La lucha contra el cambio climático es ya de por sí un desafío monumental. Los países y organizaciones internacionales trabajan para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y promover tecnologías limpias, en un contexto donde los intereses económicos, las limitaciones tecnológicas y las disparidades políticas complican las acciones efectivas.
Sin embargo, cuando un líder tan influyente como el presidente de los Estados Unidos muestra poco interés por las políticas climáticas, los avances logrados corren el riesgo de desmoronarse. Esto es lo que ocurre con la reaparición de Donald Trump en la escena política y sus promesas de revertir los compromisos climáticos de EE. UU., amenazando el progreso global hacia la neutralidad de carbono.
La llegada de Trump al poder representa una amenaza seria para los esfuerzos internacionales contra el cambio climático. Durante su primer mandato, retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París, promovió políticas pro-fósiles y desmanteló regulaciones ambientales clave.
Al volver a la presidencia, podría deshacer el trabajo de la administración Biden, particularmente el Inflation Reduction Act (IRA), una medida histórica para reducir las emisiones y fomentar las energías limpias. El IRA ha sido vital para la descarbonización de Estados Unidos al ofrecer incentivos económicos para la transición hacia fuentes renovables y fomentar el desarrollo de vehículos eléctricos. La cancelación o reducción de esta ley supondría un duro golpe, alargando la dependencia de los combustibles fósiles y alentando a otros países a retroceder en sus compromisos climáticos.
Trump ve a los combustibles fósiles como motores de la economía estadounidense y basa parte de su discurso en la defensa de empleos en el sector petrolero y del gas. Aunque sus políticas pueden atraer a ciertos votantes, ignoran el hecho de que las energías limpias también son grandes generadoras de empleo y crecimiento económico.
En este sentido, su posición representa una amenaza no solo para el clima, sino también para la competitividad económica de Estados Unidos en un mercado energético global cada vez más orientado hacia las renovables.
Sin embargo, el panorama no es del todo sombrío. La postura de Trump podría, en ciertos aspectos, representar una oportunidad de avance para los actores climáticos. Su enfoque regresivo podría estimular la cooperación internacional y motivar a otros países y empresas a intensificar sus esfuerzos para contrarrestar los efectos negativos.
Además, la creciente presión de los mercados y consumidores por productos y servicios sostenibles podría forzar a la administración de Trump a reconsiderar su postura, aunque sea de manera parcial.
La transición hacia tecnologías limpias no es solo una cuestión ambiental; es una oportunidad económica que ha demostrado ser rentable. Incluso un líder tan enfocado en los combustibles fósiles podría verse obligado a reconocer que la tecnología limpia es el futuro.
Si bien el regreso de Trump podría frenar ciertos avances, la creciente competitividad de las energías limpias y la presión global podrían limitar sus efectos. En definitiva, aunque Trump representa un obstáculo significativo, los avances en el desarrollo de energías limpias y el compromiso global podrían mitigar los impactos de sus políticas y mantener a Estados Unidos, aunque a un ritmo menor, en el camino hacia la descarbonización.