La Fiesta Está Viva

Dios del toreo

El maestro Morante de la Puebla asumió el don que Dios le otorgó al nacer para ser un privilegiado entre los hombres, entre los mortales y entre los toreros.

Morante de la Puebla, siendo un niño, tomó un capote entre las palmas de sus manos y despertó la admiración de quien lo veía jugar al toro. Cuentan que en alguna ocasión el maestro Pepe Luis Vázquez lo vio entrenar de salón siendo un pequeño y que le dio un billete para que aquel chaval supiera que viviría del toro.

Hoy Morante tiene 44 años, 27 como matador de toros y tres hijos. Varias cornadas, una terrible lesión en la espalda que estuvo a punto de dejarlo inválido, casi recién tomada la alternativa. Su carrera no ha sido ni más fácil ni más dura que la de otros toreros.

El maestro asumió el don que Dios le otorgó al nacer para ser un privilegiado entre los hombres, entre los mortales y entre los toreros. Estos genios que por ahí deambulan en la pintura, escultura, música, literatura, física, química, medicina y otras disciplinas, todos tienen la inmensa responsabilidad de entregarse a su don. Trabajar para incrementar sus virtudes y soportar la incompetencia de quienes no somos genios.

A Morante Dios le dio valor, clase, dominio, capacidad, empaque, personalidad y la vocación de estudiar el toreo, profundizar en su esencia, sus ramas, sus corrientes, sus épocas, sus encastes, la lidia, las distintas suertes y la interpretación de éstas por otros genios en otras épocas. Es el de la Puebla un sabio del toreo, que no se sentó a esperar el toro de su vida. Hizo del toro su existencia. Sacrificó infancia, juventud y familia para honrar a los dioses del toreo que son muchos; enormes figuras de época que con su vida cambiaron el rumbo de esta actividad, en sus principios festiva, hoy cultural y social. Hombres que estructuraron la lidia en los tres tercios, regularon el espectáculo, trabajaron para incorporarlo a la sociedad y hombro con hombro, con los ganaderos, crearon el toro de lidia a favor del toreo. Hombres que representaron momentos claves de la sociedad como la posguerra, la dictadura española en los sesenta, el destape, la marcha madrileña, los noventa y el camino al nuevo siglo hasta nuestros días.

Es Morante el cronista de la historia del toreo. Tiene el valor del Espartero, de Manolete y de Ojeda; la visión y pasión de Joselito el Gallo; el desgarro de Belmonte y Rafael; el arte de Cagancho, Gitanillo o Silverio; la magia de Pepín Martín Vázquez; la gracia de Pepe Luis; la solera de Ordoñez; la sapiencia de Camino, la atracción del Cordobés a favor o en contra; el embrujo de Curro y De Paula; el poder de Espartaco, hasta pertenecer a una generación colmada de grandes maestros como Ponce, Joselito, José Tomás, El Juli y hoy Roca Rey. A esta lista, añada usted a cualquier diestro, discreto o figura; es insuficiente este espacio para ponerlos a todos, porque todos habitan dentro de la cabeza de Morante, sin olvidar la genialidad de otro loco, el Pana, cuya admiración mutua fue tema de fascinación para quien lo supo ver en su momento.

A todas estas virtudes, se me terminan los adjetivos, Dios también le cargó una cruz muy dura de llevar. Se dice que Dios no carga pena a quien no es capaz de soportarla. El maestro padece el síndrome de trastorno de la personalidad y bipolaridad. Enfermedad que asume y lidia con enorme dignidad y que le ha provocado en más de una ocasión dar por terminada su temporada. Dejándonos huérfanos de guía espiritual.

Los momentos en los que el maestro se ha ido a lidiar con su padecimiento nos han servido para arrepentirnos de no valorarlo en su justa medida. Pena para quienes lo han negado sabiendo quién es; compasión para los que Dios no les brindó el mínimo de sensibilidad para gozarlo. Estos espacios en tiempo han sido para reflexionarlo y esperarlo como al mesías, como al guía que todos necesitamos, aunque estemos rodeados de grandiosos toreros. Mi respeto y admiración a todos, que no se interpreten estas líneas como una falta de respeto, al contrario.

Morante cortó su temporada tras la Feria de Sevilla y volvió en Santander exactamente hoy hace una semana. El 23 de julio ha resucitado el Dios del toreo. Me disculpo ante lo que podría parecer una blasfemia, estamos hablando de toros. Su vuelta no pudo ser en un mejor escenario. La feria cántabra es una gozada sensorial. La ciudad, su gastronomía, el verano, su gente y el talento empresarial se unen para brindar tardes mágicas. Así como Dios le ofrece pausas para lidiar con el toro más difícil que le ha salido en su vida, también, le premia el sacrificio del dolor que solo él y los suyos conocen.

Morante sufre para hacernos vivir. Una metáfora que llevada a las alturas es la lección de mayor amor al prójimo. Soporta el de la Puebla sus infiernos para, un día y con dos toros, llevarnos al cielo. Paraíso que tiene usted ganado, maestro, por su comprobado testimonio de honrar un don que solo Dios es capaz de otorgar.

El coso de Cuatro Caminos ha sido testigo de la potencia emocional del toreo. La tauromaquia de Morante fungió como sinodal para el adiós de otro grande, Enrique Ponce, y el arribo de un león, Fernando Adrián. Morante, sin embargo, es atemporal. No existe un torero que no lo disfrute y venere, confiésenlo o no.

Larga vida para usted, maestro, oficie o no el toreo. Nos ha dado su vida y nos ha narrado con solera el toreo. Ya dependerá de cada uno abrazar esta herencia o no verla. Que lo respeten los toros siempre. Que la salud sea su fiel acompañante y que sea muy feliz, más de lo que nos ha hecho con su existencia.

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