El temperamento vitriólico del presidente Andrés Manuel López Obrador no le hace bien a nadie, empezando por él. Cuando las cosas no salen como quiere, hasta a los de casa muerde, y no sólo descalifica sino se descalifica, no sólo debilita sino se debilita, que es lo que pasó con Gerardo Esquivel, subgobernador del Banco de México, por una diferencia de criterios sobre el uso de activos del Fondo Monetario Internacional para el pago de deuda pública. López Obrador fue salvaje en la forma como trató a Esquivel, llamándolo “ultratecnócrata”, sugiriendo que, en cuestión de meses, quien fue uno de los arquitectos de su programa económico y lo ayudó por años, se convirtió en algo peor que sus némesis “neoliberales”.
Esquivel, su hombre en el Banco de México, a quien nombró para ocupar una de las dos vacantes en la Junta de Gobierno, y que por más de dos años ha sido una voz independiente, pero en la misma línea ideológica del Presidente, es respetado por su capacidad y reconocido por su claridad y congruencia ideológica, pero quedó expuesto y vulnerado porque, a diferencia de López Obrador, prefirió doblarse antes que pelearse con el Presidente. Describió como un disenso el ataque, que no confrontación como caracterizó, y como un ejercicio deliberativo lo que fue una descalificación.
La cólera presidencial no tiene límites. Tampoco mucho sustento cognitivo. Ante las críticas generalizadas por el exabrupto contra Esquivel, López Obrador no ofreció disculpa alguna, sino trasladó la responsabilidad de la propuesta al secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, como si eso restara culpa a su agresión retórica a uno de sus leales. El Presidente explota sin pensar ni reflexionar, sin importar a quien crucifica o sacrifica. Es una paradoja, en este caso, porque en su ira incontrolada arrasa con todo, incluso con una explicación que habría mostrado que, en este caso, tenía argumentos sólidos en su propuesta frente a los cuestionamientos de Esquivel.
En efecto, en este tema, el Presidente tenía razones sólidas, pero demolió una posición correcta por su metabolismo pendenciero. Parece claro que no escuchó a Ramírez de la O, aunque existe la posibilidad de que no entendiera lo que el secretario de Hacienda le explicó para sustentar su propuesta de utilizar 12 mil millones de dólares en Derechos Especiales de Giro –una canasta de monedas que es la unidad de cuenta del FMI– para pagar deuda pública. Esquivel respondió –y razón para que fuera fulminado con su lengua de fuego mañanera– que esos recursos eran para las reservas del Banco de México y no podían tocar el gobierno. Esa afirmación determinante tiene asegunes.
Los recursos proporcionados por el FMI son parte de una asignación general de 650 mil millones de dólares que aprobó el 2 de agosto pasado para impulsar la liquidez global, en un contexto de crisis sin precedente por la pandemia del coronavirus y para ayudar a todas las naciones a lidiar con el impacto del Covid-19. Los recursos se distribuyeron de acuerdo con el volumen proporcional de los Derechos Especiales de Giro, por lo que al tener México 1.87 por ciento de ellos, recibirá aproximadamente 12 mil millones de dólares, o alrededor de 240 mil millones de pesos.
En un comunicado el 3 de agosto pasado, el Fondo precisó que “como un activo de reservas incondicional, no hay restricción por parte del FMI sobre cómo se usen los Derechos Especiales de Giro, ya sea para fortalecer sus reservas internacionales o para apoyar el presupuesto para el servicio de la deuda”. En la práctica, aclaró el Fondo, cualquier limitación sobre cómo podrían ser utilizados esos recursos “dependerá de los acuerdos legales internos que cada país miembro tenga con las autoridades”, en este caso, del Banco de México.
López Obrador no utilizó ningún argumento y optó por el insulto. Aunque se entiende que Esquivel haya planteado la imposibilidad de trasladar esos recursos para pagar deuda, la respuesta no era que estaban “cuadrados” en el Banco Central, sino hacer un alegato sobre la misma línea del FMI, una “crisis sin precedente”, cuyo esfuerzo contribuiría a fortalecer las reservas, pero también a construir confianza e impulsar la resiliencia y estabilidad de la economía global. Con reservas de cerca de 200 mil millones de dólares en el Banco de México en julio, el Presidente pudo elaborar un argumento sólido para utilizar los 12 mil millones de dólares en pagar deuda, aliviando la carga financiera que esto significa y liberando recursos para reorientarlos, literalmente, a donde quisiera.
La forma como reacciona el Presidente, impetuoso e intempestivo, pero sobre todo con una carga monumental de insultos y descalificaciones, no lo hace más fuerte, sino exhibe sus limitaciones técnicas por un lado –lo que no tiene que ser visto como un déficit para gobernar–, y su intolerancia al diálogo –que sí es un lastre en el ejercicio de gobernar–. Al depender de una negociación entre el gobierno y el Banco de México sobre el destino de esos recursos, es probable que puedan ser aplicados al pago de la deuda pública, como quizá fue el planteamiento de Ramírez de la O.
Pero aun si se camina en esa dirección, el daño ya está hecho. La imagen del Presidente queda como la de un malagradecido con los suyos, e incapaz de detenerse a entender una situación, procesarla y actuar en consecuencia. Este episodio muestra la forma como no toma decisiones el Presidente, sino cómo busca López Obrador arreglar las cosas a golpes y gritos. López Obrador debe meterse en la casaca de Presidente y actuar como tal, no despojarse todos los días de la banda presidencial y ver cómo se pelea para que las cosas marchen a su gusto. De esa forma todo sería menos complicado.
Nota: En la columna de ayer se identificó incorrectamente a Luisa María Alberes como secretaria de Bienestar Social, cargo que ocupó hasta septiembre pasado, cuando fue sustituida por Javier May.
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