No hay ninguna duda de que detener el cambio climático con acciones rápidas, contundentes, ambiciosas y eficaces, es hoy la prioridad número uno de toda la humanidad. Este objetivo está estrechamente relacionado con la forma en que gestionamos la energía; desde su obtención, en donde tenemos que abandonar cuanto antes cualquier tecnología que implique continuar quemando algún combustible fósil, hasta su utilización, en donde será prioritario un aprovechamiento racional e inteligente de la misma.
Ambos temas, cambio climático y energía, necesariamente tendrían que conducirnos a atender simultáneamente y con la misma urgencia, los asuntos relacionados con un tercer elemento del cual depende nada menos que la vida en este planeta: el agua.
Y es que los tres comparten vínculos que los hacen codependientes, en una interrelación imposible de separar.
El acceso al agua es considerado un derecho humano fundamental. Sin embargo, aún hoy 2 mil 200 millones de personas, una de cada tres, no lo tienen.
En marzo pasado, al conmemorar el Día Mundial del Agua, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, aseguró que si no se multiplican por cuatro tanto los esfuerzos como las inversiones, será imposible alcanzar la meta de acceso universal al agua en 2030, como se señala en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
Pero, si empezamos a hablar solamente de inversiones, de los costos que tiene obtenerla, tratarla, distribuirla y gestionarla, y de su precio, corremos el riesgo de perder de vista lo que el agua significa para las personas, es decir, su verdadero valor.
Y definir su valor puede resultar complejo, ya que el agua es cultura, pero también salud, educación, economía, y un elemento insustituíble para sostener la integridad de nuestro entorno.
Para las agencias que se encargan de su gestión, sean gubernamentales o privadas, resolver esta carencia y continuar brindando un servicio confiable, que se mantenga equitativamente accesible para todo el espectro de los consumidores, representa un reto mayúsculo. Esto implica superar enormes obstáculos como encontrar fuentes de financiamiento competitivo que les permita lidiar con la reducción de la brecha tecnológica, con una infraestructura que se va haciendo cada vez más vieja y obsoleta, atender requerimientos normativos y regulatorios más estrictos, y ahora además luchar contra los impactos que le impone la pandemia por Covid. Adicionalmente a todo lo anterior, cuando vemos el asunto desde la óptica de lo asequible, y comparamos la fracción del ingreso familiar que tiene que destinarse a pagar el recibo promedio de agua potable, podemos encontrar disparidades locales y regionales asombrosas.
Entonces, el otro gran desafío global al que hoy nos enfrentamos consiste en reconocer, medir y expresar el verdadero valor del agua, mientras encontramos el modo de conservar el delicado equilibrio entre los costos de su gestión y el precio con el que llega a los consumidores, para garantizar que sea asequible a todos sin distinción.
¡Cuidemos y valoremos el agua, es responsabilidad de todos!
Raúl Asís Monforte González.
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