Nos ha tocado vivir en una era mayoritariamente urbana, expertos pronostican que en el año 2050, las ciudades albergarán a un 70 por ciento de los seres humanos. Al mismo tiempo, las ciudades son el motor de la economía global, contribuyen con el 80 por ciento del Producto Interno Bruto del planeta, cifra a la que se ha llegado mediante un crecimiento que ha sido exponencial, pero que ha pasado una elevada factura a la naturaleza.
El ambiente construido creció dos tercios durante los primeros doce años del siglo XXI, llevando a una degradación de los ecosistemas locales y la pérdida del hábitat para diversas especies tanto de flora como de fauna. Las áreas urbanas también son responsables de más del 75 por ciento de las emisiones globales de dióxido de carbono, que aceleran el cambio climático, el cual impulsa a su vez una mayor pérdida de naturaleza.
Si las ciudades no restauran sus relaciones con la naturaleza, muchas especies enfrentarán inevitablemente mayores amenazas, y en el futuro podríamos llegar a olvidar que las ciudades son sistemas vivos cuyos enlaces positivos entre los ambientes natural y construido pueden y deben ser mejorados notablemente. Los ecosistemas naturales pueden ser importantes aliados para mitigar la contaminación, reducir el riesgo de inundaciones y olas de calor, así como proveer aire puro además de agua limpia y saludable.
Las acciones para la conservación, la gestión sostenible y la restauración de la naturaleza urbana, junto con un mayor involucramiento y compromiso ciudadano, pavimentarán el camino para fomentar las ciudades biodiversas o con saldo neto positivo en su balance natural, en las que sus funciones económica, social y ecológica, se expresan y conviven en armonía.
Y quienes tienen tanto el poder como la responsabilidad de encabezar esas acciones para transformar las ciudades e incrementar la biodiversidad, hacerla más interconectada, y combatir las diversas crisis generadas por el clima, son los líderes locales, que pueden conformar también coaliciones de colaboración regional y global, mediante redes de aprendizaje mutuo y cooperación.
Estos líderes tienen el deber de mostrar la visión de futuro que se requiere para las ciudades, planteando la necesidad de un cambio sistémico que coloque a la naturaleza en el corazón de la toma de decisiones y de la priorización en las inversiones de infraestructura. Los actores públicos y privados deben implementar soluciones basadas en la naturaleza para hacer que ésta regrese al ambiente urbano, y con ella se incremente la resiliencia ante los efectos del cambio climático, y se asegure un significativo paquete de beneficios económicos.
En octubre de 2021, el Foro Económico Mundial, el Gobierno de Colombia y el Instituto de Investigación en Recursos Biológicos Alexander Von Humboldt, lanzaron el Desafío BiodiverCities, con un llamado a presentar soluciones innovadoras para permitir que las ciudades alcancen un balance positivo de naturaleza, y cumplir así su potencial de convertirse en motores del desarrollo sostenible y equitativo, la resiliencia y el bienestar.
Aunque este desafío ya ha sido cerrado y los ganadores anunciados, debería ser adoptado como una iniciativa permanente para todas las ciudades del planeta.
Raúl Asís Monforte González
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