Su nombre: Bruno Aloi, mexicano, 23 años. Hijo del matador de toros a caballo Giovanni Aloi; Mónica Hernández, su madre, buena aficionada a los toros y ganadera; hermano del matador de toros a caballo Fauro Aloi; su hermano Giovanni, destacado aficionado práctico y reciente ganadero; sus hermanas Daniela y Ana, buenas aficionadas al toro y al caballo. Familia que vive bajo los valores de la tauromaquia. Nieto de los ganaderos de Rancho Seco.
Esto para muchos puede parecer un camino allanado para ser torero. Quizá en los inicios lo sea, dar las tres a una becerra en casa, asistir a muchas corridas de toros y ser hijo de personas respetadas en el medio.
Cuando hace cuatro años, Bruno decidió abrazar su vocación torera, renunció a todo, se fue a España, vivió la hiel de la competencia y la envidia. Su carácter y disciplina se agudizaron, su objetivo siempre definido: convertirse en figura del toreo. El camino ha sido bien trazado, cuando el destino es claro, la responsabilidad es mayor, no hay margen de error, salvo las vicisitudes que presenta el toreo. Nació en cuna torera, nació torero. Cuando Dios otorga un don, la obligación si se tiene sensatez, es incrementarlo, entregarse a él.
¿Cuántos casos tenemos de cualidades no desarrolladas por falta de disciplina, entrega y vocación en muchos ámbitos de la vida?
Hemos vivido el pasado domingo una novillada de las que hacen afición en la Plaza México, un cartel redondo con una ganadería que vino a La México con la seriedad y honor de los ganaderos honrados. Presentó Campo Hermoso seis novillos cuajados, con hechuras.
Bruno Aloi fue el segundo espada. Su primero no tuvo opciones. Un novillo serio que resultó manso y huidizo. Aloi lo supo ver desde el inicio, entendió que no habría posibilidad de triunfar por la vía del toreo estético y ligado. Al novillo había que lidiarlo, resolver por medio de la colocación, que salía suelto entre pase y pase, lo hizo Bruno, sin corretearlo, andando siempre en torero, adelantándose a lo que el novillo haría. Para muchos habrá pasado desapercibida esta lidia, fue un primer aviso del torero que teníamos delante. Brindó a su plaza, en la que desde niño ha soñado con este momento: su presentación. Desde los medios abrazó a su gente, sus butacas, su reloj y su historia, dispuesto a honrar su grandeza.
Salió el quinto de la tarde, un novillo cárdeno, precioso, que desde el primer capotazo mostró nobleza y buen ritmo al embestir. Sin prisa, dándole tiempo al toreo, le pegó buenas verónicas, le llevó ante el caballo con gracia y torería. Tras el puyazo, comenzó Aloi a elevar la temperatura de la tarde. Realizó un soberbio quite por cordobinas, templadas, rítmicas, llenas de empaque y buen gusto. El público en ese momento estaba ya entregado y feliz de emocionarse con el toreo.
Brindó a su abuelo, don Sergio Hernández González, hombre que ha dedicado su vida al toro. La faena de muleta comenzó con toreo andando, de las tablas a los medios, una danza de trincherazos, pases a media altura y un soberbio remate en cambio de mano. El rugir del público al ritmo de la embestida y de la suave y poderosa muñeca torera de Bruno.
Tras cuajar al novillo, echó rodillas a la arena, parte del público recriminó el gesto. Aloi quería demostrar que además de la gran clase, la cabeza y su elegante sobriedad torera, tiene hambre de ser y posee el valor para alcanzarlo. Con gran manejo de la escena, escuchó los silbidos, le puso los vuelos de la muleta al novillo en el hocico y cuajó soberbia tanda zumbándose al astado de Campo Hermoso. La gente loca de pie aplaudiendo, locura colectiva como hacía mucho no sucedía provocada por el toreo bueno. Estocada hasta las cintas y dos orejas cortadas a ley, con el peso taurino, emocional y social que esta plaza posee.
Estamos ante un hombre con la vocación de ser aquel torero que todos deseamos reine aquí y allá. No hay prisa, es apenas el comienzo, pero en Bruno Aloi, ¡hay torero!
Abrió plaza el albaceteño Manuel Caballero, buen torero, sin duda, con el temple en su muleta heredado de su padre, ídolo de esta plaza. De no haber fallado con la espada bien pudo haber cortado una oreja del noble primero de la tarde.
Se presentó, también, Andrés García, hermano del Payo, torero hecho en el campo bajo la luz de su hermano. Clase y buen concepto, sin duda, valor para ejecutarlo. Pocas novilladas y mucho toreo de campo. Puede, seguramente, caminar en esto, corrigiendo detalles que él y su equipo con certeza tienen detectados.
Hoy la afición mexicana tiene a quien aferrarse, se llama Bruno Aloi y si usted lo ve anunciado en cualquier plaza, no deje de verlo, sentirá la felicidad de ver un torero.