El primer y probablemente el único debate entre Kamala Harris y Donald Trump del pasado 10 de septiembre, visto por 68 millones de televidentes, mostró el camino de la victoria para la vicepresidenta: atacar y machacar a Trump.
Kamala Harris será la primera mujer que despachará en la Oficina Oval si logra que sea la presidencia de Trump (enero 2017 a enero 2021) y no la de Joseph Biden (enero 2021 a enero 2025) la que esté en la boleta electoral.
Se sabía que el debate era la gran oportunidad para Kamala de darse a conocer y de explicar mejor a los electores cuáles son sus posiciones y planteamientos para resolver los graves problemas nacionales y globales.
Se sabía que la aspirante demócrata estaba tomando la oportunidad de debatir con Trump muy en serio y dedicó días enteros a su preparación.
Se sabía que su carrera como fiscal (abogada acusadora) en California le podía ayudar a atacar a su contrincante con aplomo y firmeza.
Pero a todos sorprendió que en cada una de sus intervenciones repartiera piñazos a Trump. Literalmente en un espacio de hora y media que duró el debate, todos los frentes abiertos de Trump durante su presidencia fueron atacados.
En política interna le echó en cara la desastrosa respuesta sanitaria al covid-19 que llevó a Estados Unidos a ser uno de los países del mundo con más muertos –1.2 millones–. También su cortejo con el racismo en relación a los manifestantes supremacistas blancos en Charlottesville en 2017, a quienes los llamó “buenas personas”. No podían faltar sus críticas incisivas al asalto al Capitolio, que la vicepresidenta llamó “el peor ataque a la democracia estadounidense desde la Guerra Civil”.
En seguridad nacional le espetó: “He platicado con varios generales que trabaron bajo su mando y piensan que es simplemente una desgracia” y que el mundo se “ríe de él”. Tampoco dejó de llamar la atención sobre la admiración que Trump le tiene a los tiranos Vladímir Putin, Xi Jinping y el norcoreano Kim Jong-un, y que él mismo pretende convertirse en uno el primer día de su administración.
El cenit de los ataques de Kamala vino cuando le echó en cara que en sus rallys políticos sus seguidores se aburrían y abandonaban temprano el evento. Es decir, se metió en un terreno literalmente bendito para Trump, pues si algo lo ha caracterizado en su obsesión sobre el número de gente que asiste a sus eventos, como su propia ceremonia de toma de posesión, el 20 de enero de 2017.
Los moderadores de la cadena ABC ayudaron a la causa de Kamala al desmentir ágilmente las falsas acusaciones de Trump, quien alegó que los demócratas querían “ejecutar bebés recién nacidos”, que los migrantes se “comían las mascotas” de los habitantes de Ohio y, finalmente, su mentira más recurrente, que él había ganado las elecciones de 2020.
La vía para la victoria de la candidata demócrata es estrecha. Los temas que más preocupan al electorado son inflación-economía y migración. En ambos el récord de la presidencia de Biden-Harris es débil.
El equipo del republicano ya prepara una serie costosa y machacona de anuncios para ilustrar los altos precios de alimentos y gasolinas.
Pero Kamala Harris el martes pasado, con su espléndida actuación en el debate, nos recordó que Trump también tiene un pasado oneroso como presidente y como expresidente.
Si logra seguir exhibiéndolo y despertar en los electores, especialmente en los independientes, recelo hacia su volátil personalidad, es posible que esta mujer, hija de inmigrantes de la India y Jamaica, rompa el techo de cristal en Estados Unidos que ha impedido que una mujer despache en la oficina más poderosa del mundo, la Oval.