Unas cosas son los insultos populistas, nacionalistas y hasta supremacistas de Trump y otra es su capacidad en las campañas electorales. En éstas, Trump es un líder excepcional.
El día que Trump fue electo presidente de Estados Unidos, 4 de noviembre de 2016, me levanté tempranito en la capital de Estados Unidos, Washington, DC, a empacharme de la prensa local. Televisa me había invitado como analista a la cobertura de la elección.
La gran mayoría, entre los que yo me encontraba, estábamos seguros de que, con ciertas dificultades, Hillary prevalecería. Sin embargo, un artículo de la corresponsal de The Washington Post en la campaña de Donald Trump me despertó escalofríos. El argumento del artículo era que Trump había logrado despertar un nuevo movimiento político. Sus rallies, subrayaba el artículo, despertaban pasión por el líder y despedían una gran energía común, proliferaban los cantos y acusaciones como “encierren a Hillary”, “¿quién va a pagar por el muro?”. Y el coro gritaba ¡México!
Lo más destacable de la campaña permanente que ha desatado Trump desde 2015, pues durante su presidencia (2016-2020) nunca paró, fueron sus continuos rallies electorales. Estos mítines son centrales en su manera de estar en comunicación permanente con sus bases.
Destacan por su perfecta orquestación. Se avisa muy poco tiempo antes. Los fans vuelan a reservar sus lugares y a llegar con días de anticipación. Hay un grupo, llamado Los Pepes de la primera fila, “first row Joe’s”, en su mayoría blancos, que no tiene empacho en llegar días antes para ocupar la primera fila y poder estar cerca de su líder, blandir sus pancartas pro-Trump y ser los más vocales en celebrar las bravuconerías del orador.
Mantienen un muy bien curado toque nacionalista/chauvinista y destaca toda la parafernalia del movimiento “Haz a América Grande Otra Vez”, MAGA, por sus siglas en inglés. Generalmente uno de sus familiares, especialmente Donald Jr., sale como abridor para calentar el ambiente, y después de varios himnos y rock supertradicional aparece el candidato, con impecable traje azul marino, camisa blanca y corbata de seda rojo encendido.
Si comparamos la energía que proyecta Trump en sus rallies, el magnetismo y pasión que levanta entre sus seguidores, con las mínimas y muy cuidadas apariciones personales que tiene Joe Biden, se aprecia una brecha enorme entre ambos candidatos frente a sus huestes. El conservador es una especie de potro electoral, sobreactuado y amanerado, que a sus 77 años despide una energía contagiosa. El liberal denota que fue un hombre bien parecido, pero a quien se le vino la edad; trastabillea y por más fondo que conlleven sus mensajes no prende a sus seguidores.
Un segundo elemento del estilo personal de campaña de Trump es su exigencia a que los líderes de su partido le rindan pleitesía. Es, sin duda, el político de las últimas décadas que más tiempo le dedica a juntar lo que se llama endorsments en inglés; es decir, apoyo público a su candidatura.
Es fascinante observar la transición de Trump de paria del partido republicano, en enero de 2021 al dejar la Casa Blanca, a reconstituirse como el Señor del Partido, una especie de padrino de la mafia archiconservadora.
A punto de arrancar la contienda electoral, Trump tiene alineados y disciplinados a todos y cada uno de los líderes republicanos en el Congreso. Cien diputados le han dado su apoyo públicamente (endorsement); Ron DeSantis sólo ha conseguido cinco y Nick Haley uno.
Destaca su compromiso con sus promesas de campaña. Por mucho, su logro más espectacular fue colocar tres jueces superconservadores en la Corte Suprema y hacer realidad su compromiso de eliminar el aborto a nivel federal.
Finalmente, destaca que sigue presentándose como un empresario en cruzada contra la clase política corrupta de Washington. Su eslogan, “vamos a drenar la corrupción del pantano que es Washington”, sigue siendo un éxito en todos sus eventos políticos.
Este “insurgente” de la política estadounidense ha desarrollado una maquinaria electoral altamente sofisticada para participar y ganar las 50 contiendas electorales. Lo intentará hacer pronto, de manera que, si lo llegaran a encontrar culpable en alguna de las 92 demandas, ya sería tarde para enjuiciar al ya candidato ungido.