un mismo fin.
Un par de años después, se llevó a cabo un programa radiofónico donde nos sumamos distintos comunicadores bajo el lema “Los medios unidos por la Fiesta Brava”. Resulta que Don Alberto ese domingo por la noche escuchó el programa y decidió convocar a una comida con los que participamos, esta fue la segunda vez que tuve oportunidad de tratarle. Tal día a tal hora en las oficinas de Grupo Bal nos reunimos 8 comunicadores taurinos, Don Alberto y su hijo Juan Pablo. Una mesa redonda, un menú sencillo de calidad, generosidad en las etiquetas y lo mejor de todo, las tres o cuatro horas que pudimos convivir con Don Alberto. Coloquial, ocurrente, respetuoso y algo que suele ser común denominador en la gente inteligente: escuchaba, pensaba y luego hablaba. Me sorprendió lo enterado de todos los temas taurinos de aquel momento, lo interesado en nuestra opinión y lo consternado por los movimientos antitaurinos, pero sobre todo que en aquel momento las plazas registraban entradas bajas. Cosa que, como hemos relatado últimamente, ha venido cambiando gracias al activismo del aficionado que llevaba tiempo aletargado y también hay que decirlo, a la propuesta distinta en tiempos y formas por parte de las empresas.
La fiesta de los toros tiene el don de hermanar. En los primeros párrafos expreso que no fue necesario ser cercano o comunicarnos constantemente para entender que nos unió el amor por el toro y el toreo. Con gusto y cierto orgullo recibí en más de una ocasión tarjetas con algún comentario sobre un texto o edición hecha por mí.
Siempre estaré agradecido por haberme dado la oportunidad de narrar, siempre agradecido por el apoyo publicitario en Matador y Tauro, pero sobre todo por siempre respetar mi opinión.
Don Alberto demostró su amor por México con trabajo, con inversión, con un perfil bajo y generando decenas de miles de empleos. Como cualquier ser humano tenía virtudes y defectos, sin embargo, su ejemplo de trabajo y dedicación es mayor a su fortuna.
Sus hijos Alejandro y Juan Pablo tienen la responsabilidad de continuar el legado de su padre, en lo empresarial el primero y en lo taurino el segundo. Ambos lo saben y asumen el compromiso.
En lo taurino, el tiempo es perfecto para redoblar esfuerzos. La gente quiere toros, contamos con una baraja extraordinaria de toreros mexicanos, experimentados y de reciente alternativa. Aprovechar el momento y capitalizar las oportunidades fue virtud de Don Alberto. Es momento de apostar por México y seguir demostrando pasión y vocación por la tauromaquia.
Descanse en paz, Don Alberto.