El primer año de Joe Biden en la Casa Blanca se antoja muy largo. Esto tiene que ver con la resiliencia de la pandemia y con la profundización de la polarización política en Washington: parálisis y pleitos, para no variar.
Biden empezó con el pie derecho. Su equipo estaba listo y al igual que el presidente tenía experiencia, por lo que no hubo curva de aprendizaje. En los primeros 100 días, se apreciaba que el Estado estaba de regreso. La campaña de vacunación avanzaba y para el verano, justo aprovechando la fiesta nacional del 4 de julio, el presidente señaló que Estados Unidos le había dado la vuelta a la pandemia.
Los primeros 100 días se antojaban ejemplares. Biden había logrado arrancarle al Congreso un paquete de rescate para el COVID-19 de 1.2 billones de dólares. E insistió que pronto vendría el paquete más significativo de infraestructura en la historia del país vecino. Incluso, se le oían comparaciones entre Biden y Franklin D. Roosevelt, quien no sólo transformó la economía del país, sino que lo llevó a salir victorioso de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, en el verano se presentó una nueva variante de COVID, delta, que no sólo hizo estragos sanitarios, sino también políticos. Acabó siendo un acicate para que numerosos republicanos, como el gobernador Ron Desantis, de Florida, surgieran como los grandes campeones de las libertades individuales: “A mis electores ningún gobierno federal los va a obligar a usar cubrebocas y menos a vacunarse. Son medidas totalitarias las que nos quiere imponer Washington”.
La breve magia de Biden empezó a esfumarse. Además de la persistencia de la pandemia y el repunte de la inflación, surgieron dos crisis internacionales: la crisis migratoria en la frontera con México y la atropellada salida de Afganistán.
Desde candidato impulsó una nueva narrativa sobre la migración: seremos más humanos y volveremos a ser el país abierto a migrantes. Efectivamente, Biden ofreció la mano a los migrantes, y los polleros y coyotes en Centroamérica y México le tomaron el pie. Movilizaron a cientos de miles de migrantes que se agolparon en nuestra frontera común. La crisis a que dio pie, enormemente exagerada por los medios conservadores, ha sido un botín extraordinario de municiones para que los republicanos ataquen al mandatario: eres un débil incapaz de defender nuestra frontera… requerimos del hombre del muro fronterizo.
Como candidato, había anunciado que acabaría con 20 años de ocupación en Afganistán, la cual no conducía a ningún lado. Pero la salida fue precipitada y, en unos cuantos días, no en años como se había previsto, el Talibán tomó la capital, Kabul, y dificultó la salida. Las imágenes de la gente colgada hasta de los aviones mancharon una decisión necesaria, pero pobremente ejecutada.
El gran obstáculo para que Biden lograra sus promesas de campaña ha sido, para no variar, la férrea oposición legislativa republicana, encabezada por el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell (Kentucky), y dos senadores demócratas, Kyrsten Sinema (Arizona) y Joe Manchin (Virginia del Oeste).
Biden no ha logrado imponérsele a McConnel ni hacer entrar en cintura a Sinema y Manchin porque le ha faltado poder, estrategia y, sobre todo, capacidad de disuasión. Ha sido incapaz de utilizar el llamado poder del púlpito. Es decir, como presidente tiene la capacidad de llegarle al elector a través de discursos y apariciones mediáticas para asegurarse de que los electores le compraran sus proyectos y se lo exijan al Congreso.
Al no lograrlo, en las últimas semanas su popularidad se ha derrumbado. Según un sondeo de esta semana de Associated Press, sólo 43 por ciento aprueba su labor y sólo 37 por ciento su labor económica.
El grave problema de Biden y de los demócratas es que todo indica que su ventana de oportunidad para demostrar que el Estado es capaz de ordenar los grandes temas nacionales como salud, economía y seguridad nacional, ya se cerró. Esa es, finalmente, la apuesta demócrata frente a las críticas absurdas del trumpismo –todo el problema radica en la corrupción de Washington.
El ciclo electoral en Estados Unidos es extraordinariamente breve. Este año, 2022, es par, y por tanto hay elecciones federales el próximo 8 de noviembre. Los momios son claros. Biden se está desdibujando y los republicanos tienen enormes oportunidades de retomar el control de ambas cámaras legislativas, lo que les permitiría cancelar por completo la agenda demócrata y pavimentar el sendero para el regreso de Donald Trump.