Apuntes Globales

La Casa del Migrante en Tijuana: 35 años de dignidad

Es un modelo de cómo cuidar y retribuirles dignidad a unos de los seres más vulnerables del mundo: los migrantes, comenta Rafael Fernández de Castro.

La Casa del Migrante, el primer albergue de migrantes en México, abrió sus puertas hace 35 años en Tijuana, Baja California, justo en abril de 1987 y ayer celebró su 35° aniversario.

Desde su fundación, la Casa del Migrante es un modelo de cómo cuidar y retribuirles dignidad a unos de los seres más vulnerables del mundo: los migrantes. Además, representa la historia de las últimas cuatro décadas del lugar con mayor tradición migratoria del país.

En enero de 1985, Flor María Rigoni, un joven misionero scalabriniano, llegó a esta ciudad frontera de San Diego. Jorge Bustamante, a quien perdimos hace poco, describió así al misionero en una de sus columnas de Excélsior: “Llegó un vendaval del este, con huaraches, sotana blanca y barba, y nos demostró que sí se podía hacer algo desde la Iglesia católica para acoger a los migrantes”.

El año que llegó Flor María, la Patrulla Fronteriza tuvo un récord de detenciones a mexicanos, más de un millón.

Entre otros acontecimientos, el temblor en la Ciudad de México, en septiembre de 1985, provocó un éxodo masivo. Tijuana fue la ciudad fronteriza que captaba todo ese flujo con destino a Estados Unidos.

En 1986, en la columna política y de chismes más leída de la región, justo en el diario Zeta, el famoso Gato Félix, columnista implacable, daba rienda suelta a su pluma: “Haga patria, mate un chilango”.

El provincial de los scalabrinianos en Nueva York se había percatado de la importancia de Tijuana como paso de migrantes y buscaron a un joven misionero emprendedor y todo terreno. Rigoni, quien mejoraba día a día su árabe en Etiopía, fue enviado al extremo occidental de la frontera México-Estados Unidos.

Tenía poca idea de lo que representaba Tijuana, trampolín del sueño americano y del enorme flujo de migrantes que se concentraba en esa ciudad. Como miembro de la orden de scalabrinianos, su misión era entrar al río lleno de peces, los migrantes, y acompañarlos.

El recién llegado misionero, siguiendo las recomendaciones de Bustamante, fue al cañón Zapata, un barranco por el que se colaban cientos, si no miles, de migrantes a Estados Unidos. Era un campo abierto; nada de división y nula Patrulla Fronteriza. Tierra de nadie. Éxodo bíblico, señala Rigoni.

Justo en el cañón Zapata se me ocurrió construir y abrir una casa para que descansen y coman antes que se entreguen al mañana y a la noche.

Y con la energía de vendaval como lo caracterizó Bustamante, Rigoni empezó a recaudar fondos y concebir un proyecto arquitectónico: primero un piso, dos y tres. Mándanos un proyecto y te ayudamos, le dijo la Iglesia católica alemana, esencial para lograr la Casa del Migrante.

La colonia postal me acogió como hijo. A los pocos días que llegué, murió mi mamá. Pero cumplí mi sueño. Mi mamá intuía que había perdido un hijo.

Los voluntarios fueron, son y serán centrales en la Casa del Migrante. Rigoni recuerda especialmente al grupo que preparaba la comida.

Hoy, la Casa del Migrante es dirigida por el padre Patrick Murphy. Misionero gregario y carismático, sigue contando con un grupo de voluntarios ejemplares. El equipo ha crecido de seis a 22 personas. En 2015, explicó ayer el padre Pat, la Casa del Migrante se transformó en un modelo de inserción social. Acordamos que la mayoría tiene que salir como mejores personas.

A los 35 años tiene mucho que celebrar. En la actualidad hay más de cien albergues de migrantes en territorio nacional. El modelo sigue siendo la Casa del Migrante.

Al inicio de la década del 2000, ya en Tapachula, Chiapas, en el tercer albergue que fundó en México, le pregunté a Rigoni: ¿qué ofrece tu casa, además de comida y descanso, al migrante? Rezar junto con ellos y regresarles dignidad, me señaló.

Su pensamiento y posiciones frente al migrante han evolucionado. Ahora es partidario de no victimizarlos. Por eso en los albergues scalabrinos, ya por toda América Latina, se promueven las escuelas de oficios. Hay que darles un empujón para integrarse.

En sus 35 años, la Casa del Migrante es el mejor testimonio de la puesta en escena de una de las frases, desde mi punto de vista, más significativas de la poesía de Rigoni: el migrante inventa cada día los motivos de su esperanza.

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